Palomino Vergara en el Universitario de Caracas, por Gustavo J. Villasmil-Prieto
Con grande afecto, en esta hora difícil, a Emilio Lovera.
Un venezolano de bien que insiste en seguir repartiendo sonrisas en un país lleno de gente triste
Como tantas otras familias venezolanas por más de 50 años, la mía solía reunirse frente al viejo televisor Phillips de casa cada noche de lunes a las ocho, hora de la recordada Radio Rochela. Desde los tiempos de Don Tito Martínez del Box, Cayito Aponte y su “Gran Cruzada del Buen Humor” y hasta el cierre de RCTV en 2007, mi padre, viejo doctor de niños, rara vez se perdió de alguno de aquellos programas en los que nunca faltaban, junto a la sátira política, la de la “escuelita” y la de esos personajes de todos los días que el género de la comedia siempre ha sabido identificar y poner en escena en un gran ejercicio de mofa a la sociedad misma.
Emilio Lovera destacó en ello como pocos. Fue así como los famosísimos “Waperó” encarnaron la crítica a aquella clase media bobalicona y frívola de los ochenta que hoy llora su tragedia histórica, así como los “Jordan” a esos sectores populares discriminados que a la larga encontraron expresión en los gestores de la militarada del 92. Porque la comedia, desde los antiguos griegos, siempre ha sido cosa seria
A mi anciano padre le divertían de lo lindo las ocurrencias y avatares de uno de los grandes personajes loverianos: el famosísimo Palomino Vergara. “Macho de pelo en pecho”, Palomino y su club de recios varones hacían gala de viril desdén por el aseo personal, entre otras cosas, mientras destapaban la botella de cerveza con la fuerza de sus axilas. Con voz recia, Palomino describía en detalle a sus conmilitones la nueva modalidad de “lepe” que ensayaría contra su mujer en caso de que esta se negara a ir al supermercado a comprarle las “espumosas” necesarias para ver el juego de pelota de esa noche. De pronto, tan detallada descripción se vería interrumpida por la irrupción en el botiquín de la malhumorada mujer del “macho” Palomino: “¡Palomino Vergara! ¿Qué estás haciendo tu aquí si yo te dije claramente que te quedaras en la casa?”. Hasta allí llegaba la bravura del hipervaronil Palomino, quien derretido de miedo dejaba atrás a sus compinches no sin antes dejar escapar el consabido “¡sí, mi amor!” propio de quien sabe lo que le espera.
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A los palominos vergara del Hospital Universitario les pasó igual. Apenas se supo de la intención de los interventores del querido hospital de desconocer el estatuto orgánico que ha regido las relaciones entre el Ministerio (hoy llamado “de Salud”) y la Universidad Central desde 1959, la comunidad universitaria se movilizó. Se trataba de desconocer la vigencia del instrumento que ha consagrado, entre otros, el fundamento que le es característico a todo hospital de enseñanza: el de la absoluta identidad entre el servicio clínico especializado y la cátedra universitaria que este alberga.
Desde la reforma de los estudios médicos del gran Luis Razetti, los servicios de Medicina Interna de los hospitales universitarios como el Vargas y el Clínico han sido a su vez las sedes de las respectivas cátedras de Clínica y Terapéutica Médica de las dos escuelas médicas de la UCV, así como sus servicios de Cirugía, de Cardiología, de Pediatría, de Ginecología, etc. de las cátedras homónimas. Hace más de un siglo que quedó atrás en Venezuela la enseñanza de la clínica médica o quirúrgica en aulas y con pizarrones, práctica esa que a estas alturas no falta quien desde el régimen quiera reivindicar.
La competencia clínica se adquiere en esa incesante dialéctica – como diría mi maestro Rafael Muci-Mendoza- de “enseñar y ser enseñado” a la cabecera del enfermo, al tiempo que desde la academia se le prodiga el mejor de los esfuerzos para restituirle su salud. Porque la medicina es una auténtica poiesis aristotélica: no hay máquinas ni softwares que puedan sustituir el complejo proceso cognitivo y aún espiritual que permite al médico emitir un juicio desde el cual acceder a la verdad del hombre enfermo para poder ayudarle.
De allí que los grandes hospitales del mundo están afiliados a grandes universidades: el Massachusetts General Hospital de Boston a Harvard, el Royal Infirmary de Londres a la London School of Medicine and Dentistry y así.
Porque sin docencia ni investigación no hay medicina posible en esta, la sociedad del conocimiento. Porque si el querido HUC ha podido soportar los embates de casi una veintena de incompetentes al frente de lo que queda de la sanidad pública venezolana ha sido, precisamente, porque se ha abrazado como nunca a la universidad que lo alberga y protege
Fue en una mañana de julio, hace poco. Un batiburrillo jurídico – el decreto de derogación del estatuto orgánico de más de medio siglo de vigencia- circulaba profusamente por las redes sociales. Los estudiantes llamaron a concentrarse a las puertas del hospital. La protesta crecía: a la convocatoria se unieron médicos, enfermeras, bioanalistas y trabajadores.
La repulsa a la intentona del gobierno por arrinconar y eventualmente expulsar a la Facultad de Medicina de su sede natural era incontestable. Tomaron la palabra los dirigentes gremiales, los profesores y los estudiantes. Una hermosa muchacha, estudiante de la Escuela de Enfermería, se dirigió elocuentemente al grupo de periodistas que cubría el evento: “estos interventores están técnica y moralmente descalificados para manejar al Clínico”, afirmó con vehemencia. Aquella joven marianne universitaria, enfundada en el uniforme azul marino con el anagrama del candil y el cálamo sobre los libros que distingue en nuestra Universidad Central a las hijas de la gran Florence Nightingale, había dado en el blanco: porque no puede una gestión interventora que ha sido incompetente para resolver aun las más elementales carencias del Hospital Universitario –agua, electricidad y suministros elementales– y que además ha sido aquiescente con el vergonzoso espectáculo de francachelas en sus propias oficinas, a escasos escalones de salas con llenas de enfermos a los que nada hubo que ofrecer, llegar ahora con ínfulas de perdonavidas a poner y a disponer en una materia tan elevada y sensible.
Las voces de la comunidad hospitalaria del Clínico se hicieron sentir con contundencia. Todos y cada uno de los “considerandos” de aquel triste papel redactado por quienes desde hace años ni enseñan ni estudian ni asisten fueron desmontados. Hizo acto de presencia el Decano de la Facultad y tras él, casi de puntillas, el vocero de los interventores. Fue entonces cuando melifluo y a las “calladitas”, en un estilo tan lejano a aquél que le solíamos ver al chavismo bravucón de otros tiempos, dicho vocero anunció el retiro de la infeliz propuesta. O sea, que la cosa “era jugando”.
Porque aún en medio de la penosa debacle de la República, la universidad venezolana les ha reafirmado una y otra vez, en sus caras, su rotunda negativa a someterse a nada como no sean la Constitución, las leyes y los reglamentos que ella misma se ha dado y en cuyos textos se consagra sin dobleces su inviolable autonomía
Atrás quedaron en Venezuela aquellos tiempos oscuros en los que potestas facit legem; ¡qué va!: en la UCV y su hospital, nadie sin autorictas podrá ejercer gobierno “por las buenas”. ¿Pretenderán entonces hacerlo “por las malas”? Con la Universidad Central no pudo ni Boves en su día. No creo yo que pueda un régimen famélico por quien ni sus más cercanos amigos dan hoy “ni medio”. Como tampoco medio yuan, medio CUC o medio rublo, por cierto.
A las puertas del HUC, los tristes amanuenses de una nomenklatura jaquetona cuyos jefes insisten en creer que aún estamos en aquellos lejanos días de 1998 y de 2006, acusaron recibo del sonoroso lepe de los universitarios. Como aquellos que con lujo de detalles solía describir el recordado personaje de nuestro querido Emilio Lovera. ¡Para que sean serios!