Pdvsa no es símbolo, es una empresa, por Armando J. Pernía
Autor: Armando J. Pernía | @ajpernia
¿Debe abrirse Pdvsa al capital privado? La respuesta más lógica en las actuales circunstancias de destrucción productiva, financiera y gerencial del holding petrolero estatal es si, y con absoluta convicción.
Sin embargo, hacerse esta pregunta tiene cierto carácter teológico, ya que nos hemos acostumbrado a que Pdvsa es más que una empresa estatal que debe producir petróleo y gas para generar una renta, sino que es una suerte de símbolo de la nacionalidad que debe permanecer en manos del Estado hasta el fin de los tiempos.
No es útil discutir el mito, pero sí es importante poner de relieve la situación actual de la empresa. Según los datos más recientes registrados por la Organización de Países Exportadores de Petróleo (Opep), la producción petrolera del país se ubica en 1.586.000 barriles por día; es decir 1.800.000 menos que la salida diaria registrada en 1997.
Las cifras son alarmantes. La empresa ha disminuido la producción en 662.000 barriles por día frente a los 2.248.000 barriles diarios reportados en febrero de 2017. En términos de la renta, con estos niveles de producción el ingreso proveniente de la actividad petrolera apenas sobrepasa los USD 20.000 millones anuales y este país necesita más del doble en importaciones para mejorar el nivel de abastecimiento de productos básicos y medicamentos.
Si se suman los compromisos financieros, los convenios internacionales de suministro contrarios a los intereses del país y el consumo interno, el país solo factura de manera regular el ingreso que proviene de una producción que está por el orden de los 950.000 barriles diarios.
Además, Pdvsa es una empresa abultada y crecientemente improductiva. No se explica que la nómina sea de más de 300.000 trabajadores, salvo por el hecho que se le crearon filiales con objetivos completamente ajenos al negocio energético y que operan –si es que operan– estructuralmente a pérdida.
Por otra parte, está el hecho, catastrófico desde el punto de vista gerencial, de que la empresa esté a las órdenes del proyecto político del gobierno, lo que supone que los recursos sean regularmente malgastados en actividades no relacionadas con el fin comercial de la petrolera, sino con la expansión y promoción del socialismo del Siglo XXI. Las evidencias abundan.
En consecuencia, la propuesta de Henri Falcón de recuperar la idea de la apertura petrolera más o menos en los términos aplicados en los años ‘90 del siglo pasado puede resultar incluso conservadora frente a la realidad actual del sector petrolero venezolano.
La experiencia de la destrucción debe dejar enseñanzas muy claras sobre cómo reestructurar el negocio petrolero. Del sector privado no solo es necesario el capital, sino adoptar las mejores prácticas de gestión y gobierno corporativo, aparte de incorporar al sector a las nuevas tecnologías y tendencias de producción energética. Pdvsa es hoy una empresa atrasada y desvinculada de esas nuevas tendencias.
Pdvsa es una empresa, no un símbolo. Lo importante es que produzca los recursos que el país necesita de su negocio de hidrocarburos de forma eficiente y confiable. Ese es el sentido real de la soberanía, porque con una economía petrolera empobrecida y precaria este país pierde autodeterminación y la capacidad de diseñar una estrategia de desarrollo económico realmente cónsona con las necesidades e intereses de esta sociedad
Los defensores de la soberanía petrolera, los que se dan golpes de pecho, nos han traído hasta aquí, nos han conducido al desastre.
Venezuela necesita una reforma energética profunda y amplia, hay que replantearse el negocio petrolero desde los cimientos y abrirlo sin complejos al capital privado nacional y extranjero. Pdvsa debe cotizar una parte de sus acciones en los mercados internacionales de capital, el desarrollo petroquímico debe ser enteramente privado, así como las iniciativas de producción de energías alternativas.
De este desastre tenemos que salir dispuestos a cambiar, no solo en lo político, también en lo económico. La crisis, después de todo, es una maestra severa.