Pablo Antillano, por Eloy Torres Román
Pablito, como te decíamos algunos amigos; hoy, experimento una doble realidad. Quiero decir, las lágrimas internas me humedecen el alma; las externas hacen lo propio con mis mejillas. Tu confirmada ausencia duele. Te extraño mucho. Siempre te quise y admiré y tal como le dije a mi hija, al presentártela en una de esas tantas reuniones a las que asistíamos: “Hija, este hombre es uno de las mentes más cultas de este país”. Tu cara era un poema; el tenue color de tu rostro, aumentó con esa expresión y tu barba incipiente, como siempre la llevaste, no lo pudo ocultar. “No, eso no es verdad”, respondiste. La sencillez dominaba tus emociones. Pablito, Pablo, duele tu partida, duele no verte más y no reír tu sonrisa y evidenciar que, como todos, eres mortal. Pero, carajo, es que yo siempre he querido que mis amigos, entre ellos tú, mientras yo viva, sean inmortales.
Aún recuerdo el aventón que me diste a la UCV, mientras te dejabas acompañar por el siempre presente amigo, Alberto Centeno. Salíamos, a plena luz de un medio día de un jueves cualquiera, de un local ubicado en Las Mercedes. Tú, siempre chistoso, me dijiste: “Eloicito, no nos dejes con la ganas; tomémonos un vino y yo te respondí: “acepto la invitación, pero no hoy. Tengo clases con mis estudiantes”. Tú reíste, y dijiste: éste si es vivo, siempre elude una provocación, para no brindar y tu risotada inundó el carro. ¡Qué vaina Pablito!
Mi esposa, Juie, recuerda hoy, dolida ella también, lamentarse por haber perdido una fotografía que nos tomamos los tres en Paris en una ocasión. Era el Barrio latino, las callejuelas de Saint Michel se adornaban con la belleza caraqueña de mi mujer, la elegancia discursiva tuya y con mi curiosidad faustiana. Ella, extravió esa fotografía. Quedó el recuerdo y lo tenemos in pectore; el mismo que palpita de angustia por resignarnos a que no nos veremos más, ni reiremos de tus ocurrencias, elegantes, por demás, por ejemplo, acerca de la contracultura.
Combinar un chiste con un elemento filosófico, fue tu característica y tu sello inconfundible. Un ejemplo válido, justamente, en la ciudad de las luces, durante esa tarde, los tres discutíamos acerca del cineasta polaco Andrei Wajda y su película “Cenizas y Diamantes”, interpretada por el actor, también polaco, Zbigniew Zibulsky. Dijiste: ese actor fue un verdadero “rebelde con causa” que desafiaba el control soviético y comunista con magistrales actuaciones. Fueron tus palabras conclusivas.
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Escucho la canción de Alberto Cortez “Eran tres” y se me achica el alma y el corazón, pues te coloco en esa misma tónica estética. Ya no son tres, son cuatro. Pablo Neruda, Pablo Picasso y Pablo Casals; ahora eres tú, Pablito, Pablo Antillano. Igualmente me viene a la memoria el dialogo entre el viejo Gisors y su nuera, viuda de Kyo, el héroe de la novela “La Condición humana” de Malraux. Ella le dice al suegro: ¿qué sentido tiene la vida, 9 meses en un vientre y sólo sirves para morir? El viejo sabio, rechazando el opio, prefiere aferrarse al recuerdo de su hijo, le lleva la contraria y responde, no son 9 meses, sino 50 años de vida, crecerlo y darle músculo existencial, ¿para qué? para morir. Esa fue la fatalidad de Kyo, el héroe chino dibujado con la pluma existencialista de Malraux. Hoy Pablito, te vemos partir. Fueron 72 años fructíferos, hermosos, ricos en experiencias periodísticas, políticas, pero sobre todo humanas.
Tu recuerdo nos acompañara siempre, Pablito. Eres grande, porque fuiste magnánimo con la amistad, con la palabra y con tu sinceridad de propósito: hacer de la vida una biblioteca y un centro del saber para degustar poesía y una prosa elegante, así, como siempre lo hiciste con tu afable sonrisa y tu Don de caballero renacentista
Descansa en paz, viejo amigo y camarada de esperanza, pero fundamentalmente por promover discusiones, con la cual pudiéramos, por lo menos, hacer el intento por sublimar la vida.