Píldoras del idioma, por Marcial Fonseca
Twitter: @marcialfonseca
La contribución de este mes serán píldoras sobre la lengua española; y, como siempre, sin ningún rigor filológico, simplemente por amor a nuestro idioma y sin la adustez de un salón de clase. Empecemos: ¿por qué en ‘mi carro’ y en ‘para mí’, un ‘mí’ tiene acento y el otro no? Los académicos pontificarán que el primero es un posesivo y el segundo, un pronombre. Veamos una explicación que no requiere tanta memoria; para ello usaremos otros ejemplos.
Lea en voz alta «Quiero té» y «Te quiero» (sin duda más romántica la segunda…). El oído advertirá que en el primer ‘té’, la infusión, hay un mayor esfuerzo de voz que en el otro ‘te’, de ahí la tilde. Ahora, lo mismo con «Yo sé mucho» y «Yo se lo dije»; la entonación le indicará que el primer ‘sé’, de saber, lleva acento. Pasemos a «Sal de ahí» y «Pásame la sal». Notará que la entonación es monótona en ambas frases; por ello sal, de salir, o sal, para sazonar, no se tildan.
Claro, si usted sufre de amusia; es decir, canta Ansiedad como el Himno Nacional, entonces, apréndase las reglas. Si busca ‘amusia’ en el diccionario entenderá por qué es una palabra tan desafinada.
Pasemos a un tema que provoca muchos dolores de cabeza. Si le gusta la normativa, hay bastante en la acentuación de las palabras; aunque al autor le ha llamado la atención por qué no se usan explicaciones mundanas. Ejemplo sencillo: en la frase «La minuta fue leída por el secretario», ¿por qué ‘leída’ está tildada? ¡Fácil! Si no lo estuviera sería el nombre de una mujer. Y punto.
La píldora es heterodoxa; se parte de que el lector ya conoce las definiciones de palabras agudas, graves o llanas, esdrújulas y sobresdrújulas. De los acentos que cabalgan los monosílabos diacríticos no se hablará más.
Nos dedicaremos a las graves y a las agudas, que representan el noventa y siete por ciento de las palabras en español; las demás, esdrújulas y sobreesdrújulas, son apenas tres por ciento, y no merece la pena estudiarlas.
De este universo, un ochenta por ciento son graves y la mayoría de ellas termina en N, S o vocal. Aclaremos que se consultó a la Fundéu para saber si conocían la distribución de las graves con esas terminaciones, pero no tenían información al respecto.
Al grano. Toda palabra que, simultáneamente, sea llana y termine en N, S o vocal no requerirá acentuación gráfica. Ejemplos: camisa, lana, carro, pecado, examen, ejercito. Si se cumple la primera premisa, pero no la segunda, la palabra lucirá un acento. Lápiz, cárcel, télex, carácter. Si, por el contrario, no es llana, pero sí termina en una de las letras de marras, entonces se castigará la vocal de la sílaba infractora. Ejemplos: lámina, bonsái, canción, bastión, páginas, comerás.
Veamos algo más interesante. Qué pasa si no se cumple ninguna de las dos premisas; esto es, la palabra no es llana y termina en letras diferentes de N, S o vocal. Entonces, amigo lector, estamos en presencia de la mayoría de las palabras agudas, y por ello tampoco se les colocará tilde. Papel, radar, bucal, amar. Claramente, esta píldora tiene una pata floja: si hubiera una esdrújula que terminara en, digamos, R, se caería el aserto. ¿Es muy alambicado? Recuerde el cuento del hombre que moriría quemado[1].
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Redundemos: las palabras llanas que terminan en N, S o vocal y las agudas que no terminan en ellas representan un total, al desgaire, de un noventa y cinco por ciento de las palabras del español; y no exigen tildes.
Pasemos a otra píldora, la pluralización de los apellidos. A lo largo de la historia de nuestra lengua ha habido muchas posturas; pero hoy podemos decir que los apellidos, en general, no se pluralizan. Así, los García, los Paredes, los Miquilena, los Guerra. Podemos decir «Los Piña del piso 8 son muy buenas personas». Hay una evidente salvedad: si hablamos de varias familias independientes podemos afirmar «Los Garcías de Venezuela son de origen español».
Para finalizar, vayamos a palabras raras. Cornaca, que es la persona que cuida, alimenta y entrena un elefante; dada a conocer en español por José Saramago. Heredípeta, aquel que, con triquiñuelas, se apodera de una herencia. Una palabra con pinta de error: uebos; y cuyo ejemplo que aparece en el diccionario de la Real Academia Española es «uebos de lidiar». Aclaremos que significa necesidad, cosa necesaria; y está en desuso (¡menos mal!).
Ya al final, una de las palabras preferida del autor: meandro, que fue introducida al español, en su sentido lato, por el gran Borges; y citemos dónde la inauguró:
«Omitir siempre una palabra, recurrir a metáforas ineptas y a perífrasis evidentes es quizá el modo más enfático de indicarla. Es el modo tortuoso que prefirió, en cada uno de los meandros de su infatigable novela, el oblicuo Ts’ui Pên».[2]
[1] Un juez le dice a un sentenciado a muerte que si dice una frase que sea verdad será ajusticiado con una flecha envenenada para que no sufra; por ejemplo: ‘el cielo es azul’ o ‘el mar es salado’. Si la frase es mentira, como ‘el cielo es verde’ o ‘en Caracas nieva’, el prisionero moriría quemado. El condenado dijo: «Yo moriré quemado». El juez rumió la frase… y al final lo dejó en Libertad.
[2] El jardín de los senderos que se bifurcan.
Marcial Fonseca es ingeniero y escritor.
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