Paisito, por Fernando Rodríguez

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Creo que hay que ser muy iluso para pensar que vivimos en un gran país. Ya era estúpido cuando se lo pretendía por la súbita generosidad de un alza en los precios petroleros, ¿se acuerdan? Ahora que el país está desintegrado es cosa algo delirante. Por eso la gente ni oye y si oye se ríe de las continuas declamaciones gobierneras de un futuro magnífico, ya en marcha, para la tierra de Guaicaipuro, Bolívar y José Gregorio, ¡epa y la reciente señora santa cuyo nombre olvido! (¿habrá feminismo en el cielo?).
¿Cómo llamarlo sin ser muy perverso o exagerado? Pobre país, distinto a país pobre (se puede ser pobre y digno). País fallido, más técnico. Paisito, feo de verdad. País portátil como el libro de Adriano González, algo hermético. Siga usted buscando adjetivos. Siempre hará alguien, seguro, bien disgustado, que padeció tres años de cárcel con posterior presentación semanal, por pegar un afiche de vota por Fulano, que dirá país de mierda. Cuestión de cada quien, y no hay que olvidar que hay unos cuantos que pasaron de la vida muy modesta a convertirse en dueños de millones y millones no de bolívares, de dólares. Bien por corrupción directa, bien por negocios protegidos por la paz dictatorial. País tesoro, país mío, país moneda, país para festejar y viajar.
Pero estos últimos son una minoría muy minoritaria y hace más verosímil el país sea paisito. Un país sin universidades, ni museos, sin librerías, con cuatro gatos escribiendo poemas que nadie lee y que no se vinculan al ágora…sin espíritu, pues.
País con millones de migrantes. Quitando los del exilio dorado, generalmente habladores de paja, hay la pobre gente, millones, por los caminos sin destino claro y ahora con la xenofobia multiplicada por el famoso tren, la gran empresa trasnacional de la era. Pero no pretendo hacer una lista de todos los desastres nacionales porque es la de nunca acabar y no tengo espacio para ello. Ni ganas. Pero no puedo dejar de citar a los presos políticos, mil, vejados, torturados, aislados, indefensos, amenazados de sentencias de años y años. Nunca hay que olvidarlos. Bueno con lo dicho ya se ve lo que hemos terminado siendo, paisito de botas y miserias y represión y corrupción.
Pero todo ello no lo digo por masoquismo. Ni porque tengo 83 años y ya tengo las maletas listas para irme al viaje del que nunca se ha de volver. Lo digo porque es de verdad muy deprimente. Yo tengo una cantidad de gente amiga que se han hecho italianos o españoles o portugueses como sus ancestros y andan por el mundo sin decir que son de Maracaibo o de Achaguas. Y mire que en otras épocas, esas del alza del petróleo que mentamos, en que los venezolanos se creían de la elite del planeta. La gran Venezuela. Y se iban de paseo para Miami los más toscos y para Paris o New York los más leídos. Y había la cultura Abreu que era lujosa y pretenciosa. Y dale con el cinetismo. Y no te digo el Museo de Sofía y los tenores que venían al Teresa. Y la UCV patrimonio de la humanidad. Eso en la cultura. Y aprendimos a comer como Scannone. Y bebíamos 12 años y vinos finos. Claro que los ricos y la clase media más bien altona. Porque aquí siempre ha habido miseria y mucha, pero no se veía tanto como ahora, estaba más tapada por tantísimo billete.
*Lea también: La patria como recompensa, por Rafael A. Sanabria Martínez
Esto es una pequeña y más bien tonta reflexión sobre como depende del billete y la civilidad la identidad siempre cambiante de la patria, la de Bolívar y Bello y Diosdado y la Fosforito.
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