Ortega contra La Prensa y la iglesia, por Gregorio Salazar
Twitter: @goyosalazar
Después que el dictador nicaragüense Daniel Ortega expulsara a 18 monjas de la orden Misioneras de la Caridad, fundada por la Madre Teresa de Calcuta, no queda rastro de duda de que está dispuesto a rebasar cualquier umbral de la incivilidad y de lo inhumano en su paranoica obstinación de mantenerse en el poder hasta la muerte.
En su furor tiranosaurio, con el respeto por esas bestias antidiluvianas, Ortega sigue barriendo con lo que resta en la sociedad nicaragüense, ya no de resistencia a su poder omnímodo, sino con todo lo que es distinto: iglesias, medios, ongs, fundaciones de la sociedad civil, todo lo que clama, lo que denuncia, lo que da solidaridad o busca dar una bocanada de oxígeno democrático.
No lo encontrarán en un país donde todo está bajo el control del dictador y su esperpéntica consorte Rosario Morillo, vicepresidente y lugarteniente durante estos últimos 16 años corridos en el poder. Curioso resulta que del 37, 99 % de los votos que Ortega obtuvo en el 2006, pasara a 62,00% en 2012; a 72,50 % en 2017 hasta alzarse, según las cifras de su propio poder electoral, con el 75,92 % de los sufragios en el 2022.
Si no fuera porque esos triunfos estuvieron precedidos por una feroz persecución a los partidos y la detención de hasta siete candidatos presidenciales más una astronómica abstención, los fríos números significarían que Ortega mientras más atropella, más libertades coarta, más se corrompe y corrompe, más asesina (400 muertes en 2019) para mantenerse en el poder, más popular y querido sería por los votantes de su país. O sea, tres de cada cuatro nicaragüenses viven felices en medio del dantesco panorama que los circunda. Si no fuera por lo cínico y lo trágico, sería para carcajearse.
En los últimos días, las imágenes de sacerdotes secuestrados en sus propias iglesias, la detención del obispo Rolando Álvarez, cinco sacerdotes y tres laicos, todo sobre un fondo de esculturas religiosas destrozadas y arrojadas a las calles, han dado la vuelta al mundo. No hay barrera ante la que se detenga el sátrapa centroamericano.
La otra línea de ataque, obviamente, ha sido históricamente contra la prensa crítica. En tiempos recientes cerró Confidencial y 100 % Noticias. Pero es contra La Prensa, el nonagenario periódico de la familia Chamorro y el más leído en Nicaragua, que Ortega se ha lanzado con saña demencial. Ya en agosto del 2021 la policía del régimen ocupó su sede y ahora, el 23 de agosto, dio un nuevo zarpazo al apoderarse de su inmueble, la rotativa y una imprenta comercial.
Qué triste paradoja la del ex guerrillero sandinista que luchaba por la libertad contra la dictadura somocista. A ese régimen, le gustaba presumir que una prueba fehaciente de su talante tolerante era que La Prensa, que lo combatía a fondo, siguiera circulando. Ortega no llega ni a eso.
En 95 años La Prensa y sus conductores han vivido allanamientos, censura, cárcel, destierro y hasta el asesinato de su director Pedro Joaquín Chamorro Cardenal. Ha sido un ave fénix de la lucha por la democracia en Nicaragua y no dejará de serlo por presos o desterrados que estén sus mentores.
Cierre, ocupación, robo y desmantelamiento. Mire qué casualidad, los mismos pasos que aquí se siguieron en la barrida contra Radio Caracas Televisión y El Nacional. En la persecución a la prensa libre el régimen de Ortega y el de Maduro se asemejan como dos gotas de agua. Pero, ojo, venezolanos: no ha sido – y si lo dejan– no será lo único.
Gregorio Salazar es periodista. Exsecretario general del SNTP.
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