Peculiaridades, por Gisela Ortega
Mail: [email protected]
Los hombres son seres extraños. Si usted afirma, por ejemplo, que en el firmamento hay 999.999.999, estrellas, las creerán a pie juntillas, pero si colocas en tu puerta un letrero que diga: «Cuidado. Recién pintado» todos lo tocaran con un dedo para asegurarse de que es cierto.
La ninfa Eco ha sido muy traída y llevada por la leyenda: que si al rechazar el amor de Pan, este enloqueció a todos los pastores de la región que ella encantara, para que la descuartizasen, no dejándole más que la voz; que si era la encargada de distraer a la mujer de Zeus cuando su marido descendía a la tierra en busca de aventurillas, hasta que la celosa reina del Olimpo descubrió el ardid y mandó que le cortasen la lengua; que si se enamoró del bello Narciso y, al no verse correspondida, se consumió hasta el extremo de no conservar otra cosa que los huesos y la voz… Los antiguos escoceses daban al eco una explicación más aceptable: para ellos no pasaba de ser un espíritu burlón que repetía los sonidos o las voces sin otro objeto que mofarse de los mortales.
Con 23 letras se ha establecido que la palabra electroencefalografista es la más extensa de todas las aprobadas por la Real Academia Española de la Lengua.
En el término centrifugados, todas las letras son diferentes y ninguna se repite.
La palabra oía tiene tres sílabas en tres letras.
En aristocráticos, cada letra aparece dos veces.
Los términos arte o agua son masculino en singular y femenino en plural.
El vocablo cinco tiene a su vez cinco letras, coincidencia que no se registra en ningún otro número.
El término corrección tiene dos letras dobles.
Las palabras ecuatorianos y aeronáuticos poseen las mismas letras, pero en diferente orden.
El término estuve contiene cuatro letras consecutivas por orden alfabético: s-t-u-v.
Con nueve letras, menstrual es el vocablo más largo con solo dos silabas.
La palabra pedigüeñería tiene los cuatro firuletes que un término puede tener en nuestro idioma: la virguilla de la ñ, la diéresis sobre la ü, la tilde del acento y el punto sobre la i.
*Les también: La falsa «Operación limpieza» de Maduro, por Héctor Pérez Marcano
El vocablo reconocer se lee lo mismo de izquierda a la derecha que viceversa (palíndromo).
La palabra euforia tiene las cinco vocales y solo dos consonantes.
El primer índice de los libros prohibidos a los católicos se estableció el 24 de marzo de 1564.
Tal vez, la más antigua disposición relativa a la libertad de imprenta –cuando la imprenta apenas si era un hecho y la libertad pura entelequia–, es el pregón de Luis XI, que se dio por las calles de París el 17 de junio de 1471, por el que se hacía saber las penas muy severas que aguardaban a quienes fijaran pasquines, epitafios o publicaran libelos difamatorios.
Respetando disposiciones de tiempos muy antiguos, todo espectáculo en Inglaterra debía ser autorizado por el lord chambelán.
El punto de partida de la censura literaria en España es el reglamento dado por los reyes católicos en Toledo, el 8 de julio de 1502, para ordenar el ejercicio del arte e industria del libro. Anteriormente, y de cierta importancia, solo se recuerda a este respecto la quema de libros —Alcoranes— ordenada por el cardenal Cisneros en Granada un par de años antes.
La censura para las novelas que se publicaran en España fue en el año 1852, y fue designado para ejercer el cargo el abogado madrileño José Antonio Muratori, con el sueldo de 24.000 reales anuales, mas 6.000 para gastos. Como Maratori envió al Ministerio de la Gobernación una lista de las novelas en curso que debían ser prohibidas, los editores y libreros protestaron de esta retroactividad, dando un poco de juego al asunto. Dividía el nuevo censor las novelas hasta entonces publicadas en España en «buenas, dudosas y malas». Y lo bueno del caso es que don Quijote figuraba entre las dudosas.
No deja de ser curioso que en todo el mundo cristiano se designen cinco meses del año con nombres de origen pagano: enero procede de ianuariis, de Jano, que tenía una puerta, y como este mes abre el año…: febrero viene de febraurius, derivado de februa, los sacrificios expiatorios que los romanos hacían este mes; marzo toma el nombre del dios Marte; mayo se denomina así por haber sido dedicado en Roma a la Bona Dea o Maia; y junio por estar dedicado a Juno. El nombre de los meses restantes es también de origen romano.
Abril, según Ovidio, se llamó aprilis, de aperire, porque en él se desarrolla la vegetación. Julio debe su nombre a Julio César, con motivo de la reforma que este hizo del calendario. Agosto al del emperador Octavio Augusto. Y septiembre, octubre, noviembre y diciembre se deben al puesto que ocupaban en el calendario romano: séptimo, octavo, noveno y décimo.
También el nombre de algunos días de la semana es de origen pagano. Martes procede de Marte, el dios de la guerra; miércoles de Mercurio, dios del comercio; jueves de Júpiter y viernes de Veneris dies o sea «día de Venus.» El sábado conserva la denominación hebrea sabbat y que significa «día de descanso». El domingo es el único día de la semana que tiene tradición cristiana; entre los primeros fieles de Roma se le llamó dominica, de dominicus que quiere decir del Señor.
Gisela Ortega es periodista.
TalCual no se hace responsable por las opiniones emitidas por el autor de este artículo