Oto, el pirata mantiene intacta su identidad más allá de las generaciones
El musical presentado por primera vez en 1994 y que desde 2014 no había vuelto a escena, regresó triunfal a una nueva temporada en el Teatro Teresa Carreño y se despide este domingo 13 de julio. La obra sigue las aventuras de Oto Dorado Cachumbambé, un hijo de esclavos que se convierte en el líder de un ejército disparatado que a punta de patilla, mango, coco y cambur enfrenta a una banda de piratas que solo quiere encontrar un botín de chocolates. Una historia de hermandad, coexistencia e identidad
Hace 29 años, cuando se estrenó el musical Oto, el pirata, hablar de representación no era siquiera un tema en perspectiva. Quienes asistimos por primera vez a esta obra como un exigente público con menos de 10 años de edad, nos reímos por casi dos horas siguiendo las aventuras de un protagonista moreno, hijo de esclavos llamado Oto, al que llamaban Caraoto. Y sin saberlo muchos niños y muchas niñas criollitas, morenas, pelo alborotado podíamos vernos así: dorados, estelares, protagonizando.
Los niños y niñas de 1994 no teníamos en la mano una extensión llamada teléfono móvil, ni videos, aplicaciones o plataformas que nos mantuvieran hipnotizados durante horas: solo teníamos la risa fácil, un juego de luces para viajar al fondo del mar con la imaginación, la sonoridad musical y la narración de Simón Díaz, que nos contaba este cuento en la patica de la oreja.
Casi 30 años más tarde, la magia sigue intacta. Cuando la niña Gabriela y sus dos amigos abren el libro que guarda la historia original, la misma que imaginó y le contó muchas veces la autora Adriana Urdaneta a su hija por las noches, deja de ser la sala Ríos Reyna del Teatro Teresa Carreño y se convierte en una travesía por selvas y barcos. La voz irremplazable del tío Simón inunda el espacio, guardamos silencio y prestamos atención. A los 5 años, a los 14 años, a los 40 años.
Entonces salta a escena ese protagonista zalamero, aventurero y divertido que se reluce con una chaqueta dorada para dejar de ser Caraoto y convertirse en Oto Dorado Cachumbambé. «Oto Dorado Cachumbambé, Oto Dorado Cachumbambé, Oto Dorado Cachumbambé…» estaremos cantando en seguidilla durante días.
Oto brinca de un lado a otro porque domina los secretos de la selva amazónica en la exótica frontera venezolana con Brasil, pero al mismo tiempo soñaba con el mar. Las frutas eran las armas de un ejército un poco disparatado que se alimentaba del poder del trópico: patilla, coco, mango, naranja, piña y cambur, un desfile que todos recitamos como si estuviéramos en el mercado cerca de casa.
La fauna criolla con las guacamayas y las cotorras marcaban el grito de guerra: ¡Cacacaaaaaa! y de inmediato nos poníamos la palma abierta y vertical en la frente para crear nuestro propio copete.
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La risa explota apenas Oto intenta ponerle orden al ejército. Unos al revés, otros de cabeza, unos sin entender qué es a discreción y en medio del desorden, el peculiar castigo: ¡Amuñuñaaaaados! y mientras peor se portan más amuñuñe hay.
Una generación en medio
La última vez que Oto zarpó de los escenarios fue en 2014 y una sucesión de eventos lo mantuvo lejos durante estos nueve años en los cuales una generación dejó de verlo. La esencia del relato es la misma pero hay una energía de renovación que se siente como si estuviera debutando, aunque lleve tres décadas de tradición.
La increíble exigencia física destaca al mismo tiempo que el entusiasmo. Es una puesta en escena que mantiene el ritmo de las peripecias casi gimnasticas del elenco, encabezado por un enérgico Oto que interpreta Luis Leonel Palacios; bajo la tutela de Brixio Bell, director del musical que lleva el especial orgullo de haber representado al primer Oto de aquel 1994 y Luz Urdaneta, hermana de la autora de la obra y directora artística de este montaje.
Cada escena permite destacar el talento de los bailarines y la impecable coreografía ejecutada por Danzahoy hacen de este musical un espectáculo interactivo en el que de pronto el público pasa de aplaudir, a ver una estampida de piratas correr por los pasillos o en medio de los asientos, pasar por encima de la cabeza de los más pequeños y hacerlos gritar: «Arggggggg» como una obediente tripulación que sigue a Calicolás (interpretado por Luis Ledrick), el líder de los piratas que pierde un importante botín de tesoro por estar enamorado: «¡¡¡¿Y los chocolaaaates?!!!»
Simón Díaz se hace inmortal en la cadencia de su voz. Una narración que mantiene la identidad de este relato y la traspasa de generación en generación. La ingenuidad del primer enamoramiento, los sueños, la picardía, la necesidad de convivencia y el respeto por el otro van navegando sin pretender dar lecciones, muy entrelazados con la historia del país. Y al mismo tiempo hay bochinche, suavidad, estruendo y ternura. Las emociones de la infancia.
Después de casi dos horas de música, baile, cuentos e historia, el elenco lleva a buen puerto esta producción que ya es un clásico de la venezolanidad. Pero Oto, el pirata se despide de esta nueva temporada este fin de semana: sábado 12 y domingo 13 de julio, con dos funciones en la sala Ríos Reyna del Teatro Teresa Carreño, una oportunidad de disfrutar de este tesoro que esperamos vuelva pronto.