Ojos que no ven, por Paulina Gamus
Twitter: @Paugamus
“Los criminales ganan más que los políticos por eso unirse a los primeros es una gran tentación para los segundos.”
Joe Barcala.
Cuando me decidí a escribir esta nota, tenía otro título en mente: La vista gorda, pero éste que utilizo me pareció algo más elegante, aunque el tema a tratar no lo sea en absoluto. En pocos días, entre las emociones desbocadas que despierta el Mundial de Qatar, hemos visto dos casos en nuestro subcontinente en los que a pesar de que los gobiernos son populistas y con rasgos autoritarios, una institución indispensable de toda democracia, como es la justicia, funciona.
La vicepresidente argentina Cristina Kirchner ha sido condenada a seis años de cárcel e inhabilitada para ejercer cualquier cargo público. Lo más probable es que la susodicha no pase un solo día entre rejas, pero la sola sentencia por sí misma es un triunfo de la lucha contra la corrupción. Los jueces encontraron a Kirchner responsable de defraudar al Estado por unos 500 millones de dólares mediante el desvío de contratos de obras públicas a empresarios amigos.
El otro caso que se veía venir porque en Perú las destituciones de presidentes siempre se ven venir (cinco presidentes en cinco años) es el de Pedro Castillo quien pasó de presidente a preso en cuestión de dos horas. Las denuncias de corrupción y de otros delitos, condujeron a la crisis que hoy vive ese país. Muertos, heridos y destrucción por manifestaciones populares en un país cansado de una inestabilidad continua y de la convicción general de que los congresistas que destituyen presidentes no son muy distintos de ellos. Aún no sabemos cuánto se robó el «cara de yo no fui» de Pedro Castillo, esperamos noticias.
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Si volvemos a Cristina Kirchner y a la cantidad por ella defraudada (suponiendo que sea lo único de lo que C.K se apropió o defraudó) tengo que reconocer –muy a mi pesar– que la vicepresidenta ha sido hasta cierto punto recatada en echar mano a la cosa pública.
Ubiquémonos en Venezuela y sumemos solo cuatro de los más protuberantes casos de asalto al erario público: Rafael Ramírez ex ministro de Petróleo, 4.850 millones de dólares. El apodado «Tuerto» Andrade (Alejandro), ex escolta de Hugo Chávez y ex tesorero de la Nación, sentenciado en los EEUU a 10 años de cárcel por fraude contra el patrimonio venezolano estimado por la OFAC (Oficina de Control de Activos Extranjeros) en 2.400.000.000 de billetes verdes, Su colaboración como confidente (vulgo «sapo») con la Justicia de ese país rebajó su condena a 3 años y 6 meses más 1 año de libertad supervisada.
Los bolichicos de Derwick, empresa contratada para la instalación y ensamblaje de plantas de generación de electricidad, cobraron sobreprecios de 2.900 millones de dólares para construir centrales eléctricas que nunca ejecutaron. Cada vez que hay un apagón o un bajón en el suministro de electricidad, recuerdo a sus progenitoras.
Haiman El Troudi, ex presidente de la C.A. Metro de Caracas, recibió 145 millones de dólares de Alfa, empresa fachada de Odebrech. Es dueño de tres inmuebles en Francia y un edificio en París, por un valor de 16 millones de euros, más una cuenta congelada en Suiza a su esposa y a la suegra por 45 millones de dólares.
El saqueo a Venezuela, la perversa trama de corrupción alcanza los 400.000 mil millones de dólares. No hay cifras exactas de cuánto han robado el Gobierno y sus enchufados porque la Contraloría General de la República –en más de 20 años– ha investigado solo un caso importante de corrupción conocido como Pudreval (miles de toneladas de alimentos ya caducos importados por el Gobierno de Chávez). Más recientemente y como retaliación política, el ministro de Petróleo Tareck El Aissami, denunció por corrupción a su antecesor Rafael Ramírez y a su entorno.
La vista gorda ante estos robos sin antecedentes en Venezuela y quizá en el mundo, es propia de un país en el que no existen instituciones independientes. La justicia, por llamarla de alguna manera, se urde en Miraflores.
Otra evidencia pública (y además internacional) de ojos que no ven o de vista gorda, es la locura colectiva que provoca el Mundial de Qatar. A nadie o quizá a unos pocos para no generalizar, les importa todo el entretejido de corrupción que está detrás de la elección de ese país extremista islámico y cómplice con el terrorismo internacional, como sede de este mundial 2022. Si omitimos lo más cruel e inhumano que sustenta esta contienda futbolística –la muerte de unos 7.000 obreros en la construcción de la infraestructura– podemos ver en Netflix el documental “Los entresijos de la FIFA” que no deja hueso sano al implicar a los entonces presidentes en ejercicio Nicolás Sarkozy, de Francia y Lula Da Silva, de Brasil y a un montón de dirigentes políticos y deportivos, en la tramoya de sobornos que armó el gobierno de Qatar para obtener la sede.
Como guinda del pastel, acaba de estallar en el parlamento europeo el llamado Qatergate que ha llevado a la destitución de la vicepresidenta del organismo y diputada griega Eva Kaili, por haber recibido dinero de Qatar para influir en las decisiones de la institución. Es un terremoto que la hace tambalear.
La vista gorda con la corrupción que desde hace años rodea a la FIFA se parece mucho a los ojos que no ven con la corrupción que en los últimos 23 años ha transformado a Venezuela en un país paria entre las naciones. En ambos casos la vida sigue y aquí no ha pasado nada.