Petróleo: basta del saqueo cubano, por Gregorio Salazar
@goyosalazar
A un costado de Miraflores, a lo largo y ancho de Puente LLaguno crepita en su delirio la tribuna anti imperialista. Desde tempranas horas de la mañana chisporrotea el desgañitamiento cotidiano de los líderes, cómodamente instalados bajo la sombra de un suntuoso toldo, ante una legión de desocupados, famélicos y hambreados en contra de Trump y sus aliados criollos.
Es el círculo vicioso que recicla las antiguas monsergas, ahora aliñadas con la supuesta grandeza de 20 años de revolución, a la que suman las fanfarronadas más recientes sobre la alianza con rusos, chinos, turcos e iraníes y, por supuesto, la sempiterna presencia de los jefes cubanos, amos y señores del patio por disposición del difunto caudillo, seducido como una colegiala ingenua desde los tiempos en que fue recibido en La Habana, a tres meses de su salida de Yare, con honores de jefe de Estado.
Todavía impresiona la docilidad, la mansedumbre con la que los jefes del proceso chavista, siempre tan cerriles y explosivos ante toda propuesta, sugerencia o solicitud que venga del extranjero por pacífica y democrática que sea, se despatarran complacientes ante los jefes de La Habana, ominosa presencia saqueadora que, por supuesto, no ofenderá nunca los exagerados desplantes nacionalistas de Maduro y su entorno.
Los cubanos han sido los verdaderos privilegiados de la revolución al despacharse a su antojo las tajadas petroleras. Así fue desde el mismo momento en que Chávez disolvió el Acuerdo de San José (1980), mediante el cual Venezuela y México suministraban 160 mil barriles diarios a Centroamérica y el Caribe. Cuba, ciertamente, estuvo excluida no sólo por su nula capacidad de pago, sino porque eran los rusos los encargados de amamantarlos con hidrocarburos, incluso mediante una triangulación con Venezuela.
Chávez, disponiendo del petróleo como si los pozos estuvieran en el patio de la casa de doña Elena, no sólo otorgó el suministro energético en condiciones privilegiadas en términos de años muertos, plazos e intereses a Centroamérica y el Caribe, sino que por la trastienda firmó con Cuba un acuerdo más entreguista todavía asignándole 50 mil barriles diarios, casi la tercera parte de lo que Venezuela y México habían suministrado con carácter comercial a toda la zona. Sin embargo, nunca alcanzamos a pagarle a los Castro los “servicios” prestados, menos si Chávez era capaz de borrar a su antojo deudas milmillonarias.
Fidel cumplió su sueño de ponerle sus garras a la riqueza petrolera de Venezuela, pero pronto ese volumen fue insuficiente para la sed de crudo y la codicia represadas durante años. Llegó el día en que, desde La Habana, en acto formal, se anunciaría un nuevo acuerdo. Chávez, henchido de orgullo, se dispuso a revelar en vivo y directo la nueva concesión hablando desde el podio: “A Cuba le veníamos dando 50 mil barriles diarios. Y ahora le vamos a dar..”. No pudo terminar la frase porque Fidel saltó como si entre él y su asiento hubiera estallado un tumbarrancho. “¡No lo diga!”, le gritó el barbudo. Y agregó: “¡El que lo quiera saber que lo averigüe!”, y de ese modo mandó a callar al caudillo venezolano arruinándole su vana jactancia. El acuerdo llevó al doble el choro petrolero a la isla: 100 mil barriles diarios.
Después de la estrepitosa caída de nuestra producción petrolera por debajo de los 700 mil barriles, inferior al millón diario de Colombia, Cuba recibe todavía, según lo que se admite, 40 mil barriles diarios, apenas 20 % menos de lo que Chávez le otorgó inicialmente. Informaciones de prensa señalan que en las últimas semanas se llevaron un millón de barriles.
En días pasados los Estados Unidos anunciaron que impedirán nuevos envíos petroleros a Cuba. Nadie desea que el pueblo cubano comparta peores penurias que las que ha padecido durante décadas, pero obviamente la medida encuentra eco en una sociedad como la venezolana, que ve bloqueada la salida pacífica a su dramática crisis.
Hace tiempo oímos decir a un respetado especialista en negociaciones internacionales que un diálogo entre el gobierno y la oposición sólo tendría posibilidades de éxito si en la misma mesa estuvieran sentados Cuba y los gringos. Tiene sentido, mucho sentido. Los cubanos deben ser emplazados a que formen parte de la solución y no limitarse a apuntalar la dictadura mientras los jerarcas de allá mantienen el buche lleno con la riqueza que sale de las entrañas de la tierra venezolana.