¿Pa’ dónde irá?, por Teodoro Petkoff
El casi impredecible acertijo electoral del Perú finalmente se resolvió: ganó Ollanta Humala, por un margen estrechísimo, que más que polarización política revela los miedos que tanto él como Keiko Fujimori suscitaron en el electorado. Una buena parte de los votantes ejercieron su voto no tanto a favor de uno como en contra del otro. Unos, temerosos del retorno del pasado fujimorista; otros, asustados ante la perspectiva de un gobierno a la Chávez.
Pero en la votación de Humala existe un porcentaje significativo que sí fue a su favor y no sólo en contra de la hija de Alberto Fujimori. Fueron los votos de la siempre deprimida provincia peruana, en particular la del sur del país. Perú es hoy uno de los más contradictorios países del continente. Su economía tiene un sostenido ritmo de crecimiento, que comenzó, paradójicamente, desde los ya lejanos tiempos del «Chino» y se mantuvo tanto durante el gobierno de Toledo como durante el de Alan García. La macroeconomía peruana marcha viento en popa.
Sus números son excelentes y el talento de Toledo, así como el de Alan, fue el de no hacer olas en la macroeconomía, siguiendo en esto el ejemplo de Lula, quien no tocó la política económica que heredó de Cardoso, de modo que tanto en su caso, como en el peruano, ambos países contaron casi con veinte años consecutivos de estabilidad y crecimiento económico, a tasas siempre superiores al 5% anual y varias veces bastante cerca del 10%.
Pero, a diferencia de Brasil, donde Lula se apoyó en el crecimiento económico para adelantar una masiva política social, sin perturbar la macroeconomía pero tampoco sin rendirse idolátricamente ante ella, no considerando poco menos que pecaminosa cualquier política redistributiva. Producción de riqueza y redistribución deben ir de la mano, sólo así constituyen un conjunto sano. De lo contrario, millones de personas no ven para qué sirven cifras macroeconómicas que hablan de crecimiento del PIB si a ellas no les llega nada de esa riqueza.
Es el caso de Perú. Ni Toledo ni Alan (y en el caso de Alan es incomprensible), le prestaron verdadera atención a la cuestión social. El empobrecido sur peruano en los diez años de Toledo-Alan no sintió los efectos de las maravillas macroeconómicas de las cuales se jactaban sus gobiernos.
Ahora ha pasado factura. Es allí donde se concentra buena parte de la votación de Humala, es en ese sur frustrado, para el cual la tierra continúa siendo ancha y ajena. No se puede crecer económicamente sólo para que la parte que tiene más saliva en una población sea la que trague más harina. El Perú de los más pobres esperaba de sus gobiernos la acción que transfiriera (en educación, en salud, en infraestructura, en viviendas, en cultura) parte de esa riqueza de la cual se enteraban por los medios de comunicación, pero sin verle nunca el queso a la tostada.
Ahora, habrá que ver qué tiene en la bola Ollanta Humala. ¿Mirará más hacia su poderoso y próspero vecino brasileño, como parece indicarlo su discurso, o se orientará, como piensan aquellos que sostienen que desmarcarse de Chávez fue un truco de su parte, hacia la ya desvencijada y decadente Venezuela? No habrá que esperar mucho para saberlo.