Pinocho, por Teodoro Petkoff
Anoche el presidente arremetió contra TalCual. Lo más menudo que disparó contra nosotros fue lo de «mentirosos». Varias veces nos tildó de «engañadores de oficio» y en otras ocasiones, con el logo del periódico en pantalla, utilizó la expresión «canallas» y «bastardos». ¿Qué motivó esta explosión de elegancia retórica? La publicación del Informe de la Contraloría sobre el Plan Billuyo 2000. Mientras los insultos iban y venían, todo el que esperaba que el presidente desmintiera los casos de robo, de facturas chimbas, de cheques que nunca fueron cobrados por los proveedores sino por los propios ejecutores del plan, se quedó con las ganas. Hizo malabarismos, colocó en pantalla la página de TalCual donde se presentaron los casos de choreo estado por estado, pero eludió comentarlos. Hoy publicamos nuevamente esos casos (página 2) y emplazamos al presidente a que en su próxima cadena no se vaya por las ramas, y acompañe los insultos, por favor, con los números en la mano y con una explicación convincente de que lo que señaló la Contraloría no es cierto. Porque este es el punto de fondo: con no poca precisión la Contraloría dijo que «preliminarmente» no pudo determinar dónde fue a parar el 34% de los recursos utilizados. El país habría querido oír una explicación sobre, por ejemplo, hechos como este: «En Maracay, un socio de la empresa Comercial Xavier confesó haber endosado cheques a la Dirección Regional por 54,08 millones». En lugar de oír que somos unos «canallas», el país habría querido escuchar una explicación de por qué, como dice «preliminarmente» el informe: «no se evidenció la determinación de los costos estimados para la ejecución y materialización de las metas fijadas, por consiguiente tampoco se realizaron con el debido rigor las estimaciones presupuestarias ni la cuantificación de los requerimientos financieros, humanos y materiales para abordar la gestión global del Proyecto Propaís». A nadie se le escapa que esa «falta de rigor» es precisamente lo que permite los chanchullos. Para esto no hubo explicación alguna. Pero, precisamente, esto es lo que constituye el corazón de la corrupción administrativa.
En una única cosa tuvo razón el presidente, pero secundaria con respecto a lo anterior. Confundimos la cobertura que se proponía el plan sobre el número total de escuelas, hospitales y ambulatorios existentes en el país, con las metas que realmente se alcanzaron. Para hacerlo más claro, con un ejemplo: de las 16.976 escuelas del país, el plan se proponía cubrir 312 (2%) y en verdad cubrió 3.418 (20% del total). Pero esto lo único que demuestra es que ciertamente se hicieron los trabajos pautados. El punto es, sin embargo, que haciendo los trabajos y con el pretexto de ellos fue cometida cualquier cantidad de vagabunderías, debidamente sustanciadas por la Contraloría. Es cierto que las metas fueron sobrepasadas pero no es menos cierto que en ello se gastó, según la Contraloría, CUATRO VECES MÁS DE LO QUE SE HABÍA PRESUPUESTADO. Contra 9.500 millones presupuestados se gastaron 36 mil millones. Aquí está el guiso. Más aún, en 79% de las instalaciones inspeccionadas se determinó «la existencia de necesidades no atendidas» y del total de actividades ejecutadas 75% «corresponde en su mayoría a pintura». Y mientras el presidente se regodeaba en señalar la confusión que tuvimos y que reconocemos, cual «engañador de oficio», omitió precisamente lo central del informe. Más aún, el presidente se hi-zo el loco frente a esta conclusión del informe a propósito de metas y cumplimiento de ellas: «Sin embargo, no consta en la documentación examinada por la Contraloría General, la existencia de diagnósticos de los que pudiera inferirse la situación real del universo de aquellas dependencias públicas, su grado de deterioro y las necesidades de reparación y mantenimiento». O sea, ¿sobre qué base se gastó? ¿Toda la pintura que se adquirió era necesaria o hubo compras ficticias, que no correspondían a ninguna «situación real»? Tampoco consideró necesario el presidente explicar esta otra «canallada» apuntada por el informe: «No se evidenció la existencia de registros para el control de los movimientos de entradas y salidas de los materiales de construcción de papelería y de oficinas». O sea: de las compras hechas no hubo registros. ¡Qué jamón! «En Venezuela no hay razones para no robar», dijo alguna vez aquel maestro del ingenio y del cinismo que fue Gonzalo Barrios. Más de un prócer del Plan Billuyo se diría que bien pendejo sería si ante tamaña mantequilla no se cogiera unos centavos.
¿»Canallas», «bastardos», «mentirosos», «engañadores de oficio»? Mide tus palabras, presidente, porque, con el debido respeto, pueden rebotar contra ti.