Pandemia de terror, por Bernardino Herrera León
Twitter: @herreraleonber
Exageraron. No sabemos si fue con premeditación y alevosía. No me doy con las teorías conspirativas. Pero aún sabemos muy poco sobre las alertas y contradicciones de la Organización Mundial de la Salud (OMS). Se suponía una institución profesional, confiable y de prestigio. Pero, desde el comienzo de esta crisis, muchas cosas no cuadran y las dudas aparecen.
Inicialmente, los gobiernos que dudaron de las alertas de la OMS decidieron no sumarse a sus recomendaciones y se negaron a tomar medidas radicales de confinamiento. Fueron tachadas de irresponsables y negacionistas. Meses después, el confinamiento y el no-confinamiento daban los mismos resultados y, sin embargo, muchos gobiernos continuaron restringiendo libertades. Confinando a sus ciudadanos.
Las medidas habrían funcionado antes de que el virus llegara a cada país. Pero la alerta fue tardía. Ya se había expandido por casi todo el mundo. Quizás nunca sabremos cómo fue eso posible, contando con adelantados sistema de salud y de alerta temprana. Tal vez sepamos algo cuando los gobiernos actuales hayan sido relevados del poder. El error fue confiar demasiado en la versión de la OMS. Tenían que escuchar otras versiones.
También habrá que evaluar el papel de las multilaterales. Lo mínimo es cuestionar el mecanismo de elección de cargos, puede y debe impedirse que profesionales de dudosa trayectoria y con lunares oscuros en su pasado ocupen cargos de estelar importancia.
Tedros Adhanom es un ejemplo. Su nombramiento resulta de un cliché. Algo así como dar participación a los países africanos, por aquello de la discriminación histórica o el sentimiento de culpa europeo por el tormentoso pasado colonial. Pero su elección resultó en un desastre, cuyas enormes proporciones aún no se termina de reconocer.
En algún momento habrá que imponer criterios de calidad profesional, suficientemente sustentado en una impecable trayectoria y sin residuos de dudas. Que no valgan sesgos de nacionalidad o género u orientación sexual. Solo el profesionalismo debidamente demostrado.
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La tradición política tendrá que enfrentar esta demanda social. Repartir cargos con criterios de conveniencia o ideología política tendrá que dejar de ser un privilegio exclusivo de socios de la política. Ciertamente, la opinión pública aún no parece comprender del todo el enorme riesgo que implica esta especie de “derecho de pernada” de la clase política actual, burlando el principio de la separación de poderes, de la racionalidad y el sentido común.
Esta perversa tradición aún se mantiene, afectando los sistemas de justicia, las fuerzas policiales, los organismos electorales y un largo etcétera. La ONU no está libre de este “reparto” de cargos. Precisamente, fue el mecanismo que llevó al señor Tedros Adhanom a ocupar la dirección general de la OMS. También lo fue el que permitiera al cuestionado gobierno de Maduro ocupar un puesto en la Comisión de DDHH de la ONU. Y lo mismo ocurre con el caso de la fiscal gambiana de la Corte Penal Internacional, impidiendo o retardando los juicios por crímenes contra la humanidad establecidos en el Estatuto de Roma.
El caso es que con la OMS es más difícil esconder o desinformar a la opinión pública. El tema salud es más esencial que otros derechos.
El manejo ambiguo y contradictorio de la crisis del Covid ha erosionado la confiabilidad en la institución. Pero no es la única crisis de credibilidad que afecta a las multilaterales. En la opinión pública comienzan a preguntarse sobre la idoneidad o relevancia de la ONU y sus corporaciones. Y si valen la pena los recursos que cada país aporta para sostenerlo. El desprestigio es corrosivo. Y entre otras causas está la aberración de elegir gente no idónea para cargos, bajo el miserable criterio político del reparto a conveniencia.
Algo tendrá que ocurrir para comenzar a cambiar esta especie de subcultura predominante en nuestra clase política. Tendrán que imponerse más severas reglas, como establecer criterios de trayectoria y transparencia, tanto en la toma de decisiones públicas y sociales, como en la rendición de cuentas de los funcionarios.
Actualmente, si un político incumple el programa de gobierno prometido no le ocurre nada. Si su desempeño es mediocre, tampoco pasa nada. No es descabellado que se propongan reglas de compromiso y desempeño para aumentar así el costo del incumplimiento y de la gestión mediocre. Sería un formidable cambio como resultado de la catastrófica administración de la crisis de la pandemia.
Mientras, seguimos sufriendo el pánico pandémico. Pagando todos el alto el precio de paralizar por completo la economía. Sabemos que pudo enfrentarse sin pagar tan caro. Sin causar sufrimiento por los millones de empleos perdidos y por tantas naciones al borde del derrumbe y el colapso.
La OMS continúa emitiendo a discreción sus alertas. Generan más pánico e incentivan a muchos gobiernos a seguir suspendiendo derechos. Ya parece una de esas películas apocalípticas de ficción. Al primer virus le siguen tantas olas y cepas como se les ocurra. Sin mayores fundamentos científicos. Ni siquiera la esperada vacuna es garantía. La pesadilla continúa en serie de terror.
Las propias estadísticas oficiales contradicen el alarmismo desatado. La letalidad promedio del Covid 19 es de dos fallecidos por cada cien contagiados, efectivamente confirmados. Esta cifra cae muchísimo cuando se usa como base el total de la población, que son datos más confiables, y no sobre la base de los “contagiados”, que resulta de una proyección especulativa.
Por ejemplo, en Venezuela las cifras oficiales revelan una letalidad mucho más baja que el promedio mundial. Pero la intensidad del terror es mucho mayor. El Covid le viene bien al régimen venezolano. Le permite ocultar otras muchas causas de muerte, más aterradoras como la hambruna.
Sorprende que la letalidad mundial de otras enfermedades sea mucho más alta y de peligroso contagio. Pero el mundo no se detiene por ello. Tampoco ocupan esas enfermedades lugares destacados en la agenda informativa ni sorprenden las espeluznantes cifras de 74 millones anuales de abortos legales que registra la OMS en sus estadísticas.
Pareciera que el objetivo es provocar el pánico. Insistir en nuevas cepas, nuevos virus. Una saga que no tiene fin. Todo está en manos de la OMS y de los gobiernos que prefieren el suicidio económico de los confinamientos, no sabemos con qué propósito. Los ciudadanos estamos en desventaja. La OMS y los gobiernos pueden confinar y decretar toques de queda a su gusto.
Sufrimos una pandemia, pero de terror. Probablemente muera más gente por los efectos de la angustia y la depresión que por el virus. El terror enferma a las personas, corroe la economía y destruye la vida social. La civilización como la conocemos está en peligro. No por la pandemia sino por la irracionalidad de quienes gobiernan.
Bernardino Herrera es Docente-Investigador universitario (UCV). Historiador y especialista en comunicación.
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