País de futuro imperfecto, por Carlos M. Montenegro
Fue en 1962 cuando desde el barco, a lo lejos vi una enorme montaña y según nos acerábamos al pie La Guaira, por donde pisé por primera vez tierra venezolana; remontando mas de mil metros y atravesado varios valles de La Cordillera de la Costa llegué a Caracas y su valle; la sorpresa fue mayúscula pues era una ciudad muy moderna con cemento y vegetación bien avenidos.
Venezuela era un país saliendo de una dictadura que, al lado de las que yo tenía referencia, debió haber sido más bien blanda. La palabra democracia, por haber escaseado tanto, era profusamente usada, quizás en exceso. El gobierno de Rómulo Betancourt aún no las tenía todas consigo, pues le tocó bailar con las más feas, y no andaba descaminado el hombre, ya que a lo largo de su mandato tuvo que aguantar varios embates, de un lado por parte de los militares, aún con maneras perezjimenistas, y por otro lado, el de los comunistas y socialistas, empeñado como estaba con sus socios puntofijistas, Caldera y Villalba, en sacarlos del juego político e incluso perseguirlos, con lo que terminaron por echarse al monte, queriendo emular a Castro y Guevara, que en el argot de hoy en ese tiempo eran “tendencia”.
Algunos años después, en conversaciones con el historiador y eminente bolivariano, Manuel Pérez Vila, que nos impartía historia y sociología en la recién creada Escuela de Periodismo de la UCAB, (cuando se entregaban los ejercicios escritos en las pesadas Underwood o las pequeñas Olivettis portátiles), sita en el viejo convento de la esquina de Jesuitas, se quejaba a menudo por el manoseo del que era objeto el Libertador, especialmente por parte de los políticos: “por qué no lo dejan en paz, y cesan de usarlo de comodín para sus propósitos…” se lamentaba.
Recuerdo una vez, que, sabiendo mi origen español casi recién llegado, me dijo con su leve deje gerundense que, “Venezueva, (sic) era un país con un gran futuro” (tenía cierta dificultad para pronunciar la letra “l”). Esa expresión tan trillada, si se quiere, la recuerdo siempre; lástima que con el tiempo la realidad impuso un sentido diferente al que Pérez Vila quiso dar a entender.
Aprendimos mucha historia con don Manuel que era un prestigioso bolivariano, además de un formidable didacta, pero con el pasar de los años don Manuel nunca imaginó cuán larga nos está resultando la espera del gran futuro venezolano. Ya he transcurrido más de media vida y seguimos “prisioneros en la “falsa” Arcadia del presente”, parodiando lo escrito por otro gran maestro Antonio Machado.
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Ciertamente han abundado presidentes de todas las raleas democráticas, e incluso elegidos democráticamente; pero casi siempre eso les ha valido como excelente coartada para saltarse las reglas del juego y sobrepasar los límites de lo que se les encomendó, con los resultados que todos conocemos estimulando de una u otra forma que llegara la V, y discúlpenme si no entro en detalles que todos conocemos. Sirva con un añejo refrán castellano: “el uno por el otro y la casa sin barrer”. Lo cierto es que la IV República tan denostada por unos y añorada por otros, hizo muy poco por el verdadero futuro de los venezolanos.
Y qué decir del régimen actual que nos aseguraba, ahora sí, un futuro formidable con promesas modelo: “cruzaremos el país en trenes velocísimos…”, “construiremos puertos, puentes, túneles y autopistas…”, “habrá medicinas y sanidad para todos, como en el primer mundo…”, “edificaremos escuelas bellas, bien equipadas…”, “construiremos millones de viviendas para el pueblo…”, haremos del Guaire un balneario…, convertiremos La Carlota en un fantástico parque temático…, “Iremos en teleférico al Litoral en un ratico…” ¡Haremos…, levantaremos…, implementaremos…!”. ¿Se acuerdan? ¡Cuánto futuro!
Mientras, aquí seguimos esperando el próximo futuro con la esperanza de que no se eternice, y no importa si no alcanzamos el “mar de la felicidad”
Entiendo que no era eso lo que quería decir el profesor Pérez Vila , pero con frecuencia lo recuerdo con su frase llena de ingenuidad y optimismo, como todo bienbensador; es cierto que era otra época, 1964, y el país acababa de abrir una puerta, por donde entraba brisa que auguraba mejor porvenir. Más de medio siglo después, con el actual régimen seguimos siendo un país, pero sin futuro y, si me apuran, sin país.
Han transcurrido dos décadas y las promesas “bolivarianas” del siglo XXI, no es que no se cumplen, sino que orwellianamente no existen. El gobierno no termina de ejecutar ni la mitad de lo emprendido, y la otra mitad ni siquiera la ha empezado, aunque se haya pagado con creces, eso sí, y algunas hasta varias veces. De lo realmente importante nadie se hace cargo, está en el terreno de nadie.
Repiten hasta el agobio que aman la paz y al pueblo; en su idea de la paz no hay sitio para el hambre y la enfermedad, y su pueblo es el que no se queja y les jala bolas mientras espera sus limosnas la mayoría o sus prebendas unos pocos. Mejor sería que en vez de decirnos cuánto nos quieren, nos hubieran querido. Pero con su pertinaz talante amoral prefieren, a veces en vano, ocultar lo que en realidad estrangula a la gente. Las promesas han quedado amontonadas por el camino como escombros, y pudriéndose como tantas inmensurables cosas mal hechas o sin hacer: Mientras, raspan la olla que ellos mismos vaciaron.
El pueblo sólo quiere su pareja, sus hijos y tener la fiesta en paz, trabajo, comer los tres golpes sin exigir mucho, que lo atiendan si se enferma y a ser posible que lo curen, que hoy no lo maten, y llegar a mañana que será otro día, aunque con similares problemas. Pero la gente no ve luz al final del túnel, y dentro del túnel tampoco pues a las lámparas, por supuesto de bajo consumo, no les llega la corriente, con lo que llevamos demasiado tiempo “sin ver luz”, esa que llegará, tal vez, en alguno de tantos futuros.
Mientras, los responsables no sé cómo se las arreglan pero lo van rompiendo todo, qué afán, hasta su propio futuro, Después de este interinato, cuando lleguen los nuevos gobernantes y los nuevos asambleístas, espero que sean un poco más esmerados y, vengan de donde vengan lo hagan mejor y podamos volver a conjugar el verbo vivir, con presente de indicativo y futuro perfecto.
Amén.