Petróleo sembrado, por Nelly Arenas
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En un brillante artículo de Manuel Caballero, escrito para El Universal en 1996, “Los noventa mundos de Arturo Uslar Pietri”, nuestro recordado historiador señalaba que la frase «Sembrar el petróleo», encajada por Uslar Pietri en 1936, ha venido siendo repetida por los venezolanos, generación tras generación, citándola más que analizándola.
Se refería Caballero al hecho de que cuando Uslar hablaba de sembrar el petróleo no estaba pensando en la Venezuela petrolera con sus potencialidades en sí misma, sino en la Venezuela de Alberto Adriani, ayuntada a la producción agrícola y ganadera; pensaba en el suelo, no en el subsuelo, afirmaba Caballero. En efecto, en el texto De una a otra Venezuela, Uslar apuntaba como una de las más inquietantes consecuencias del aceite en nuestra vida nacional, el imposible regreso a lo que el país había sido antes de la irrupción de la actividad petrolera. El negocio petrolero hará imposible el retorno al siglo XIX del café y del cacao. Era ésta una preocupación vital y constante del escritor.
No es esto último, sin embargo, el punto de atención de las líneas siguientes. En ellas nos interesa, más bien, descubrir que la frase, seguramente por poco analizada, ha servido fundamentalmente, y, sobre todo, para endosar al liderazgo postgomecista y, en particular, al democrático responsable del Pacto de Punto Fijo, la incapacidad de hacer cumplir lo que Uslar Pietri urgiría con evidente angustia en aquel editorial del diario Ahora.
Acuciados por la tragedia que Venezuela ha vivido estos años, algunos venezolanos han vuelto a la célebre frase «Sembrar el petróleo», para concluir que no hubo tal siembra y que por no hacer caso al dictum de Uslar, el país terminó en el abismo en el que hoy nos consumimos.
No sembrar el petróleo se traduce, para ellos, en que el liderazgo político del pasado pre chavista no hizo lo que tenía por tarea: aprovechar la renta petrolera para desarrollar la industria y la agricultura tal como lo solicitaba el autor de Las lanzas coloradas en su famosa proclama.
No hay razones históricas que soporten ese imaginario, sostenemos. Si algo está fuera de duda es que el liderazgo posterior a la muerte de Gómez, tuvo claro en que debería consistir la siembra del petróleo contando, además, con la voluntad política para ejecutarla. En su obra cumbre sobre nuestro principal recurso, Venezuela, política y petróleo, cuya quinta parte justamente se titula La siembra del petróleo, Rómulo Betancourt recordaría que, apenas instalada la Junta de Gobierno con la que se inició el Trienio 1945-1948 de Acción Democrática, el cometido que la misma se propuso fue que “… los hombres, las mujeres y los niños venezolanos comerán más, se vestirán más barato, contarán con más escuelas y con más comedores escolares”.
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En eso consistía para el máximo líder de AD sembrar el petróleo. Y fue eso lo que se hizo según muestran las cifras de inversión pública de la época en el renglón social. Pero también en el terreno económico se había dado un paso adelante con la creación de la Corporación Venezolana de Fomento en 1946, matriz del desarrollo industrial que exhibiría el país con altas tasas de crecimiento a lo largo de los 50 y los 60 del siglo XX.
La siembra no comenzó con el Trienio, sin embargo. Ya el Programa de Febrero de López Contreras había dado un impulso vigoroso a la higiene pública y la asistencia social expresada en la lucha contra enfermedades como la tuberculosis, la anquilostomiasis, el paludismo; a la vialidad, al combate contra el analfabetismo, a la educación…
El gobierno de Medina Angarita mantendría la línea de acción y destacaría por su labor de fomento a la economía con la creación de la Junta para el Desarrollo de la Producción Nacional en 1944. Aprovechando la coyuntura de guerra, Medina inicia un proceso sustitutivo forzado de importaciones. Rubros como el arroz, el azúcar, el cemento, incrementan sus volúmenes de producción logrando satisfacer en gran medida los requerimientos de una población con profundas carencias nutricionales y existenciales en general. La dictadura de Pérez Jiménez dedicará sus mayores esfuerzos a edificar magnas obras de cemento tales como autopistas y puentes.
La recuperación de la democracia en 1958 significó no sólo la vuelta de las libertades y el respeto a la pluralidad política, sino también la continuación de la agenda del Trienio expresada en escuelas, liceos, universidades, vialidad y sanidad pública. De ello dan fe obras como el puente sobre el lago de Maracaibo, más de 80 represas entre las que sobresale la fabulosa represa del Güri para la generación de hidroelectricidad, el complejo petroquímico El Tablazo, el magnífico teatro Teresa Carreño, el Metro de Caracas, numerosos hospitales y una extraordinaria red de ambulatorios extendida a lo largo y ancho del país. Para los años noventa, sólo en el estado Lara, se contabilizaban más de 300 unidades asistenciales de este tipo.
Atrás quedaba la época en la que el paludismo hacía estragos en la población; quedaban atrás los años en los cuales más de la mitad de la población no sabía leer ni escribir; mucho más atrás todavía quedaban los inicios del siglo XX cuando el analfabetismo rondaba el 90%.
Se convirtieron en un mal recuerdo los años en los cuales la esperanza de vida se ubicaba apenas entre los 31 y 34 años. Ahora las cifras se habían alterado sorprendentemente a favor. Así, para 1961, el analfabetismo se había reducido al 35, al 23 en 1971 y al 9 % en 1990. La esperanza de vida pasó a 73 años en las mujeres y 68 en los hombres en 1980.
En entrevista que Pedro Pablo Peñaloza le hiciera a la profesora de la UCV Celia Herrera, ésta diría: “Si desapareciera todo lo construido en esos cuarenta años, me atrevo a decir que seríamos un gran desierto, con algunos elefantes blancos como el Helicoide”.
Este gigantesco jalón de progreso quedó sepultado en la nueva gramática discursiva que el populismo chavista inscribió en los noventa, luego de los dos golpes de Estado fallidos. El petróleo para Chávez fue sólo un argumento para fraguar y consolidar simbólicamente un enemigo, el imperialismo norteamericano, interesado siniestramente en apropiarse de nuestros recursos naturales de acuerdo a ese nuevo relato.
Si se revisan con detenimiento los documentos fundacionales del movimiento bolivariano, podremos darnos cuenta de que el petróleo no ocupa mucho espacio en ellos. Ni siquiera en la Agenda Alternativa Bolivariana de 1996, donde el proyecto insurgente se delinea con mayor precisión, el mineral es objeto de explayada reflexión y programa. Salvo para insistir en que el gobierno revolucionario revertiría el proceso de desnacionalización de nuestra máxima industria impulsado por la apertura petrolera y que el petróleo seguiría siendo la base del desarrollo venezolano.
¿Qué significa para el bolivarianismo sembrar el petróleo? Pues nada, como lo atestiguan dramáticamente los más de veinte años de gestión chavista. Sembrar la pobreza quizá sea en lo que verdaderamente deba traducirse.
Lo cierto es que el registro histórico de nuestra obra civil republicana del 36 al 48 y de los 40 años de democracia, muestra que en Venezuela sí se sembró el petróleo. De no haber sido así, estaríamos mucho peor. Si con algo cuenta la nación para arrancar desde algún punto su desarrollo en un futuro, será precisamente con aquéllos activos, los cuales, aunque con lamentable deterioro, siguen estando ahí…