Paciencia, por Gisela Ortega
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La paciencia es un rasgo de personalidad prudente. Es la virtud de quienes saben sufrir y tolerar las contrariedades y adversidades con fortaleza y sin lamentarse. Esto hace que las personas sepan esperar con calma a que los acontecimientos sucedan, ya que a los eventos que no dependan estrictamente de uno, se les debe otorgar tiempo.
La palabra proviene del latín pati, que significa sufrir. De hecho el participio patiens se introdujo al castellano como paciente (en los hospitales) o «el que sufre».
Aristóteles, en sus Éticas alude a esta virtud como:
«El equilibrio entre emociones extremas o punto medio: metriopatía. Con ella se consigue sobreponerse a los trastornos fuertes generadas por las desgracias o aflicciones. Para ello es necesario un entrenamiento práctico ante el asedio de los dolores y tristezas de la vida, una poliorcética, que fue desarrollada por filosofías posteriores, en particular el estoicismo».
Santo Tomás de Aquino considera no solo la actitud paciente, sino el hábito que facilita mantener esa práctica:
«La paciencia es una devoción que se relaciona con la virtud de la fortaleza e impide al hombre distanciarse de la recta razón iluminada por la fe y sucumbir a las dificultades y tristezas».
El cristianismo tiene personificada en Job célebre personaje bíblico considerado durante muchos siglos como el mejor modelo de paciencia y fe en Dios la que nunca perdió no obstante de perder todo lo que tenía. El profeta Jeremías afirma que la tierra donde Job nació y vivió (al suroriente del Jordán) era una región de grandes sabios y profundos pensadores. Job ha pasado a ser sinónimo de paciencia y sufrimiento.
En la Biblia cristiana, es mencionada en varias secciones.
El libro de Proverbios, advierte que «a través de la paciencia un gobernante puede ser persuadido, y una lengua suave puede romper un hueso»; Eclesiastés 7:8 señala que «el FIN de un asunto es mejor que su comienzo, y la paciencia es mejor que el orgullo», y Tesalonicenses dice que debemos «ser pacientes con todos, que nadie vuelve mal por mal, sino que siempre buscan lo que es bueno para ellos y para todos».
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En la Epístola de Santiago, se exhorta a los cristianos a ser pacientes, y «ver cómo el labrador espera el precioso fruto de la tierra, hasta que reciba a principios y finales de las lluvias».
En Gálatas, se muestra como parte del «fruto del Espíritu»: «el amor, gozo, paz, amabilidad, bondad, fidelidad, mansedumbre y dominio de sí mismo contra tales cosas no hay ley».
En Timoteo, figura significativa del Nuevo Testamento, se dice que «Jesús pudo mostrar su infinita bondad y paciencia, como un ejemplo para los que habrían de creer en él para la vida eterna».
Por el contrario, se califica como impaciente a quien carece de paciencia. La persona tensa que no tiene la capacidad de esperar algo sin ponerse nerviosa ni la facultad de realizar acciones minuciosas o complejas que requieren de calma.
La paciencia es además, aguante que indica sufrimiento y entereza. Calma, expresa paz, tranquilidad, sosiego. Por tolerancia se entiende la acción de sufrir o llevar con paciencia las cosas o contratiempos y también el respeto y consideración a las opiniones ajenas.
En nuestro medio se considera como un Job al hombre de mucha serenidad. Que se opone a la ira y que sufre sin perturbaciones del ánimo, los infortunios y las penas, las negatividades, y las inexorables limitaciones que nos plantean la vida y el vivir; en desterrar la tristeza producida por las cosas adversas que tenemos que enfrentar; en esperar con sosiego lo que mucho se desea; en soportar, sin rebeldía, la tardanza y lentitud en la realización de cuanto debería ejecutarse y alcanzarse prontamente; en tolerar lo que se piensa intolerable con ese ingrediente de esperanza que en el fondo encierra la paciencia y que la vuelve transición, espera, un hacer tiempo, un periodo de prueba que ha de sobrellevarse mansamente, estimulados por la fe en una recompensa, acicateados por la confianza en que nuestra capacidad de soportar será premiada.
Los seres humanos, a nivel mundial, nos caracterizamos por una paciencia ya tradicional, para esperar confiados y confiando en promesas, planes y programas que rara vez se cumplen y realizan. Por una proverbial calma para tolerar paciente y estoicamente las irregularidades que parecen no tener enmienda.
Ante los padecimientos a que nos someten los designios divinos pero también los humanos en la espera de una salvación que desearíamos eterna, surge algunas veces, la impaciencia, desbocada sin inhibiciones, sin freno, el no querer ni saber esperar, el precipitarse. Hay impacientes, con una frágil capacidad de aguante, los que pierden la paciencia y se vuelven iracundos a la menor provocación.
Pero llegan momentos y se alcanzan límites de los cuales la paciencia deja de ser una virtud para volverse, complaciente, tolerante, conformista, apática, que no es indiferencia sino desprecio de las emociones, mansedumbre, serenidad abúlica, eludir para no hacer; ausencia del esfuerzo suficiente y de los valores personales necesarios para afrontar dignamente retos y los reveses de la vida y los embates de la existencia
El ser humano, según el filósofo y teólogo danés, Soren Kierkegaard, (1813-1855), puede estar a la espera y esperar pacientemente lo que ni siquiera cabe esperar. No se trata solo de vencer el mundo y sus tiempos, sino de llegar a ser bueno éticamente hablando. La paciencia será, de alguna manera, el modo de acoger al otro. Su famosa frase: “La vida sólo puede entenderse al revés; pero hay que vivirla hacia adelante”.
Sufrimos cuando estamos impacientes porque es una repuesta al estrés de aquello que nos incomoda. El efecto es una agresión que se puede sentir en el cuerpo y en la mente. Controlar la paciencia es aprender a cuidarnos, a perdonarnos, incluso a amarnos; el amor es la esencia de la compasión.
Muchas factores nos hacen perder la paciencia, una de ellas son las personas prepotentes, que se creen más que los demás, aquellas que pueden ayudar y no lo hacen en el momento indicado, las que sueltan palabras sin sentidos y lastiman a los otros.
La paciencia nos ayuda a desarrollar una actitud saludable, mejora nuestra capacidad para aceptar los contratiempos y disfrutar mucho más de la vida. Hay un dicho que dice: “Las cosas buenas llegan a quienes saben esperar”. La paciencia permite perseverar y tomar decisiones más productivas, que a menudo conducen a un mayor éxito.
Para poder controlar nuestras propias reacciones ante la situación y soportarla sin quejarnos debemos tener autocontrol; humildad, para aceptar que no somos más importante que nadie y que no hay ninguna razón en particular por la que no debemos esperar; y generosidad, para sonreírle al mundo incluso cuando parezca que conspira contra uno.
De acuerdo a Wikipedia y estudiosos de este tema:
«La paciencia es el mejor remedio para todas las tribulaciones». «La paciencia es, en el hombre, el testimonio de su sabiduría». «La prudencia de un hombre se conoce por su paciencia». «La paciencia es la fortaleza del débil y la impaciencia, la debilidad del fuerte».
Gisela Ortega es periodista.
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