Petkoff, por Carolina Gómez-Ávila
No tengo estatura para hablar de Teodoro Petkoff. No me formé a su vera ni lo admiré particularmente en vida. Su presencia en la política nacional no me tranquilizaba. Cuando nací, Petkoff ya era un guerrillero y aunque en mi familia había alguno que simpatizaba con la izquierda, crecí oyendo referencias que no eran precisamente las mejores para justificarlo ni apoyarlo.
No tengo nada de qué presumir, además. Como algunos que han aprovechado para desempolvar sus anécdotas con o alrededor de él, para ver si al contar que estuvieron en contacto, se les pega un poco de su carisma.
Lo único que podría reseñar es que en 2001 fue invitado al show que conduje en Televen y durante la etapa de preproducción tuve que oír cantidad de acusaciones en su contra, que no repetiré y que me hicieron reflexionar seriamente sobre el costo y forma de pago de ser una persona pública. Sí, de calumnias sí puedo hablar porque las he vivido en mi piel; por eso, aunque no tenga pruebas, estoy persuadida de que una buena porción de lo malo que se diga de Petkoff lo son.
También puedo decir que dos hitos de su vida pública me hicieron revisar mi opinión sobre Petkoff por razones que me parece que no se han expuesto suficientemente. Una, el hecho de que fuera ministro de Rafael Caldera. Ahí estaba el exguerrillero trabajando con su pacificador. Si la Agenda Venezuela fue un éxito o no, si la famosa Comisión Tripartita era un malabarismo político más que económico, discútase aparte. El hecho es que Petkoff fue ministro de un gobernante de centroderecha y aplicó un plan económico que nadie podría llamar comunista. Sin duda, algo había cambiado. Si no se le había creído la transformación, era hora de empezar a hacerlo.
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El segundo hito fue el Premio Ortega y Gasset otorgado en 2015. Ese, que en el mundo opositor quedó como un premio que Petkoff no pudo recibir personalmente porque tenía prohibición de salida del país y que le permitió mostrar por enésima su carácter cuando dijo que él no le iba a pedir permiso a Diosdado para ir a recogerlo. Lo malo es que esto fue más difundido que la argumentación del jurado para otorgárselo y a mí me parece que lo último es más valioso para acercarnos a Petkoff históricamente.
El Premio Ortega y Gasset 2015 a la “Mejor Trayectoria Profesional” fue otorgado a Teodoro Petkoff, “periodista venezolano, por su extraordinaria evolución personal que le ha llevado desde sus inicios como guerrillero a convertirse en un símbolo de la resistencia democrática a través de TalCual, el diario que dirige”
Finalmente alguien había puesto en palabras la esperanza de redención, había una salida posible. Ahora existía Teodoro para creer que los hombres pueden transformarse. Por eso creo que su historia debe ser contada a partir de este premio que no pudo recibir precisamente por lo que lo mereció: por resistencia democrática.
Para mí, su vida revela todos los secretos para guiar a quienes han tenido la tentación revolucionaria hasta una salida honrosa, valiente, útil para sí mismos y para la nación.
Y ahora no puedo menos que sentir profundo respeto porque Teodoro Petkoff, a quien jamás apoyé políticamente por su pasado antidemocrático, murió perseguido por la dictadura y en resistencia pacífica, como sólo pueden hacerlo los demócratas.