Plasta de coca, por Teodoro Petkoff
Un sociólogo norteamericano habló alguna vez de los «efectos no intencionales de acciones intencionales», refiriéndose a las gracias que terminan siendo morisquetas. El viejo proverbio lo dice más diáfanamente: «El camino del infierno está empedrado de buenas intenciones». Todo esto viene a la mente cuando se oye y se ve a Chávez hablando de su afición a la coca; primero dijo a la «pasta» y días después corrigió: es hojas de coca lo que, según él, mastica todos los días. La primera alusión, con su respectiva corrección, lo que revela es que, como en tantas otras cosas, Chávez no sabe de lo que está hablando. Ni siquiera conocía la diferencia entre la pasta (que ya es prácticamente cocaína) y la hoja. Pero, pasta u hoja de coca, la gracia que quiso hacer para mostrar su respaldo al justo alegato boliviano de que la lucha contra el tráfico de drogas no puede comenzar en los sembradíos de coca, le resultó una morisqueta feroz.
Es obvio que mientras la cultura del consumo no sea eficazmente combatida en los principales mercados (Estados Unidos y Europa), siempre habrá quien produzca las drogas, de modo que destruir las plantaciones será una tarea de Sísifo. Más aún, no es entre los campesinos sembradores de coca donde se localizan esas terribles consecuencias del tráfico que son la existencia de mafias, cárteles y toda la espantosa criminalidad asociada a la producción, distribución y lavado de dinero proveniente del tráfico de cocaína.
El debate sobre este tema, que incluso viene colocando en la agenda la cuestión de la legalización del consumo, para sacar del juego a las mafias y cárteles (recordando lo que ocurrió en Estados Unidos una vez que cesó la prohibición del consumo de alcohol) y utilizar los billones de dólares que se gastan en represión para el tratamiento de los adictos y para campañas masivas contra el consumo, es hoy planetario.
Se trata de un tema delicado y sensible, que no puede ser manejado con superficialidad, y respecto del cual las respuestas no son fáciles ni evidentes por sí mismas. Por ello el comportamiento de Chávez constituyó un acto de suprema irresponsabilidad. Si su intención fue solidarizarse con los campesinos bolivianos, el resultado no intencional fue desconcertar e irritar a millones de venezolanos, sobre todo entre las familias más humildes, que es donde más duro pega la criminalidad asociada al narcotráfico y donde son más graves las consecuencias del consumo.
¿Cómo le explica una madre a sus hijos que la cocaína es dañina si, a sus ojos, el propio Presidente, implícitamente, la alaba? Primero pide estatus de beligerancia para una guerrilla que ya no oculta sus negocios con el tráfico de cocaína, luego exalta las virtudes de la hoja de coca.
¿Cómo cree Chacumbele que cayó eso entre sus propios partidarios que viven en las barriadas humildes?