Oleadas rojas, con variantes, por Félix Arellano
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Una nueva ola de gobiernos de izquierda se está posicionando en América Latina, pero no podemos decir que se repite de forma mecánica la ola roja del pasado reciente; adicionalmente, ni las de ayer ni las actuales son homogéneas. Incluso, si alguno de los gobernantes se repite —como podría ser el caso de Ignacio Lula Da Silva en Brasil— no supone reeditar su experiencia pasada, pues nos enfrentamos con cambios, tanto en el contexto como en el proyecto.
Tales oleadas aprovechan las condiciones estructurales en cada país, agravadas por las perversas consecuencias de la pandemia del covid-19, para desarrollar narrativas que prometen cambios profundos, en realidad irreales; pero que estimulan las expectativas de la población, en particular de los más vulnerables. En realidad, no resuelven los problemas existentes y crean nuevos, pero su objetivo es el poder.
La política, como espacio para el debate de ideas y construcción de proyectos de progreso, bienestar social y equidad, sostenibles y sustentables; se desvanece en un ambiente de enfrentamientos, exclusión y violencia; que desperdicia oportunidades, afectando a la sociedad en su conjunto y con mayor intensidad a los más vulnerables.
Las propuestas de centro que intentan promover equilibrios, facilitar la convivencia y la gobernabilidad, están perdiendo terreno en la mayoría de los países; por el contrario, se está fortaleciendo la polarización radical, lo que pareciera conducirnos a nuevas décadas perdidas en términos de progreso y bienestar
Incluso en los Estados Unidos, para las elecciones de medio término del Congreso previstas para el mes de noviembre, la polarización y el radicalismo están dominando la escena. En el Partido Republicano se consolida el liderazgo hegemónico del expresidente Donald Trump, promotor de una rígida agenda conservadora.
Al observar las oleadas rojas se podría interpretar que como un conjunto presentan un carácter homogéneo; empero, aunque los gobiernos se definan de izquierda, nos encontramos con una situación compleja, heterogénea, entre otros, pues la historia no se repite, los tiempos y las personas cambian y las circunstancias cambian, en algunos casos radicalmente.
Los gobiernos de izquierda pueden coincidir en aspectos como la narrativa social, la lucha contra la pobreza, la discriminación social. En el discurso, se pueden presentar amplias coincidencias; empero, en la práctica difieren los mecanismos de acción. Los más radicales adoptan políticas contrarias a la propiedad privada y al libre mercado, recurriendo incluso a las expropiaciones, que destruyen las pocas oportunidades que existen y espantan a potenciales inversionistas. Los menos radicales, por el contrario, adoptan programas institucionales, mecanismos de subsidios e incentivos sin alterar el mercado ni la propiedad privada
Otro tema en el que se aprecian coincidencias tiene que ver con la narrativa antisistema, en especial el ataque al papel de los Estados Unidos. En términos generales los discursos antisistema resultan repetitivos; empero, en la práctica saltan las diferencias, entre otras, en la intensidad del discurso y de las acciones que desarrollan. De nuevo observamos que los más radicales llegan incluso a la ruptura de relaciones con los Estados Unidos y desarrollan unas estrechas relaciones con países autoritarios y antisistema, como China, Rusia, Irán y Corea del Norte, en clara provocación contra el sistema.
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En este contexto, encontramos contradicciones interesantes, como los desafiantes discursos que apoyaba el presidente Rafael Correa de Ecuador en el marco de la ALBA contra los Estados Unidos, pero mantenía el dólar norteamericano como la moneda oficial de su país. Más recientemente tenemos el caso del presidente Andrés Manuel López Obrador de México, quien pasó varias décadas luchando por alcanzar la presidencia, con un discurso contra el imperio y un rechazo frontal contra el acuerdo de libre comercio; empero, las paradojas de la vida, al asumir la presidencia le ha correspondido defender el acuerdo, contra las maniobras destructivas del presidente Donald Trump.
El manejo de la política económica y sus diversos instrumentos e instituciones se presenta como otra variable que genera diferencias entre los diversos gobiernos de izquierda en la región.
Los radicales, con sus posiciones de rechazo al mercado y al sistema, desarrollan políticas más contradictorias, discrecionales, erráticas; presentadas con un discurso social en la defensa de los mas débiles, pero en la práctica tienden a empobrecer la población para lograr un mayor control social.
En otros casos de políticas menos agresivas, tienden a desarrollar estrategia de contenido discrecional, que tampoco resultan muy efectivas para promover crecimiento económico y bienestar social. Es lo que actualmente se puede apreciar en México, Argentina, Bolivia, en alguna medida en Perú y se mantiene la incertidumbre con Colombia.
La lucha contra la corrupción constituye otra materia de amplia coincidencia en los gobiernos de la oleada roja, en el debate político por lograr el poder, se presenta como una de las banderas fundamentales y se utiliza como tema contra la política y los políticos, luego al asumir el poder, la corrupción, las políticas clientelares, los sobornos, la falta de transparencia son las prácticas cotidianas y, la crítica y la denuncia son reprimidas brutalmente; es decir, el denunciante paga las consecuencias, el corrupto goza de impunidad.
Ahora bien, son los temas de los derechos humanos, las libertades, la institucionalidad democrática y en general los valores liberales; los que se constituyen en el epicentro de las contradicciones. En la fase de la lucha política por el poder, los representantes de la oleada roja se presentan como los defensores fundamentales de los derechos humanos, luego, al llegar al poder, los radicales, con el objetivo de perpetuarse, inician un proceso sistemático de destrucción de las instituciones democráticas y violación de los derechos humanos fundamentales.
Adicionalmente, conviene destacar que los gobiernos radicales de la oleada roja promueven una campaña de desprestigio contra las instituciones que defienden los derechos humanos; en particular, las organizaciones no gubernamentales. En esencia, rechazan cualquier mecanismo de control o denuncia que haga evidente sus arbitrariedades. Los menos radicales se amparan en la visión rígida de la soberanía y la autodeterminación y, en el fondo, se hacen cómplices silenciosos del deterioro de los derechos humanos.
Afortunadamente, podemos destacar el caso del presidente Gabriel Boric en Chile, quien en su corto periodo de gobierno se ha mantenido firme en la defensa de los derechos humanos, como una institución de carácter universal. La sólida posición que ha asumido, le está ganando el rechazo de los radicales de la oleada roja, que ya lo califican como «representante de una izquierda cobarde».
No es fácil con hambre, pobreza, marginalidad, exclusión estar alerta ante las manipulaciones de los movimientos radicales de diversas ideologías; en consecuencia, resulta fundamental el papel de la familia, la educación y la sociedad civil organizada para apoyar a los más débiles en la reflexión argumentada para poder enfrentar la guerra híbrida de los autoritarismos que están amenazando los valores liberales. Pareciera que la oleada roja en su mayoría está más interesada en el poder, que en el bienestar de la población.
Félix Arellano es internacionalista y Doctor en Ciencias Políticas-UCV.