Payasada, por Teodoro Petkoff
Sería difícil determinar si en la larga historia de estos doce años Chacumbele ha realizado un acto más estrambótico que el que llevó a cabo el martes en el Salón Elíptico del Capitolio. Convocar, por sorpresa, a toda la Asamblea Nacional y al resto de los poderes públicos, así como a todo el Alto Mando de la Fuerza Armada Nacional, hacía presagiar un evento para anuncios sensacionales. Todos los asistentes estaban de punta en blanco, encorbatados los civiles, los pechos cuajados de condecoraciones los militares. Pero, para comenzar, tuvieron que calarse, inicialmente, como una suerte de telonera, a Eva Golinger (Eva Golilla, como la apodan, por algo será, en los meandros del PSUV). Más de uno se habrá preguntado a son de qué se le dio el escenario del Salón Elíptico a esta gringuita sin significación alguna, que con su sola presencia redujo la solemnidad que se quiso dar al acto a la condición de un «Aló Presidente» o de «La Hojilla».
Después, tuvo su turno el diputado Roy Daza, quien leyó una proclama llena de ripios y de las frases estereotipadas de siempre sobre el «imperialismo», a la cual Chacumbele en su desmesura pantagruélica, quiere darle la significación de la Declaración de La Habana, de aquellos primeros años 60, cuando el continente hervía al calor de la nada retórica confrontación entre la Cuba fidelista y el imperio. Finalmente, tomó su turno la estrella del show, que, naturalmente, no podía ser sino el propio Chacumbele, quien portaba deportivamente su inmancable chaqueta tricolor y quien, para «subrayar» aún más el dramatismo heroico y el sentido de emergencia ante la amenaza imperialista, que se quería transmitir, anunció que hablaría brevemente para que pudiéramos ver el clásico Caracas-Magallanes. Cuando terminó, en algunos rostros podía leerse cierta perplejidad.
¿Esto era todo? ¿Para qué exactamente nos convocaron? Pero, apartando los comentarios de Chacumbele sobre los documentos de Wikileaks y la sempiterna perorata sobre una «invasión inminente» del imperio (por cierto, con tanques movidos con gasolina venezolana), amén de otras divagaciones habituales, sí dejó en el aire, sibilinamente, dos amenazas. No fue preciso ni contundente, quizás conteniéndose a sí mismo ante la enormidad que podía escapársele, pero deslizó una nueva advertencia a Globovisión, preguntándose cómo es posible que la «burguesía apátrida» opere un canal de televisión. No repitió su «orden» a los poderes públicos para que actúen, pero seguramente estos entendieron que «algo» deberán hacer para embestir contra el canal. Sin embargo, la tapa del frasco fue un galimatías que armó sobre la futura Asamblea Nacional. Insinuó, más bien engalletado entre lo que tenía en mente y lo que seguramente la prudencia lo obligó a disimular, que a los diputados de la oposición podía esperarles el allanamiento de su inmunidad parlamentaria, si se les ocurría «atentar contra la Constitución».
En definitiva, lo que se pretendió presentar como una toma de posición ante «la planta insolente» del «Señor Imperio» (como lo denominó en alguna parte de su perorata) y con el anuncio de algunas medidas concomitantes, terminó con la montaña pariendo un ratón.