Peón de Putin, por Teodoro Petkoff
Este irresponsable que nos gobierna ahora quiere atravesarse en la guerrita fría entre Estados Unidos y Rusia. Atenazado por sus complejos, debidos a la carencia de una épica personal, quiere vivir la atmósfera de la crisis de los cohetes de 1962, entre la URSS y Estados Unidos, viéndose a sí mismo en el rol planetario que entonces jugó Fidel Castro. Sin embargo, ya lo sabemos, aquella vez fue tragedia (o estuvo a punto de serlo), esta vez es farsa.
Chacumbele acusa a Georgia –con razón sin duda– de actuar como peón de Bush, pero, irreflexivamente, se ofrece, en un pleito que nos es completamente ajeno, a actuar de gratis como peón de Putin. Este, no faltaría más, agarra sin esfuerzo este mango bajito. Si Bush, provocadoramente, quiere colocar cohetes en Polonia y Checoeslovaquia, en la mera frontera rusa, y la flota gringa surca las aguas del Mar Negro, a Putin, que quisiera retrucar con sus barcos en el Caribe, le cae del cielo un venezolano atarantado que, sin necesidad alguna, le ofrece su propio país como base de operaciones. En 1962, ciertamente Fidel se metió a conciencia bajo el paraguas soviético. Pero un año antes había habido Bahía de Cochinos, la voladura del buque La Coubre en pleno puerto de La Habana, las múltiples acciones de la CIA y, sobre todo, existía una afinidad ideológica entre dos países que se decían socialistas. La lógica de la «guerra fría» empujaba aquellas alianzas en todo el mundo y las dos grandes potencias se enfrentaban a través de vicarios, que libraban las guerras que aquellas jamás desataron entre sí, porque habrían implicado el holocausto nuclear.
Sin embargo, a la hora de la verd a d , Kennedy y Jruschov se arreglaron sin tomar en cuenta para nada a Fidel Castro. Fue dando y dando. Los soviéticos sacaron sus cohetes de Cuba, los gringos los suyos de Turquía, y Cuba recibió la garantía de que no sería invadida, aunque continuó siendo una base soviética, mas no nuclear.
El peón cubano (o tal vez era un alfil) fue fríamente sacrificado. En todo ese juego, Fidel fue dejado de lado y lo único que le quedó fue rumiar una arrechera colosal, que se expresó en burlas y cuchufletas hacia Jruschov («Nikita, mariquita, lo que se da no se quita»).
¿Qué justifica hoy esa extraña alianza entre el supuesto socialista Chacumbele y el autócrata de una gran potencia capitalista y mafiosa? Tan sólo la megalomanía de un sujeto que tiene años inventando una invasión gringa y que aspiraría a colocarse, en ridículo remedo de la Cuba de los sesenta, bajo la «protección» de Rusia. La moraleja que debería extraer Chacumbele de la crisis de los cohetes es que en pleito de tigres no se deben meter los burros.
¿Cree Chacumbele que Rusia estaría dispuesta, de verdad, a utilizar sus armas nucleares en defensa de Venezuela, si es que se produjera esa invasión por la que delira? No sea tonto, hombre. De todo esto el único beneficiario es Putin, que le saca miles de millones de dólares a un lejano reyezuelo banano-petrolero vendiéndole ferretería bélica.