Pestilencia, por Laure Nicotra
El arrebato como forma despótica de mantener un Estado forajido ha sido la característica de la relación de poder que se construyó en Venezuela desde el chavismo. Desde Platón, pasando por Maquiavelo y Rouseeau, el concepto de Estado Nación ha definido el modelo que sigue un gobierno.
El Estado democrático moderno fue enterrado en Venezuela. La avaricia de los que acompañan este modelo que destruye sistemáticamente el bien común y los postulados de gobernabilidad y respeto a las mayorías, han quedado estacionadas, frente a la voracidad del crimen como modelo para mantenerse en el poder. Hay acepciones: “Estado forajido” “Estado criminal” que encajan en la terminología que es contraria al pacto social.
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Sucumbir ante la fuerza desproporcionada del reparto de dinero es la nefasta realidad que nos abofetea, que nos burla como país. Quienes, imbuidos por una especie de vendetta, quienes vendieron su alma al diablo, tienen el infierno ganado. Quienes de manera precisa han dado los pasos para desarticular por completo la institucionalidad y los resquicios de República, serán también responsables de la catástrofe que se aproxima.
Qué mala suerte la de nosotros, que hemos debido soportar la indignidad, la pestilencia de unos colaboradores para hacerle comparsa a quienes nos destruyeron como nación. Uno puede decir, “eso no triunfará” pensando siempre que el bien triunfa, pero pueden consumar el horror, o más horror del que los venezolanos hemos podido soportar.
No hay pudor, no hay dignidad en los que acompañan esta trapisonda electoral. No son elecciones. No es constitucional, no es lo que el país reclama, no es lo que cada familia añora. Por el contrario será la prolongación de la agonía, del Apocalipsis que acompaña la furia de una pandemia. Hagan lo que hagan, siempre, sus acciones vulneran las mínimas normas de convivencia social y política. Hay un tufo de putrefacción, que la gente huele. Solo que, los que se pudrieron no pueden oler porque se echan perfume caro para intentar limpiar las heces que los bañan.
Son un puñado minoritario que se roba con desparpajo el avance de las mayorías. Ellos enterraron la democracia. Porque las minorías (los que no tienen el respaldo de los ciudadanos) no nos representan. No, al contrario. Esa mesita plegable, que acompaña este nuevo zarpazo a la democracia, tiene un lugar ganado en la historia de la infamia. Un lugar en el que también acuden los saltatalanqueras, los vendidos y bandidos que han hecho de la política venezolana el negocio para llenar sus bolsillos. No pretendamos otra cosa de unos malandros.
El camino será largo aún, quizá nos encuentre desmovilizados, por los momentos. Pero las sociedades cobran la traición.
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