Oposición a la medida, por Lauren Caballero
El gobierno conoce perfectamente bien a la oposición. Ha estudiado con detenimiento sus reacciones y arranques endocrinos durante los últimos dieciocho años.
El gobierno negocia siempre con la intención de mantener el poder o incrementarlo. Cuando no puede lograr este objetivo, se enfoca en dividir a sus adversarios para que la correlación de fuerzas le siga siendo favorable al chavismo.
Esto es lo que los máximos exponentes de la Realpolitik, entre ellos el florentino Nicolás Maquiavelo, consideran como una demostración de habilidad política. Cabe destacar que esta forma de actuación no tiene nada que ver con la visión dicotómica «bueno/malo», heredada de nuestra tradición cristiana occidental, que nos obliga a medir todo con la vara de las preconcepciones morales.
Cuando el gobierno negocia con los factores de oposición reunidos en la MDN, y entiende que se hace necesario ceder algunos espacios estratégicos con el fin de abrir el compás para un nuevo escenario político que le sea menos conflictivo (seguramente producto de las presiones internas del chavismo moderado), se asegura de que la entrega circunstancial de esos espacios no signifique fortalecer demasiado a su «enemigo histórico». Otras veces trabaja para generar la percepción de que la nueva situación es producto de la traición de alguna facción de oposición.
Siguiendo este orden de ideas podremos comprender entonces por qué era necesario para la élite gubernamental que fuese la propia oposición, y nadie más, quién efectuase la solicitud de «omisión legislativa» ante el TSJ. Si cualquier ciudadano distinto a los máximos representantes de partidos políticos opositores que hacen vida en la MDN, hubiera ido a introducir la mentada solicitud, tal situación habría hecho más difícil explotar, para el gobierno, el infantilismo opositor que permite seguir generando divisiones insalvables.
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Ceder espacios momentáneamente para obtener una victoria política sobre un adversario desordenado, torpe e incapaz de explotar ventajas tácticas, es pilar de la estrategia del bloque hegemónico.
Nadie se sienta en una mesa de negociación para perderlo todo. No se llamaría mesa de negociación, sino mesa de rendición. Y esto aplica por igual para demócratas o autócratas, conservadores o liberales, capitalistas o comunistas.
El gobierno está consciente -como lo están la mayoría de analistas y dirigentes opositores que han escrito sobre el asunto del CNE y las elecciones por estos días- de que si por alguna razón la oposición logra cohesionarse y organizarse para dar la batalla electoral en las actuales condiciones, el chavismo sería barrido definitivamente del escenario parlamentario. Esto obligaría al bloque dominante a tomar ciertas decisiones que probablemente tendrían un costo enorme y podrían abrir fisuras importantes en su base de apoyo.
Pero la élite al frente del Estado conoce los corazones de sus enemigos. El madurismo sabe de antemano cómo reaccionarán y explota magistralmente las carencias y miserias de una dirigencia que no está a la altura del momento histórico/político. Lo hace, no solo mediante sus propios voceros y laboratorios, sino que para ello utiliza a la propia oposición.
Visto desde esta perspectiva pareciera que, para esta generación biológica, no hay salida hasta que no surja una nueva generación política.
Para describirlo utilizando una conceptualización popularizada por los clásicos de la ciencia política, podríamos decir que los venezolanos estamos en una situación previa al «estado de naturaleza». Preocupante es que ese estado de naturaleza pueda ser como el descrito por Hobbes, quién asimilaba tal situación al estado de Guerra.
No cabe duda de que en Venezuela la política ha rebasado todos los cánones del derecho. El pacto social y el marco jurídico son incapaces de encausar las diferencias de los diversos grupos que pugnan por el poder a lo interno del país. ¿Quiere decir esto que para las fuerzas democráticas todo se vale? ¡De ninguna manera! Antes bien, el enfoque principal de los demócratas debe ser restituir el contrato social construyendo opciones democráticas para forzar al adversario a jugar en el terreno de la voluntad popular.
Sin embargo, pienso que no habrá salida mientras que la propia oposición se empeñe en cerrarse las puertas a sí misma y, bien por mezquindad, por intereses oscuros o falencias intelectuales, no les interese salir.