Palabras más, insultos menos, por Juan Vicente Gómez
Juan Vicente Gómez
Para nadie es un secreto que las agresiones, amenazas y obstáculos contra el libre desarrollo de la profesión periodística son moneda corriente en regímenes totalitarios.
Quien suscribe, tiene el penoso honor de estar entre las primeras víctimas que padecieron el accionar de las hordas chavistas, movilizadas literalmente a pedir de boca tras alguna furia verborreica del comandante.
Las Megaelecciones del año 2000, aquellas del 28, el 28, el 28 de mayo, habían resultado un acto fallido. El lunes 29 fue de calma chicha: nada ocurrió; pero el martes 30 era casi un hecho que habría protestas y que la tensión política podía desbordarse.
Siete periodistas, incluyéndome, y otro grupo importante de ciudadanos, resultamos lesionados. Aquella batalla campal no contemplaba el uso de armas de fuego (o al menos no hubo heridos con ese tipo de implementos.)
El rosario y la variedad de agresiones continuó incrementándose durante los gobiernos de Chávez y la herencia de Maduro. Surgieron y se consolidaron “los colectivos”, se afianzó la impunidad para “taparear” cualquiera de las atrocidades perpetradas por agentes del “orden público”, la FAN o por malandros varios alineados con el gobierno.
La “defensa de la revolución” parece justificar para el régimen la existencia y operatividad de sus “batallones de la dignidad”. En la praxis muchas veces han sido Escuadrones de la Muerte”
Cada vez que uno recuerda las declaraciones de Maduro de mantenerse en el poder “con los votos o por las balas” termina pensando en lo segundo, en la opción de sangrientos enfrentamientos que quizás puedan tener lugar si el presidente desconoce la voluntad de más de un 80% de venezolanos que reprueba su gestión de gobierno.
Es precisamente ese gobierno el que le está cerrando la válvula de escape a las opciones democráticas. La farsa que pretende concretar con las elecciones del 20M no se la creen ni ellos mismos.
Mientras tanto, líderes políticos, periodistas y cualquier opositor percibido como “peligroso” por el oficialismo permanece bajo amenaza. El amedrentamiento y la persecución son constantes. En el caso de los que ya fuimos agredidos, el temor también se infunde recordando lo que antes fue terror: “¿cuál fue la pierna que te quebraron? ¿La izquierda o la derecha? Cuídate que te tenemos marcado”.
Denunciar ante instancias gubernamentales es una pérdida de tiempo: es como reclamarle al señor rojo que su hijo rojito está “haciendo travesuras”. Nadie responde ni responderá (como no lo hicieron ni la Fiscalía General de la República ni la Defensoría del Pueblo en cuyas gavetas se encuentran todos mis lamentos previos.)
La separación de poderes públicos es inexistente y allí radica otro de los caldos más propicios para que se instale la opción totalitaria e impere la impunidad. Mientras tanto, gran cantidad de colegas se suma a la diáspora, al exilio; una opción a la que no recurriremos. ¿Tenemos miedo? Sí. Este temor, quizás paradójicamente, es un estímulo que nos obliga a seguir adelante, es el combustible necesario para poder volver a nuestro pueblo de origen, La Libertad.