Operaciones especiales: Lioness, por Ángel R. Lombardi Boscán
Las series siguen imponiendo supremacía. Y si bien su boom algo ha decaído es el perfecto complemento de las películas. El cine es muchas cosas a la vez: industria, entretenimiento, arte y propaganda. En el caso que nos ocupa es básicamente propaganda de Estado. La mejor forma de publicitar a un imperio y como éste es capaz de derrotar a sus enemigos. Que esto sea conocido, admirado y aprobado es ya misión cumplida: un caramelo de cianuro.
«Operaciones especiales: Lioness» es una serie del año 2023 que le lava la cara a los Marines y a la política exterior de los Estados Unidos. Bien hecha y con todos los recursos fílmicos de una producción boyante al mejor estilo del Hollywood pendenciero alineado con la Casa Blanca y el ejército. Maquiavelo en el apartado XII de su esencial: «El Príncipe» (1532), estableció que los cimientos del estado antiguo y moderno recaía en el ejército y sus leyes. Y esto es prácticamente un desiderátum para los Estados Unidos.
Nicole Kidman y Morgan Freeman conforman un reparto de lujo aunque apenas aparezcan. Hay tres protagonistas y las tres son mujeres: Zoe Saldana, Laysla De Oliveira y Stephanie Nur. Su tema es el terrorismo y como los Marines, la CIA, el Departamento de Estado y la Casa Blanca son los amos del mundo. Al terrorismo de los árabes los Estados Unidos imponen otro terrorismo, el propio, el de Estado.
Nos quieren convencer que ese sí es legal, patriótico y bueno. «Operaciones especiales: Lioness» es propaganda dura y pura a favor de los Estados Unidos y su ejército imperial extra fronteras.
El mensaje es claro: nadie nos puede ganar. Ya despachamos a los hijos de satán de la liga comunista y ahora vamos por los pérfidos descendientes de Saladino y su despiadada guerra asimétrica.
En nombre de la Democracia de los Estados Unidos la lucha contra el terrorismo mundial se hace y se hará sin paliativos de ningún tipo. Razón por la cual se nos muestra a los mejores soldados; el mejor armamento y la mejor logística para el espionaje y vigilancia. Y también como se maniobra con las leyes como si fueran de plastilina acomodándose al fin último: el predominio de la fuerza y no de la razón.
Al enemigo se le liquida. Ese es el principal mensaje. Se le infiltra y se le liquida. Las normas internacionales con sus leyes y convenciones las ignoran olímpicamente. Un doble rasero que nos lleva al Estado fascista al servicio de los grupos de poder y no de la sociedad. La hipocresía como norma de comportamiento diplomático.
«Operaciones especiales: Lioness» es plana y muy predecible. Pero eso es lo de menos ya que estamos ante un producto agresivamente ideológico que asume que los espectadores somos unos tontos y que se les puede practicar una lobotomía bajo el disimulo. El enemigo es presentado rico, muy rico, poderoso y maligno. Aunque tonto y moralmente rebajado: un enano mental, y hasta, cultural.
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Los asesinatos selectivos se ejecutan como medidas de prevención para evitar futuros atentados terroristas. Esta nueva doctrina hoy vigente en «tiempos de paz» corrobora lo que Randolph Bourne (1886-1918) delató al asumir que guerra es la salud del Estado. El final de “Operaciones especiales: Lioness” es paradójico, desconcertante y caótico. La marine asesina que cumplió con la Patria, no sin antes abrazar remordimientos de conciencia, se siente utilizada y decide renunciar a todo para poder salvar lo poco que aún queda vivo de ella.
Esto es interesante: soldados como asesinos y no como patriotas al servicio de nobles ideales. La confusión permite al autómata no plantearse problemas de conciencia. Los lavados cerebrales son el centro de todo reclutamiento forzoso en nombre de ideales que representan intereses minoritarios y privilegiados. La sociedad entera es engañada. Tanto la de los Estados Unidos como la global. Por eso “Operaciones especiales: Lioness” es un entretenimiento peligroso y para nada inocente.
Otro elemento a rescatar es el «ojo por ojo y el diente por diente». Una secuela de violencia en cadena y que se hereda de generación en generación. El axioma de que hay que prepararse para la guerra para garantizar la paz es un tanto absurdo y sigue ahondando en la tragedia. La paz es la excepción cuando lo normal es la guerra. Y la tregua, un estado de gracia, con la duración de un suspiro. «Desdichado el que llora, porque ya tiene el hábito miserable del llanto».
El hombre como lobo de sí mismo es la causa de la guerra y de todas sus lamentables y traumáticas secuelas para una vida civilizada de provecho creciente. Ese afán por dominar e imponer la vanidad suprema es nuestra caída permanente y la negación de la salvación por la virtud.
Ángel Rafael Lombardi Boscán es Historiador, Profesor de la Universidad del Zulia. Director del Centro de Estudios Históricos de LUZ. Premio Nacional de Historia.
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