Pacifica o violenta, por Luis Martínez
La única institución del estado venezolano que tiene base de legitimidad en los actuales momentos, es la Asamblea Nacional. El 23 de enero, ante la situación de vacío de poder que se presentó en el país, la AN toma la decisión de encargar de la presidencia de la Republica al ingeniero Juan Guaidó y le asigna la tarea de restablecer el estado de derecho vulnerado por quienes usurpan el poder de la república.
Guaidó ha venido cumpliendo la tarea encomendada y es reconocido actualmente por más de 60 países como representante legítimo del gobierno venezolano. Tiene a su cargo importantes activos del país, los cuales resguarda. Tiene el apoyo del grupo de Lima, de la OEA, de la Unión Europea y de los Estados Unidos con quienes multiplica esfuerzos para restablecer el estado de derecho perdido en el país.
La situación política en el país ha llegado a tal estado de tensión y estrés que, la gran mayoría del país se debate entre una salida pacífica, mediada que hasta ahora intenta Noruega o una salida violenta como opción secundaria o alternativa, en caso de que se agoten las otras opciones. Para la mayoría de los venezolanos, lo peor es seguir es una parálisis que corta cualquier posibilidad de progreso y desarrollo. Esa situación desespera y angustia en el día a día generando mayor incertidumbre.
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Nadie, ni siquiera los Estados Unidos, juegan a una salida violenta que por muy calculada que sea, siempre eleva los costos de salida del régimen, no solo desde el punto de vista económico, sino también desde el número de vidas humanas que se perderían. Por ello la apuesta de una mediación que haga entender al régimen que ya no tienen alternativas para mantener el poder bajo estas condiciones de ilegitimidad y que deben apostar a una salida negociada que les permita competir en un proceso electoral limpio y supervisado que, en tal caso, les garantice su permanencia en la acción política interna como cualquier otro actor.
No hay que fiarse de declaraciones altisonantes de representantes del régimen que buscan sacar pecho y desmotivar a sectores opuestos en momentos de debilidad como el que acusan actualmente. No hay que inmiscuirse dentro de la nube de radicalismo y desesperación que artificialmente inflan desde las redes sociales, unos para descalificar a la dirigencia opositora procurando dividir para beneficiar al régimen, otros para procurar tomar la vanguardia del proceso de cambio.
El régimen se debate entre ceder y abrir posibilidad a una negociación que, aun saliendo del poder, les permita conservar su entidad política en la nueva democracia o confrontar a la comunidad internacional, incluso militarmente, con el riesgo de desaparecer en su accionar político. La primera permite, no solo la oportunidad de restableces las instituciones democráticas, sino también atender con urgencia la crisis humanitaria que padecen los venezolanos, acelerando el proceso de recuperación. La segunda dificulta la normalización del estado democrático y con ello, la atención a la crisis humanitaria, retardando el proceso de recuperación, aunque a mi entender, sería la última carta sobre la mesa en ser utilizada.
En Oslo quienes han sostenido este régimen se juegan su futuro político. Dependiendo de cómo jueguen, pueden facilitar o dificultar el restablecimiento de la democracia, pero lo que no pueden es evitar que ello suceda. El régimen tiene la salida en sus manos. Pacifica o violenta
Docente universitario