Participo que sólo yo participo, por Teodoro Petkoff

Los parlamentarios del seminato PSUV se dejaron de tonterías y lanzaron al pote de la basura la democracia participativa y protagónica. Basta de hipocresía, se habrán dicho. ¿Para qué seguir fingiendo con esa regorgalla de la «democracia participativa y protagónica»? Si aquí no hay más protagonista que Yo-El-Supremo, ¿para qué seguir buscando a Dios por las esquinas, simulando que el pueblo puede protagonizar «su propia historia», como dijera en un rapto épico el Protagonista Único? ¿Para qué seguir engañando a la gente con eso de los instrumentos de participación política que son los referendos? Mucho más sentido tiene hacer lo que hicieron: elevar tanto los niveles de exigencia para la convocatoria de los referendos que se hace imposible que vuelva a haber uno más en este país. Y pensar que, allá en sus inicios, Chacumbele quería que el referendo revocatorio pudiera ser convocado tan sólo con el 10% de los inscritos en el Registro Electoral.
De aquí en adelante, convocar un referendo será más difícil que subir un corozo de espaldas. El concepto permanece en la Constitución, pero, como tantos otros, completamente vaciado de su contenido.
La cosa responde a la lógica autoritaria y autocrática propia del régimen. La reforma constitucional está diseñada para blindar el poder personal de Hugo Chávez y para colocarlo al abrigo de cualquier contrapeso institucional. Apretados en el puño del autócrata todos los poderes públicos, la reforma se cuida de anular lo poco que de ellos queda fuera de su alcance. Es así como gobernaciones y alcaldías serán anuladas y su relativa autonomía reducida a escombros con la creación de las llamadas «provincias» o «territorios federales» y sus respectivas vicepresidencias, designadas por Yo-El-Supremo, para embridar a gobernadores y alcaldes e impedir la emergencia de nuevos liderazgos desde esas instancias. Lo ha dicho Chacumbele con su habitual desparpajo: «No quiero caudillitos regionales o locales». Tampoco, pues, habrá reelección indefinida para ellos.
Consecuente con esta orientación, se despoja también al pueblo de la capacidad de hacer valer su derecho al reclamo a través de los referendos. El hombre quiere estar en el poder a perpetuidad y, desde luego, sin temor alguno a que le pudieran ser convocados referendos revocatorios o a que alguna de sus decisiones pudiera ser consultada o eventualmente abrogada a través de mecanismos de participación popular.
La liquidación en la práctica de los instrumentos referendarios viene a completar la castración del llamado Poder Popular. Los consejos comunales, dependiendo directamente de la Presidencia, es decir, de Chávez, desvinculados de los organismos intermedios de administración como las alcaldías y las gobernaciones, quedarán reducidos a la condición de asociaciones de vecinos, sin ningún poder real. Aprobada la reforma, si lo fuere, emergerá el inefable ditadorzinho perpetuo, el «dictadorcito» que Lula prefiguró, hablando, por supuesto, de su colega venezolano.