Pifia en Bogotá, por Teodoro Petkoff
«Tan inaceptable como la injerencia indebida del Senado colombiano es el continuo entrometimiento de Fidel Castro en nuestros asuntos».
Cuando dos países vecinos, como en el caso de Colombia y Venezuela, viven, cada uno de ellos, situaciones de conflicto interno, deben ser extremadamente prudentes en lo que atañe a la situación del otro, porque la posibilidad de que los conflictos de ambos se contaminen mutuamente no haría sino empeorar la situación de conjunto. Dicho de otra manera, quien tiene tejado de vidrio –y en este caso, los dos lo tienen– debe cuidarse de lanzar piedras al del vecino, porque de eso lo único que resultaría es una pedrea colectiva que vaya a saberse dónde puede ir a parar. Más aún, cada vez que un vecino se mete en el terreno del otro, facilita a éste tocar las teclas del chovinismo, para tratar de nuclear en torno suyo a tirios y troyanos “en defensa de la soberanía”, procurando darle a su propio conflicto interno una dimensión internacional.
Desde este punto de vista la declaración del Senado colombiano constituye una verdadera impertinencia diplomática y una injerencia en los asuntos internos de Venezuela.
Afortunadamente el gobierno de Uribe ha dejado claro que la política exterior de su país la conduce, como entre nosotros, el Ejecutivo, de modo que cabe esperar que este incidente no pase de los respectivos acuerdos de los parlamentos de ambos países, que, desde luego, no tienen carácter vinculante para sus gobiernos. Porque si fuera lo contrario, y el gobierno colombiano estuviera obligado a cumplir con el acuerdo de su Senado, solicitando de la OEA la activación de la Carta Democrática en relación con Venezuela, lo más seguro es que eso termine en una resonante victoria diplomática y política del gobierno venezolano. A diferencia de lo que piensan los eternos creyentes en la preñez de los pajaritos, la activación de esa Carta, salvo en los casos de golpes de Estado, es un asunto complejo y engorroso, que pocos gobiernos de este continente –si es que hubiera alguno–, estarían dispuestos a invocar.
Por lo que respecta a quienes en este país adversamos al gobierno de Hugo Chávez, deberíamos, como señala ayer con mucho tino Luis Manuel Esculpi (El Mundo) , “estudiar con mucha prudencia los pronunciamientos que provienen de gobiernos o actores políticos de otros países, debido a que existen razones históricas que tocan teclas sensibles para los venezolanos”. En esto, lo más apropiado es una posición de principios. La injerencia indebida de poderes públicos externos en los asuntos venezolanos no puede estar sometida a los avatares de la polarización. Tan inaceptable como la injerencia indebida del Senado colombiano es el continuo entrometimiento de Fidel Castro en nuestros asuntos. La defensa de los intereses nacionales no puede subordinarse a los avatares de la confrontación política interna. Quien aplaude la injerencia cubana o se hace el loco ante ella, pierde autoridad moral y política para protestar la colombiana. Quien denuncia la injerencia cubana pero respalda la colombiana, también la pierde