Pearl Harbor (1941), Hara Kiri japonés, por Ángel R. Lombardi Boscán

Para Efe
«Si perdemos la oportunidad que se nos presenta ahora de ir a la guerra, tendremos que someternos al dictado norteamericano. Por tanto, admito que es inevitable que nos decidamos a empezar una guerra con Estados Unidos».
Yoshimichi Hara, presidente del Consejo Privado, 5 de noviembre de 1941.
¿Los japoneses despertaron al gigante? Sin la menor duda. Aunque ya el gigante estaba muy despierto desde que incursionó en la Primera Guerra Mundial (1914-1918). De hecho, lo que desequilibró la contienda a favor de los aliados fue la intervención de los Estados Unidos.
Entre 1937 y 1945 se desató la guerra chino/japonesa. Japón fue el agresor. Éste hecho es el antecedente principal de Pearl Harbour. Puede que también lo sea la invasión a Manchuria en el año 1931. Japón quería reinar en Asia y para ello empezó un proceso de expansión desde que tomó conciencia en 1868 (Restauración Meiji) de que su atraso social le condenaba.
Para Japón era inaceptable la humillación europea y occidental. Y luego se percató que mientras Inglaterra, Francia y Holanda estaban de salida los más peligrosos rivales eran China, URSS y USA. En 1940 firmó el Pacto Tripartito con Alemania e Italia bajo el afán de tomar revancha y quedando impresionado de la potencia de los alemanes y Tercer Reich.
Japón, sospecho, que sobreestimó su ambición y codicia. Engullir a China, pelear contra la URSS y retar a los Estados Unidos fue algo desmedido debido a sus limitados recursos. La lucha por Asia al inicio le favoreció, pero tantos frentes abiertos a la vez fue un suicidio. Además, también se lió contra Inglaterra, Francia y Holanda.
Japón tenía un ejército aguerrido con una mentalidad muy fuerte con hondas raíces en el Bushido («el camino del guerrero»). Su aviación era temible con los muy ágiles y poderosos cazas Zero, pero su principal baza fue la flota imperial con diez portaaviones y una tripulación bien entrenada en los fundamentos de la guerra moderna.
La guerra aéreo naval en el Pacífico acabó con el señorío de los grandes acorazados y destructores. Japón apostó a esto y al principio ganó bajo el postulado de la sorpresa y el primer golpe. Sólo que sus rivales eran más y en el caso de Estados Unidos con una potencia industrial feroz.
En diciembre de 1941 ocurrió el ataque a Pearl Harbor, el apostadero más importante de la flota de guerra de los Estados Unidos en Asia. El ataque japonés fue brutal y exitoso. La flota estadounidense quedó inutilizada por seis meses, que fue el tiempo que usó Japón para expandirse hacia el sudeste asiático donde había petróleo.
«En total, dieciocho barcos fueron hundidos o dañados; ciento ochenta y ocho aviones habían sido destruidos y otros cientos cincuenta y nueve averiados. El número de soldados estadounidenses muertos fue de 2403; otros 1178 resultaron heridos». (Ian Kershaw, «Decisiones Trascendentales. De Dunquerque a Pearl Harbor (1940-1941). El año que cambió la historia», 2008).
Los tres portaaviones de la Flota del Pacifico se salvaron y la mayoría de los barcos dañados fueron reparados. El efecto psicológico de la sorpresa fue devastador. Se dice que fue el primer ataque extranjero sobre suelo estadounidense en toda su historia.
Japón creyó que el ataque a Pearl Harbor pudiera haber llevado a los Estados Unidos a una negociación con Japón repartiendo espacios de influencia en Asia y el reconocimiento del «Destino Manifiesto» japonés. Mera ilusión.
Roosevelt logró el mejor pretexto para ir a la guerra insuflando los ánimos de su propia gente y exaltando los ardores patrióticos. Una vez más la incursión de los Estados Unidos en la guerra cambió su curso e inclinó la balanza en favor de los Aliados a nivel mundial.
A Japón le sucedió algo parecido a la Alemania nazi: históricamente les motivó el resentimiento y vergüenza. Y buscaron venganza. Postrados en la carrera colonial se negaron a ser actores de reparto. La revancha que buscaron les fue adversa.
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¡Pearl Harbor! Un desastre muy «conveniente» para Roosevelt, Churchill y Stalin. 1941 fue el año fatídico para las potencias del Eje. Y eso que iban ganando. Hoy lo sabemos, ellos en su momento no.
El «Nuevo Orden» de Japón en Extremo Oriente sólo duró un suspiro. Lo mismo que el supuesto Reich milenario. Muchos adversarios y frentes abiertos a la vez y con unos recursos disminuidos solo les llevaron a una inapelable derrota. Una carnicería inútil es la guerra de expansión. Y más cuando se pierde.
El imperio del Sol Naciente fue otro imaginario fetichista que llevó a millones a la tumba truncando sueños e ilusiones. Paradójicamente, alcanzaron prosperidad y respeto, rehaciéndose de la derrota y la ocupación bajo MacArthur, en un tiempo increíblemente rápido.
Ángel Rafael Lombardi Boscán es Historiador, profesor de la Universidad del Zulia. Director del Centro de Estudios Históricos de LUZ. Premio Nacional de Historia. Representante de los Profesores ante el Consejo Universitario de LUZ
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