Padre Bolívar, el Samán de Guere y el Sauce Llorón, por Carlos Alberto Monsalve

La prensa nacional ha difundido el anuncio de que el gobierno hizo la entrega, entre el 24 y el 31 de julio de este año, de un bono denominado Padre Bolívar, consistente en una donación equivalente a cuatro dólares, a través de una referida plataforma patria.
Hasta ahora la paternidad simbólica asignada a Bolívar se había quedado en el terreno de los nexos afectivos e históricos, interpretados por cada habitante de este país a su manera. Con este Bolívar, bajado a las arenas de la dadiva, su cacareada paternidad adquiere ribetes trágicos.
El otrora Bolívar de Pablo Neruda, naciendo cada cien años cuando se libera un pueblo, parece haber quedado en la quimera del poeta de la Oda a Stalin.
¿Qué diría el autócrata Guzmán Blanco, tan afanoso él de remozar un Bolívar a su manera de pensar, viéndolo hecho bono para tratar de paliar la pobreza de un 75% de la población?
¿Cómo queda la versión perejimenista, del Bolívar que sobresale sobre todos los demás actores militares de la independencia en el Paseo de Los Próceres, aun por encima del desterrado Miranda, cuyos méritos le hicieron acreedor a estar en el Arco de Triunfo de Paris? Tiempos de una dictadura oprobiosa, como toda dictadura, en la que un dólar se canjeaba por tres bolívares.
Pues nada, que parece que los días que vivimos los habitantes de este país, son días en que la hiperinflación criminal baja a los héroes de su pedestal y a Bolívar el primero, en su condición de Padre de la Patria. Para nadie es un secreto, por estos predios, que la moneda que lleva su nombre esta devaluada.
En una carta que le dirige Bolívar al General Juan José Flores, encargado del gobierno en el Ecuador, previendo la disolución de la Gran Colombia, le señala: ¨Todo el que sirve a una revolución ara en el mar¨.
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¿Qué diría de saber que en el Estado que lleva su nombre, hoy en día ocurre una afrenta a la soberanía y al patrimonio nacional, al ecosistema guayanés, a las presentes y futuras generaciones de venezolanos amenazados con heredar un país semi desértico?
Bajo las frondosas ramas del Samán de Guere, imitando el juramento de Bolívar en el Monte Sacro, un grupo de sediciosos, en los postreros días de la democracia de finales del siglo XX, cumplieron un ritual lleno de una parafernalia patriótica, que sería el preludio de un proceso que ha llevado a devaluar la imagen del héroe y que ha conducido a Venezuela a la situación de ser uno de los países más pobres del mundo.
El Sauce Llorón no tiene la majestuosidad del Samán, su apariencia es otra, aunque es muy rica y variada la simbología que le acompaña en varias culturas alrededor del mundo. Para los antiguos griegos tenía propiedades mágicas y misteriosas, la Diosa Hera la tenía sembrada en sus jardines. Quizás por ello, entre otras cosas, se le consideró apropiado para ornamentar una plaza con el nombre de Las Tres Gracias, la representación en la mitología griega de la comunión entre la belleza, el encanto y la alegría. Tal es el caso de la plaza que está en una de las entradas de la Universidad Central de Venezuela.
En los días previos al anuncio del bono Padre Bolívar, la ciudad de Caracas se enteraba de la tala de los sauces llorones que ornamentaban la emblemática plaza, motivo de estupor e indignación para la ciudadanía, sobre todo de la comunidad ucevista, tan próxima y familiar a ese espacio casi propio de la universidad.
La Casa que vence la Sombra (a la que Bolívar donó parte de sus libros y algunos de sus bienes), con unos profesores de menguado sueldo, sumida entre la perplejidad, de la noticia del bono Padre Bolívar, y la conmoción de la tala de unos sauces llorones, tenidos como propios a través de una adopción afectiva cultivada por la vecindad y el tiempo.
Una tímida información da cuenta de que la fiscalía ambiental abrirá una investigación sobre la tala de los sauces, pero ¿en dónde encontrarán refugio tantos juramentos de amores estudiantiles que se habrán hecho bajo sus frondosas ramas?
En el ambiente de la opinión pública, algunos sectores de la sociedad, con cierta suspicacia, perciben que ambos especímenes arbóreos han corrido la misma suerte del país, donde la indolencia ha estado al orden del día y la desidia mental es capaz de transformar la gloria de un héroe en un cambalache.
Imbuido en ese estilo romántico que caracteriza su amplia producción epistolar, Bolívar le dice a Sucre, en una carta de septiembre de 1824: ¨La gloria está en ser grande y en ser útil¨.
Gustave Flaubert, el intranquilo autor de Madame Bovary, con sarcasmo acota: ¨ ¿Qué es la gloria? Conseguir que se digan muchas majaderías a cuenta de un hombre¨. Ante esta desconcertante frase se pudiese deducir, según él, que puede haber tantos tipos de gloria como majaderos glorificantes y, entender bajo ese punto de vista, que a Bolívar le tocó la mala suerte, en esta República Bolivariana, de granjearse una versión del Padre Bolívar hecho bono, un Bolívar convertido en muleta de un mal gobierno.
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