Peripecias de un peatón, por Luis Manuel Esculpi
Llueve muy fuerte en el centro de Caracas. Es jueves, tengo que dirigirme a Santa Mónica. Desde que mi vehículo está en el taller vivo las peripecias de ser peatón en esta ciudad. Estando en la parte cubierta de la plaza Diego Ibarra, decido bajar al terminal Río Tuy. Cuando se recorre el centro se nota a simple vista el deterioro, el descuido y la desidía de quienes gobiernan la ciudad. Su incapacidad para recoger la basura o tapar las troneras de las calles, solo para mencionar dos aspectos elementales que debe atender un gobierno diligente.
Después de esperar una camioneta durante más de sesenta minutos, me enteró que una sola de estas unidades que va hacia Santa Mónica está funcionando. Decido cancelar el compromiso que tenía y tomar una para el Hospital Clínico Universitario.
El metrobús también ha disminuido el número de unidades incorporadas al servicio, con lluvia matutina esta vez un viernes, durante la espera en una parada de El Marqués alguien me comenta que una sola unidad de ese sistema cubre la ruta.
Con frecuencia tengo que ir a El Paraíso, para tomar la camioneta en la avenida Baralt, allí existen dos colas «una para los sentados» y otra «para los parados», por supuesto que la segunda avanza más rápido; pero claro supone que además de ir de pie sumamente apretujado, si a uno le corresponde ir en «la cocina» y no llega al final del trayecto, el bajarse antes supone una dificultad adicional.
Los choferes han seccionado las rutas, muchas de las que antes cubrían la de Silencio-Petare ahora llegan solo hasta Chacaíto, igual las que iban a Montalbán ahora llegan sólo hasta La India, lo que implica una nueva complicación para los pasajeros que tenían como destino los lugares mencionados.
El caminar se ha convertido en una rutina obligatoria, muchos trabajadores se trasladan a pie para poder cumplir con la jornada laboral. En la mayoría de los organismos de la administración pública se trabaja mediodía y solo tres días a la semana, turnándose por grupos los otros dos días, esa medida se ha adoptado por la grave situación del transporte, que afecta de manera particular a quienes habitan en las denominadas «ciudades satélites» y trabajan en Caracas.
Cuando se tiene el carro donde el mecánico, se vive la dificultad que supone conseguir y cubrir los altos costos de los repuestos, así se comprende las razones de la crisis del transporte público superficial. Lo que ha agravado la situación del sistema subterráneo. Es ya conocido el deterioro del Metro, se ha intensificado por el descuido, su falta de mantenimiento es más que evidente, hay que correr con suerte para conseguir un vagón con aire acondicionado, la mayoría de las escaleras eléctricas no funcionan y la aglomeración en los andenes de las principales estaciones es verdaderamente gigantesca; hasta el punto que prácticamente resulta imposible, montarse en la de Plaza Venezuela entre 5 y 7 pm.
Se ha convertido en una frase trillada la de » uno no entra o sale del metro…lo entran o lo sacan».
La inseguridad es verdaderamente alarmante, he presenciado dos robos en una semana, el peligro mayor está al entrar o salir del vagón, los empujones constituyen una forma que aprovechan para robar los celulares. La pericia que emplean los ladrones es sorprendente, su habilidad pareciera superar a los antiguos carteristas. Es notorio el clima de agresividad, los conflictos, discusiones y peleas que se viven tanto en el metro como en las camionetas, la situación actual quizás pueda explicar la existencia de ese ambiente.
Con razón en un reciente informe de: “Habla Caracas» junto al costo de la vida y la escasez de alimentos figura el transporte entre los primeros lugares, como uno de «los problemas que generan mayor angustia al caraqueño». No puede ser de otra manera porque constituye una verdadera odisea para la mayoría trasladarse en la ciudad capital