Parafraseando a Orwell, por Gioconda Cunto de San Blas
Twitter: @daVinci1412
Decía George Orwell que la trama de su novela alegórica «La rebelión en la granja», publicada en 1945, seguía «tan fielmente el curso histórico de los soviets y de sus dos dictadores que sólo puede aplicarse a aquel país, con exclusión de cualquier otro régimen dictatorial». Se equivocaba Orwell. Los regímenes totalitarios se parecen tanto que su novela puede ser aplicada antes y ahora, aquí y allá. Veamos.
En la Granja Solariega, el Comandante, un cerdo gordo y viejo, respetado por los demás residentes de la granja, dice tener un sueño que desea compartir con todos. Reunidos en el corral, habla: «Camaradas, ¿qué sentido tiene vivir como vivimos? Nuestra vida es desgraciada, laboriosa y corta. ¿Acaso nuestra tierra es tan pobre que no puede garantizar vida digna a los que habitan en ella? ¿Qué debemos hacer entonces? ¡Trabajar día y noche, en cuerpo y alma, por el derrocamiento de la raza humana! Ese es mi mensaje, camaradas: ¡la rebelión! Transmitid este mensaje a los que vengan después, para que las generaciones futuras sigan luchando ʻhasta la victoria siempreʼ».
Expulsados los opresores (terratenientes, propietarios y similares), la granja pasa a llamarse Boliterra. Los cerdos Napoleón (Napo, para los amigos) en papel de gran jefe, Bola de Nieve y el insoportable Chillón, con su programa de radio, se asumen como los pensadores de la granja y entre ellos elaboran un sistema basado en las enseñanzas del Viejo Comandante, resumido en siete mandamientos o motores productivos:
1. Todo lo que camina sobre dos patas es un enemigo. 2. Todo lo que camina sobre cuatro patas o tiene alas es un amigo. 3. Ningún animal llevará ropa. 4. Ningún animal dormirá en una cama. 5. Ningún animal beberá alcohol. 6. Ningún animal matará a otro animal. 7. Todos los animales son iguales. Motores cambiantes a medida que avanza la revolución, para ajustarse a los caprichos de los cerdos en su nuevo papel de usurpadores caciques de la granja, merecedores de pleitesía.
Sus discípulos más fieles, incapaces de pensamiento propio, aceptan a los cerdos como maestros, absorben todo lo que se les cuenta y lo trasmiten a los demás animales en reuniones de defensa de la rebelión. A cuenta de que la gestión y la organización de la granja dependen de su esfuerzo intelectual, los cerdos se conceden raciones extra de leche, manzanas y el grueso de la cosecha.
Organizados por Bola de Nieve, los Comités Animales (llamados también Misiones) fueron un fracaso. La educación de los cachorros fue secuestrada por Napoleón a fin de convertirlos en custodios incondicionales de la revolución, mejor dicho, de los capitostes. Y Bola de Nieve, siempre en discordia con Napoleón y acusado de traidor, se exilió para escapar a la sentencia de muerte emitida en su contra. «La valentía no basta —dijo Chillón—. La lealtad y la obediencia son más importantes». Las ovejas, como de costumbre, solo atinaron a repetir su mantra: «¡Cuatro patas, sí; dos patas, no!»
Ahora los mandones engordaban por el exceso de raciones dispuestos para ellos, y en violación del cuarto mandamiento, dormían en las camas de la casa patronal, envueltos en sábanas y mantas como recompensa debida al trabajo supremo que ahora realizaban.
Los animales fueron enfriando su entusiasmo por la revolución cuando el frío y el hambre los agobiaron sin pausa. Durante días enteros los animales no tuvieron para comer más que paja y remolacha, un hecho que había de ocultarse al mundo exterior. A tal fin, Chillón inventó historias en su programa radial para evadir -sin conseguirlo- explicación a la miseria en que todos (menos los privilegiados) vivían. Mientras tanto, Napoleón el mandamás se escondía en su fuerte, custodiado por perros de aspecto feroz. Quienes protestaron fueron sometidos a juicios sumarios y fusilados en el acto, a pesar de que el sexto mandamiento lo prohibía.
A la yegua Trébol (ahora llamada Yuleisy) se le llenaron los ojos de lágrimas. «No era eso lo que habían querido al ponerse a trabajar, hacía años, por el derrocamiento de la raza humana. No eran esas escenas de terror y masacre lo que buscaban la noche en que el Viejo Comandante los había incitado a la rebelión. Si hubiera tenido alguna imagen del futuro, habría sido la de una sociedad de animales liberados del hambre y del látigo, todos iguales, cada uno trabajando de acuerdo a su capacidad, los fuertes protegiendo a los débiles. En cambio —no sabía por qué—, habían llegado a un momento en el que nadie se atrevía a decir lo que pensaba, en el que perros feroces y gruñones andaban por todas partes y en el que había que presenciar cómo despedazaban a camaradas que habían confesado crímenes atroces bajo presión de tortura».
Al final, no hubo sino un solo mandamiento: «Todos los animales son iguales, pero algunos animales son más iguales que otros».
Feliz Navidad, apreciados lectores. Nos reencontraremos en enero, con ánimo renovado.
Gioconda Cunto de San Blas es Individuo de Número de la Academia de Ciencias Físicas, Matemáticas y Naturales. Investigadora Titular Emérita del IVIC.
TalCual no se hace responsable por las opiniones emitidas por el autor de este artículo