Para ver luz, por Gustavo J. Villasmil Prieto
«Post tenebras spero lucem«
(«Después de las tinieblas espero la luz»)
Job 17,12
La calle amaneció sucia el primer día de enero, con uno que otro borrachín en sinuosa marcha tratando de llegar a casa. En unas horas, cuando despierten los que todavía duermen tras la larga noche de juerga, descubriremos que todo sigue igual, exactamente donde lo dejamos. O probablemente un poco peor. En la Nochevieja no nos ahorramos en abrazos para todo el que se nos cruzó por delante –»! feliz año, hermano!»–, mientras nos ahogamos en alcohol, nos atragantamos de uvas carísimas y derramamos lágrimas entonando el «Faltan cinco pa’ las doce» de Néstor Zavarce con una maleta vacía en la mano que nos atraiga la suerte necesaria para el tan soñado viajecito, que este año «! si va!». Inocencia infantil la nuestra, tan de toda la vida.
En Venezuela amamos esos rituales rayantes en lo absurdo, como si entre el ansiado periplo al extranjero y nuestra miserable realidad no mediaran, además de una brecha financiera insalvable, un visado que seguramente nos van a negar precisamente por pobres. Buenos augurios y apelaciones a la buena fortuna tan nuestros; conjuros para que algún afortunado golpe de la buena suerte «nos saque de esto»: nada que nos sirva cuando entre nosotros y ese porvenir que añoramos se levanta el inmenso muro de una durísima realidad que apenas si nos deja asomarnos al otro lado por un agujerito.
No solo Venezuela: toda Iberoamérica es así. Quizás por eso sorprendió tanto el «no hay plata» del presidente Milei en su toma de posesión del pasado 10 de diciembre, un ejercicio de franqueza política que, si bien está retóricamente muy lejos del churchiliano «blood, sweat, toils and tears» del 13 de mayo de 1940, resonó lo suyo en un continente en el que pendejadas al estilo del muy peronista «allí donde hay una necesidad, nace un derecho» o del chavista «ser rico es malo» ejercieron en su momento una total fascinación en sociedades en las que con frecuencia la magia se opone a la realidad y la boconería voluntarista a la ley más científica.
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10 mil latinoamericanos – muchos venezolanos, pero también de otras nacionalidades–marcharon en caravana durante la Nochebuena rumbo a la frontera sur de Estados Unidos, decididos a cruzarla al costo que sea con tal de huir de un continente en el que para cada vez más gente la única opción es escapar. Enfrentar tamaña verdad con optimismo – que no con autoengaños– nos impone tareas inmediatas que nadie más hará por nosotros.
Como todos, yo también espero «ver luz» en 2024. Pero no será por obra de ningún «iluminado», como el célebre Antonio Conselheiro del relato de Vargas Llosa en «La Guerra del Fin del Mundo», como nos llegarán las claridades que en nuestros países buscamos.: la ansiada luz solo brotará confrontando nuestras más grandes verdades «yesca contra yesca», así sea con las manos rotas, para hacer saltar la chispa que encienda la tea luminosa que nos alumbre en medio de esta oscurana.
A los venezolanos, la historia nos llama a botón nuevamente este nuevo año, poniéndonos una vez más «en tres y dos». Como el santo paciente y sufrido que fuera Job, Venezuela entera –e Iberoamérica– esperan en 2024 «ver luz» tras décadas de sombras. Encenderlas va a costarnos bastante, mucho más que hacer ejercicios decembrinos de «wishful thinking».
Hagámonos temprano a la tarea.
Gustavo Villasmil-Prieto es Médico-UCV. Exsecretario de Salud de Miranda.
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