Paradojas globales: Chile, por Félix Arellano
El reciente estallido de un volcán social en Chile, el oasis del crecimiento económico y la prosperidad de nuestra región, ha impacto y exacerbado las paradojas de la dinámica global, entre otras, un país de alta renta, pero elevada desigualdad; con una transición y estabilidad política admirada por muchos, pero con políticos desvinculados de su realidad presente.
En este contexto, se podría apreciar un país incorporado en el mundo de las grandes transformaciones tecnológicas y las comunicaciones; pero, en términos políticos, corroborando que resulta más fácil estar cerca de quienes están lejos, pero lejos de quienes están cerca.
Paralelo a la crisis chilena ha circulado el Informe de Competitividad Global del 2019, que publica desde 1979 el Foro Económico Mundial, ubicando, por primera vez, en el primer lugar a Singapur y Chile en el puesto 33, pero el primero de la región.
En los últimos años Chile ha destacado en los primeros lugares del crecimiento económico, la apertura, la estabilidad institucional, para algunos, el país nórdico de nuestra región; empero, poco o nada se hablaba de los niveles de desigualdad, desesperanza, exclusión. Problemas que, con distintos grados de intensidad y sus propias especificidades, están creciendo en el mundo.
La campaña electoral de Donald Trump prometiendo un “American First”, se presenta como la reacción demagógica frente a una crisis social, producto de una población desempleada o excluida en la compleja dinámica de la economía global. En el mismo sentido podríamos ubicar la equivocada decisión del Reino Unido de retirarse de la Unión Europea (el Brexit), con el falso discurso de una prosperidad que no llegará, por el contrario, la situación económica se puede deteriorar.
En esta misma línea, el creciente euroescepticismo en varios países de la UE, representa una equivocada salida política a un complejo problema de desasosiego social, que exige de una profunda y creativa consideración, pero en el ámbito comunitario. Pero también podemos agregar otros casos como los “chalecos amarillos” de Francia, las protestas en el Líbano e Irak.
El estallido chileno ha sido calificado por algunos, como una crisis del crecimiento, cuando los sectores exigen mejores niveles de vida, desde esta perspectiva, se vincula la situación con la tesis del “mínimo civilizatorio” de Norberto Bobbio. Es decir, cuando se tienen las necesidades fundamentales cubiertas, se aspiran mejores estándares. Otros, por el contrario, presentan una situación más crítica y compleja, destacando que para el 2017, el 1% de la población chilena controlaba el 26% de la riqueza y, el 50% de la población solo alcanzaba el 2,1 de la riqueza.
Adicionalmente, resaltan los bajos niveles de las pensiones, que no permiten a una mayoría pobre cubrir sus necesidades básicas; agregando, que los servicios de salud, educación y transporte son costosos y, en alguna medida, discriminatorios. También se cuestiona el carácter regresivo del sistema fiscal, fundamentado en el IVA, que afecta a los más frágiles de la cadena. Igualmente incluyen la ausencia de una red pública de protección.
Como se puede apreciar, Chile enfrenta una crisis compleja, un cuadro que evidencia exclusión. En estas condiciones, la protesta se presenta como un legítimo derecho, que los radicales aprovechan para impulsar sus falsos discursos y avanzar en la toma del poder.
Nos enfrentamos de nuevo con el tema de la equidad; urgente y pendiente en la agenda de la globalización. Resulta evidente que la revolución tecnológica excluye grupos humanos, que luego ven en la protesta e incluso en la destrucción como la solución de las injusticias. Lo que no tienen claro es que están optando por el camino que destruye la convivencia social.
En este contexto, un aspecto sorprendente tiene que ver con la desconexión de los políticos con la magnitud del problema y, en consecuencia, la ausencia de propuestas efectivas para la solución. Tal desconexión pareciera una constante en la crisis de la globalización; ahora bien, en el caso chileno, conviene destacar que resulta irresponsable el comportamiento de los grupos radicales, del partido comunista y, en alguna medida, la izquierda chilena en su conjunto, que se presentan como los grandes críticos, buscando capitalizar la protesta, pero olvidando la gran responsabilidad que tiene en la crisis.
No debemos olvidar que la izquierda ha jugado un papel protagónico en la transición a la democracia, ha ejercido la presidencia de la República y, el partido comunista, ha formado parte de la coalición de gobierno durante la presidencia de la sra. Bachelet; en consecuencia, si el país vive una crisis estructural, la izquierda tiene una gran responsabilidad.
Por otra parte, conviene resaltar que la violencia destructiva de la protesta, la descalifica como legítimo derecho de expresión política y la transforma en irracional lucha por el poder, orientada a la destrucción de la institucionalidad democrática.
La magnitud de la crisis política chilena exige de urgentes y creativas soluciones y, aunque tarde, el presidente Piñera está asumiendo el liderazgo, que puede ser decisivo para el futuro de la democracia.
En momentos tan difíciles corresponde a todo el país: sociedad civil, sindicatos, estudiantes y partidos políticos, iglesias demostrar que la protesta busca cambios efectivos, en consecuencia, se deben sentar en la mesa con el Presidente a construir colectivamente los cambios; lo contrario, es una posición orientada a la destrucción de la democracia, la paz y la convivencia social.