Ozark: crimen y familia, por Ángel R. Lombardi Boscán
OZARK, es la banalidad del mal en todo su esplendor, tesis ésta que se la debemos a Hannah Arendt (1906-1975), brillante pensadora alemana. OZARK es una referencia a la sordidez entre humanos alrededor del dinero y unas ansias de lucro desmedidas, incontrolables. El Dinero como elemento supremo de una voluntad de vivir trágica y transgresora chapuceando desde el barro maloliente. Cuando vemos el esplendor reluciente de ciudades como Dubai en las cercanías del Golfo Pérsico con su Burj Khalifa, el rascacielos más alto del mundo (828 metros) erigido en pleno desierto, uno llega a pensar que se trata de un emprendimiento legítimo, de unas tribus árabes que se modernizaron en los negocios aprovechando la lotería del petróleo en el subsuelo.
No obstante, básicamente, todas las fortunas tienen un origen penoso, fraudulento. Detrás de las fachadas luminosas se esconde el narcotráfico, el lavado de dinero y la venta de armas junto a otros negocios turbios que las leyes sociales condenan y castigan pero que forman parte del llamado “sistema”.
Así vemos en OZARK, otra buena serie bajo los auspicios de Netflix, la conjunción de un FBI que incurre en actividades corruptas para atrapar a las bandas corruptas. A una familia clase media estadounidense convencional que asume una normalidad falsa porque sus progenitores decidieron tratar con delincuentes pretendiendo con ello obtener recompensas desde la ilusión de que podrían zafarse sin apenas daños.
A los narcos mejicanos y su tendencia a una crueldad sin límites con tal de prevalecer desde la fuerza del miedo dirigido a sus rivales. Una familia disfuncional sureña, poblada de criminales de poco pelo aunque con “sentimientos” acerca de un renacimiento social indisimulado desde el más grande rencor. Y finalmente, una pareja de sociópatas, campesinos rurales, cultivadores inocentes de “amapolas”, con “principios” como el respeto, lectores de la Biblia y otras tonterías caballerescas que no tienen reparo en matar a los rivales sin pestañar.
En OZARK la misericordia está ausente por completo, sólo existe la traición o la gratitud. El punto medio es un espejismo filosófico. En cristiano significa que en los negocios no hay amistades ni nexos consanguíneos que valgan
Shakespeare, una vez más, en todo su esplendor, sólo que sin reyes asesinados ni mujeres fatales como Lady Macbeth. La traición como resultado de la ambición sin límites y la gratitud la contraprestación de los favores recibidos. Para ganar hay que golpear y los comportamientos decentes son la apariencia de una hipocresía social institucionalizada. Y con todo, estos malhechores, invocan los más elevados principios como respeto, familia, leyes, lealtad, honor y Dios como códigos de conducta de una tradición para justificar el autoengaño y la tropelía de pecados.
Muchas subtramas, bien llevadas, y sostenidas por la pareja actoral Bateman-Linney. Una vez más, nos encontramos con la premisa de que sólo dos buenos actores pueden arrastrar la carroza hacia el éxito. Los otros elementos secundarios de la serie, tampoco es que desentonan, sobretodo, hay un cuidado especial en aspectos claves como la producción alrededor de recursos grandilocuentes como la magnificencia de los escenarios naturales teniendo al río Misuri (el más grande de norte américa) y toda su majestuosidad como la joya de la corona. Pero son las dos historias en una de éste matrimonio “normal” lo que permite que OZARK se vaya tejiendo desde una violencia serena y unas culpas sin tormento.
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En OZARK hay recurrencias inevitables al clásico de los clásicos en éste tipo de tema: “El Padrino” de Francis Ford Coppola (1972) y acerca de la serie de las series: “Breaking Bad” (2008). Sólo que la originalidad de OZARK reside en la inmersión de la psicología de sus dos principales protagonistas, ambos analfabetos emocionales, incapaces de aceptar y reconocer abiertamente que son unos malvados sin redención. Es como dijo el criminal nazi Adolf Eichmann (1906-1962): “no se me puede acusar de cometer crímenes porque sólo cumplía órdenes”. ¿Problemas de conciencia? Cero, menos cero. Y de ésta misma forma, Marty y Wendy, sobrellevan sus tratos con criminales y políticos, que al parecer, y de acuerdo a los creadores de OZARK, conforman una misma especie de malandraje.
Marty Byrde (Bateman), es una personalidad opacada, un adicto al trabajo contable sin incentivos vitales hasta que los narcos mejicanos para los que trabaja le espabilan y le colocan en una encrucijada definitiva. Su “pasión” no nos conmueve porque es una víctima graciosa, es decir, acepta sin rebelarse un destino que sabe que le va a perder irremediablemente junto a los suyos. Marty Byrde, termina siendo irreal, porque su capacidad para evadir peligros no es común a menos que pensemos que su comportamiento anodino es un mecanismo de sobrevivencia único en una jungla de animales de presa voraces. Quizás, esa pasividad ontológica, esa voluntad del desgano y opacidad pública, sea la clave de su éxito como mediador entre rivales irreconciliables.
Uno supone que en algún momento Marty Byrde va a explotar y reparar tantas humillaciones por las cuales transcurre su vida infeliz. Pero que va: su rutina preferida es agachar la cabeza y resolver como mediador desde unas lealtades siempre ambiguas. Ya veremos que nos deparará la continuación de ésta saga criminal en su tercera temporada, porque lo que está claro, de acuerdo a la forma abrupta en que terminó la segunda temporada, es que tendrá su continuación. Esto que es legítimo para el negocio de las series puede también ser una completa omisión, y con ello nos referimos a la incapacidad de saber cerrar las buenas historias, como es el caso de OZARK.
Director del Centro de Estudios Históricos de LUZ