Orígenes paganos de la Navidad, por Carlos M. Montenegro
Alrededor de dos mil millones de personas celebran cada año el nacimiento de Jesús de Nazaret, en la Palestina ocupada por los romanos hace dos milenios. Según los Evangelios de Mateo y Lucas, divulgados entre 70 y 90 años después de los acontecimientos que narran, Jesús nació de madre virgen, se salvó de ser asesinado por orden del rey, fue adorado por tres Magos llegados de tierras lejanas guiados por una estrella.
La Navidad es tal vez la fiesta más extendida del mundo en la actualidad. Aunque nos ha llegado como una festividad religiosa ligada de forma muy especial al cristianismo, sus raíces son mucho más antiguas. Durante el siglo XX se han modificado hasta perder, en parte, ese valor espiritual terminando por ser apenas una época de reuniones familiares con intercambio de regalos.
Hasta llegar a ser ese conjunto de luces de colores en abetos atiborrados de adornos, imágenes angelicales, regalos y villancicos, fueron milenarias las celebraciones previas en las que la Navidad fue compilando leyendas y tradiciones de todo tipo, adaptándolos para sus festividades e incorporándolos a su liturgia.
La fiesta pagana más cercana a las celebraciones navideñas occidentales fueron las Saturnales romanas dedicadas al dios Saturno. Comenzó durando un sólo día, pero los sucesivos emperadores fueron alargándola hasta que con Domiciano (51-96 dC), transcurrían del 17 al 23 de diciembre. Se daba la libertad a algunos esclavos que se sentaban a la mesa de sus señores, se aplazaban ejecuciones y operaciones militares y se realizaban banquetes públicos donde se intercambiaban regalos.
Lea también: Nicolás en Maiquetía, por Tulio Ramírez
La Saturnalia alcanzó un gran arraigo en los estratos populares a todo lo ancho y largo del imperio como Fiestas de Invierno en los que se mantuvo el hábito de regalar y se organizaban festines, bailes, espectáculos, y hasta desenfrenadas orgías.
Cuando el emperador Constantino aprobó que los cristianos practicaran su religión libremente convirtiéndola prácticamente en religión oficial del Imperio el año 325 durante el Concilio de Nicea, produciendo un cambio sin precedentes en el Imperio: Roma pasó de ser un régimen imperial politeísta a otro monoteísta.
Los cristianos decidieron asentar la celebración del nacimiento de Jesús (natividad o navidad) en las mismas fechas que la Saturnalia, intentando así que la asimilación de los paganos fuese más sencilla.
La fiesta fue adoptando las particularidades de otras fiestas, como el Yule nórdico o la costumbre celta de guardar árboles perennes, como los abetos, en las casas durante el invierno como símbolo del próximo renacimiento de la naturaleza con la llegada de la primavera.
Sin embargo gran parte de las tradiciones de la Navidad que hoy practican los cristianos, especialmente católicos, provienen de la Edad Media. La formidable expansión que vivió la religión cristiana en esta época, hizo que las costumbres navideñas cristianas se fueran asentando, siendo prácticamente la mismas que han llegado hasta nuestros días, con pocas variantes. Estas efemérides se reflejan en nuestro calendario: el 25 de diciembre se celebra el nacimiento del niño Dios, la matanza de los inocentes ordenada por Herodes, el 28 de diciembre, la circuncisión del niño el 1 de enero, y el 6 de enero la visita de los Magos de Oriente.
De la Edad Media también proviene la representación de los Reyes Magos, el roscón de reyes y el Portal de Belén. Al siglo XVIII y XIX le debemos la costumbre de tomar doce uvas en Nochevieja o el personaje de San Nicolás, Papá Noel o Santa Claus, según el país. El siglo XX, con el surgimiento del marketing hizo que la Navidad comenzara a relacionarse con hábitos consumistas equiparándose por imitación al modelo anglosajón, aunque hay países que gustan de preservar ciertas formas ancestrales propias.
Esta pérdida parcial de los valores religiosos, o su paso a un segundo plano, y la eficaz labor que desarrollan países como los Estados Unidos para exhibir su modo de vida, han facilitado la llegada de la Navidad a lugares en los que históricamente no era tan común o no se celebraba. Es frecuente ver países de Asia y África que no poseen una tradición cristiana, o en los que esta religión tiene poca presencia, pero que al final han acabado por asimilar las celebraciones propias de los países occidentales.
Entre ese batiburrillo de expropiaciones no es fácil separar el grano de la paja, distinguir lo histórico de la fábula, así que no parece relevante buscar una explicación a la estrella de Belén, como han hecho algunos astrónomos desde tiempos de Kepler, quien la relacionó con una triple conjunción de Júpiter y Saturno.
Como ejemplo, el Evangelio de Mateo en su mezcolanza de hechos históricos, mitos, tradiciones y símbolos judaicos, presenta a un Herodes (el rey de los judíos que no era judío), como un inútil incapaz de localizar a un niño en su diminuto reino, hasta el punto que debió ordenar una escabechina infantil similar a la del faraón en tiempos de Moisés, de la que al parecer solo hay constancia en su Evangelio; supuestamente trataba de evitar presentar a Jesús como un nuevo Moisés para el nuevo Israel, algo que en el mejor de los casos luce insólito. La fiesta de la Epifanía del 6 de enero es mucho más antigua que la propia Navidad; sobran también ejemplos pretéritos del rito de las ofrendas de los Reyes Magos convertido hoy en la tradición de los regalos de Navidad.
Personajes que reparten regalos en Navidad y Año Nuevo, los encontramos en diversas culturas y leyendas locales. Son el caso de Tomte, el espíritu nórdico que reparte regalos entre los niños; La bruja Befana que hace lo propio con los niños italianos; los gnomos; el Sinter Klaas holandés; el Father Christmas británico; el Rey Sagrado; el Dios céltico del Año Viejo…
Sobre los Magos de Oriente, sólo en el Evangelio canónico de San Mateo se habla de ellos: “Nacido, pues, Jesús en Belén de Judá en los días del rey Herodes, llegaron del Oriente a Jerusalén unos magos…”. Es desde los Evangelios apócrifos de donde nos llega a la tradición cristiana de la adoración de los reyes y otros aspectos del nacimiento de Jesús. Pero en el citado Evangelio, como en el apócrifo Evangelio de Santiago, no se dicen los nombres, ni el número ni de qué territorios eran reyes.
Quién lo iba a decir…