Paradojas, por Gisela Ortega
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♠ Los antiguos egipcios no conocían la moneda acuñada. Se hacía el pago en especie, mediante la entrega de objetos determinados que el acreedor estaba dispuesto a aceptar.
La introducción de la moneda acuñada en Roma no se realizó hasta después de instaurada la República, y rápidamente se extendió por todos los pueblos mediterráneos de Occidente. Ya anteriormente se había empleado el bronce, pero en forma de lingotes. En el año 495 se introdujo en Roma la fabricación de la moneda de plata, acuñándose el denario, que fue, hasta el tiempo de César, la unidad monetaria. Los primitivos tenían en el anverso la cabeza de la diosa Roma, con el casco alargado, y en el reverso los Dioscuros, a caballo. Con una libra de plata se acuñaban cien denarios. En el 547 se acuñaron en Roma las primeras monedas de oro. La fabricación tenía lugar en el tempo de Juno.
♣ Para salir de la pésima situación en que se hallaban sumidas sus finanzas, al monarca Enrique VI de Inglaterra (1421-1471) se le ocurrió solicitar la ayuda de los fabricantes de oro sintético. No es que personalmente tuviera depositada una gran confianza en la alquimia, pero el recuerdo de los servicios prestados por Ramón Llull a uno de sus antepasados le decidió probar este medio, según refiere Reginald P. Hopkins en su obra History of Gold, 1.947. De modo que fue publicado un edicto dirigido a los sacerdotes, a los nobles y a los doctores, estimulándoles a ocuparse de los experimentos alquímicos para acudir en socorro del apurado soberano.
El rey invocaba particularmente a la ayuda de los eclesiásticos, «esperando –decía– que teniendo la facultad de trocar el pan y el vino en el cuerpo y sangre de Jesucristo, les sería también fácil transformar en oro los metales viles».
Los eclesiásticos consideraron, y con razón, desde luego, que la majestad de la religión quedaba gravemente ultrajada con aquella comparación impía y se negaron a colaborar con Enrique VI, pero muchos laicos respondieron con entusiasmo a la llamada con una serie de proposiciones y fórmulas a cuál más sugestiva. Fue entonces cuando Enrique VI concedió a varias compañías el derecho de poder fabricar oro «con metales viles y otros materiales».
El silencio que la historia de Inglaterra observa sobre la cuestión podría ya servir de repuesta. Sin embargo, existen datos precisos de que el oro fabricado por los alquimistas ingleses fue utilizado para acuñar moneda falsa bajo los auspicios del rey.
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Según Harckhuysen, este oro sofisticado consistía en una amalgama de cobre que se obtenía de mezclar hierro, mercurio, sulfato de cobre y agua y que una vez fundida daba por resultado un metal muy maleable, en que el cuño monetario se grababa con suma facilidad y que poseía el color amarillo y brillante del oro. Únicamente su densidad y, por consiguiente, su peso difería apreciablemente del legitimo. Tal fue la moneda que hizo acuñar Enrique VI.
Como es natural, el rey debió obtener previamente el silencio de los contadores públicos, pues ninguna queja se levantó en Inglaterra contra este fraude real. No obstante, con el objeto de ocasionar los menores perjuicios posibles a sus súbditos, Enrique VI procuró hacer circular preferentemente sus fraudulentas piezas en el extranjero. Escocia, que fue el primero de los países favorecidos con la visita de este oro alquímico, se dio cuenta del fraude.
En 2449, el Parlamento escocés ordenó que se ejerciese una continua vigilancia en las fronteras con Inglaterra para comprobar la moneda inglesa que se pretendía introducir en el país. Pero como el apócrifo metal amarillo seguía filtrándose a pesar de todo, el Parlamento decidió suspender toda clase de comercio con Inglaterra.
♥ Uno de los Estados obsesionantes es el denominado de los fóbicos o fobias. Gente de la calle, las llama manías. Hay quien no resiste la presencia de la sangre, otros son presas del vértigo no bien se asoman a la ventana de un segundo piso, abundan los que tienen guerra declarada a los perros y a los gatos… Todas estas fobias tienen su denominación científica, he aquí unas cuantas: hematofobia, obsesión de la sangre. Agorafobia, del espacio. Aerofobia, a las alturas. Maxofobia, de los carruajes. Siderodromofobia, del ferrocarril. Amenofobia, del viento. Talasfobia, del mar. Pirofobia del fuego. Clinofobia, de las cuestas. Nictofobia, de la oscuridad. Nosofobia o patofobia, de las enfermedades. Tanatofobia, de la muerte. Manifobia, de la locura. Cinofobia, de los perros. Galefobia, de los gatos. Oclofobia de las multitudes. Claustriofobia, de las cuevas. Monofobia, de estar solo. Gonofobia, de la mujer. Antropofobia, de los hombres. Talefobia, de ser enterrado vivo. Astrafobia, de los huevos. Zoofobia de los animales. Ponofobia, del trabajo, etc. etc.
♦ En el antiguo Egipto se creía que las orejas, además de ser los órganos del oído, eran parte del sistema pulmonar, se afirmaba que los alientos de la vida y la muerte entran por ellas, por el lado derecho y el lado izquierdo respectivamente. Escribe Warren R. Dawson, en su libro, El Legado de Egipto, 1944.
♠ Los antiguos chinos consideraban las orejas grandes como señal de gran sabiduría, como símbolo de un individuo que más sabe oír que hablar.
Gisela Ortega es periodista.
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