Pelazón, por Teodoro Petkoff

La ostensible disminución de los viajes internos e internacionales durante el carnaval constituye muestra elocuente del doloroso ajuste que las familias venezolanas están haciendo a sus presupuestos para poder sobrevivir.
No es para menos. El efecto combinado de una inflación bruscamente acelerada en los dos primeros meses del año con un salto de canguro en el desempleo abierto y una disminución de hecho en los sueldos y salarios de buena parte de los trabajadores del sector privado (unida a la circunstancia de que en muchas instituciones oficiales tienen dos meses sin cobrar), ha sido poco menos que demoledor sobre las economías familiares.
Lo peor no ha llegado todavía. Mirando un poco hacia delante lo que se divisa produce escalofríos. En los dos primeros meses la inflación acumulada alcanzó 8,6%, pero entre febrero del año pasado y febrero de 2003, lo acumulado en ese periodo de un año es de 38,7% . Si se recuerda que el año pasado cerró con una inflación de 30%, (diciembre 2001-diciembre 2002), ya se puede pronosticar que de diciembre 2002 a diciembre 2003 las navidades de este año nos van a agarrar con una velocidad en las alzas de precios superior al 40% .
Como si fuera poco, la abuela parió morochos. Este año es bien difícil, por no decir imposible, que se produzcan aumentos salariales. En el sector público, la situación fiscal es tan comprometida que nada autoriza a pensar en el acostumbrado incremento que cada 1° de mayo suelen anunciar los gobiernos. En el sector privado, demasiado bien irían las cosas si se pudieran restablecer los niveles salariales del pasado diciembre.
Este desastre por el lado de los ingresos se produce dentro del contexto de un acentuado descenso de la actividad económica. El año pasado ya la economía venía en caída libre antes del paro, pero este, lógicamente, empeoró todo. El año cerró con un Producto Interno Bruto (PIB) que se hundió 9% con respecto a 2001. No hay manera de pronosticar nada mejor para el 2003. De modo que el desempleo y el empleo informal pueden alcanzar cotas inimaginables y francamente aterradoras, empeorando con ello toda la cauda de problemas sociales que los acompañan. Alquileres que no se podrán pagar, cuotas hipotecarias que se atrasarán, carros que habrá que devolver, alimentación que bajará de calidad e incluso de cantidad, menos diversión, entretenimiento y cultura, medicinas que no se podrán adquirir, terapias que deberán esperar. Un cuadro de tintes sombríos, en el cual no faltarán las pinceladas siniestras de una delincuencia y criminalidad potenciadas.
Pagaría el país un costo adicional insoportable si tuviera que hacer frente a estas dificultades contra el telón de fondo de una crisis política que no cesa sino se agrava. Si algo hace imperativo un acuerdo político que procure una solución democrática y electoral a la crisis de gobernabilidad es precisamente la avalancha económica y social que se nos está viniendo encima. Las tremendas presiones que amenazan con hacer estallar la olla venezolana necesitan una espita política que las alivie. La displicencia con la cual se maneja el gobierno en las negociaciones pareciera indicar que no capta apropiadamente lo que tiene entre manos.