Pandemia, por Carolina Gómez-Ávila
Ya está aquí y no sólo es inevitable hablar de ello, sino que es recomendable. El asunto es que cada uno de nosotros sepa desde cuál ángulo y a quién, para saber qué le corresponde o no decir y cómo hacerlo.
Los médicos y los especialistas en gestión de salud pública, lo hacen para informar y orientar a la población en el diagnóstico, atención y formas de contención.
Todos los demás sobre las medidas de prevención y el protocolo personal y familiar básico. No sabemos de virus ni de administración hospitalaria pero sí sabemos lo suficiente de higiene para comprender y replicar las medidas que evitarían o mantendrían a raya el número de contagios. Esto requiere sensatez.
Sabemos que no es una gripe más, que la especie humana aún no ha desarrollado anticuerpos para superarlo y que, con suerte, alguna vacuna podría estar disponible en el segundo semestre de 2021. Mientras tanto, sabemos que en un porcentaje no deleznable produce neumonía y que esas pueden ser mortales en mayores de 65 o personas con enfermedades preexistentes.
Esto debería bastar para parar en seco a los charlatanes. Es necesario que sientan claramente que no son tiempos para promocionar menjurjes ni métodos que no están en el área de la ciencia médica, porque sus recomendaciones en los oídos de un incauto pueden llevar a la muerte. Hágaselos saber, sea firme.
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Tampoco son tiempos de “inteligencia colectiva” sino de disciplina para seguir unas prácticas higiénicas que rayan en lo obsesivo. Por ejemplo, lavarse las manos antes de tocarse la cara puede hacerle buscar agua y jabón muchas, muchísimas veces al día. Esto requiere disciplina y paciencia.
Infórmese de fuentes oficiales en el área. Los entes de la salud, en todo el planeta, han sido especialmente proactivos en difundir las precauciones y noticias. En nuestra deplorable situación, incluso la dictadura parece (al menos en las primeras horas) inclinada a pasar el vendaval respetando el derecho a la información y tomando las medidas preventivas que corresponden a un sistema de salud destruido por ellos mismos, mientras culpan a unas sanciones que jamás afectaron al área médica. Pero la emergencia humanitaria compleja es una crisis política y, por supuesto, no van a admitir su falla criminal.
Lo afectuoso es otro problema nacional en tiempos de pandemia. Guardar la distancia (algunos dicen que un metro y otros recomiendan dos) puede salvarle de las gotículas microscópicas que todos expulsamos al hablar (sí, aunque no las veamos) y mucho más al toser o estornudar.
No espere la “etiqueta respiratoria” en los demás, pero practíquela usted. Eso sí, será imposible en el transporte público, lo cual explica la obligatoriedad de usar mascarillas en el sistema subterráneo. Pero esa orden no ha venido con la campaña educativa para usarlas y, sobre todo, para desecharlas.
Una mascarilla contaminada es un foco de infección que debe retirarse del rostro de la manera correcta y disponerse en lugares adecuados para no contagiar a otros. Ocuparse de esto requiere sentido de responsabilidad.
Además, el sistema de salud podría atender un limitado número de complicaciones diariamente. Su colapso se traduciría en muertes y no hablemos de una saturación de los servicios funerarios. Cuidarnos más, por este motivo, requiere sentido de pertenencia a la sociedad.
Visto así, enfrentarnos a la pandemia es como enfrentarnos a la dictadura. Se requiere sensatez, entender el rol que uno juega, obedecer a los que saben, disciplina, sentido de responsabilidad con los demás y de pertenencia a la sociedad.
Espero que la comparación no se vuelva pronóstico o que, quizás, con la vida biológica en riesgo, aprendamos a hacerlo bien para la vida política.