«Original-original» o «imitación de calidad», por Tulio Ramírez
ACME es una marca ficticia que aparece en los dibujos animados de Warner Bros. Todo aquel que creció en los años 60, 70 y 80 del siglo pasado, sabe de lo que hablo. Los productos de esta marca eran los comprados por el Coyote para atrapar al Correcaminos. Nunca conocí la empresa de transporte que se los hacia llegar al desierto de Arizona, pero al parecer era más eficiente y oportuna que Amazon.
El nombre proviene de la palabra griega «akme», que significa «el punto más alto» o «el apogeo». Sin embargo, su uso en los dibujos animados es irónico, ya que los productos solían tener el efecto contrario de lo que se suponía debían hacer. Así, un explosivo estallaba en las narices del Coyote cuando revisaba por qué no había funcionado. El Coyote siempre perdía sus reales, no atrapaba al Correcaminos y por si no fuera suficiente, terminaba golpeado y maltrecho.
Aventuras similares las está viviendo el venezolano en su cotidianidad. Es vox populi que buena parte de los repuestos para carros, zapatos deportivos, jeans, herramientas y electrodomésticos que compramos son fabricados como imitaciones y presentados en el mercado con los nombres de las marcas originales.
En verdad que los tiempos han cambiado. Cuando yo era muchacho también se vendían imitaciones de productos originales. Fue la época en la que los japoneses imitaban las mercancías de otros países pero sin la misma calidad. Uno paseaba por la Avenida Baralt y se te acercaba un tipo para venderte un reloj SEYKO “original” por 4 fuertes (20 bolívares de los que sí valían), pero no caías en la trampa porque cuando lo detallabas, la marca decía SEIKON. Si al final lo comprabas, no pagabas más de 1 fuerte y el hombre se iba contento.
También ocurría que llegabas a la quincalla de los chinos y comprabas un juego de destornilladores marca Staynless. Evidentemente era una imitación de la prestigiosa y duradera marca norteamericana Stanley, fabricado en Connecticut, Estados Unidos. La versión china que se compraba era tan mala que al usarlos se doblaban como una “u” al primer pelón del tornillo. Indudablemente que sabías en donde te estabas metiendo. Nadie te engañaba. Eran imitaciones avisadas y su mala calidad era previsible. Además el precio ridículamente bajo con respecto al original era un indicio demasiado sonoro.
Hoy la situación es otra. Usted jura que el repuesto que compró para el automóvil o la nevera es el original. Algunas señales te dan confianza. La caja lleva el nombre de la marca del prestigioso fabricante, por otra parte se especifica en un costado del envase que es un producto importado del país donde está la archiconocida fábrica y lo compró en un establecimiento serio. Cuando usted confiado se lo da al mecánico o al técnico, este le dice “patrón, ojalá este repuesto sea original” ¡Queeeeeé!
Resulta que la nevera a los quince días deja de enfriar o se quema la pila de la gasolina del carro. Usted indignado va al establecimiento donde compró el repuesto y le dicen “mire caballo, usted no especificó si quería el original-original o la original-imitación”. Ante nuestra cara de consternación, el vendedor nos remata “recuerde que usted dijo que esperaba que fuese barato porque la cosa está jodida. Por eso le di el que se llevó. Pero esa es una imitación buena. Nunca he tenido quejas. Ese fue el técnico que la colocó mal”.
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A diferencia del Coyote, quien por su larga relación comercial con la empresa ACME ya sabe que lo que vaya a comprar, saldrá defectuoso, en nuestro caso sabremos que es una imitación de mala calidad solo cuando nos estalle en la cara. No hay manera de averiguarlo antes.
Estamos tan acostumbrados que hemos llegado a un nivel de resignación tal, que rezamos para que el artículo que vayamos a comprar, si no es el original, por lo menos sea una “imitación de calidad”. Desde esta lógica nos hemos dejado cantar el tercer strike sin tirarle y hemos aceptado mercancías, partidas de nacimiento, sentencias, credenciales diplomáticas, títulos universitarios y currículos, que bien merecen llevar la marca ACME por ser más chimbos e inútiles que teléfono de pabilo y vasitos.
Tulio Ramírez es abogado, sociólogo y Doctor en Educación. Director del Doctorado en Educación UCAB. Profesor en UCAB, UCV y UPEL.
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