Play ball, por Teodoro Petkoff
Ya está el umpire en el terreno y a partir de mañana podrá cantar la voz de play. La Sala Constitucional logró cumplir en el plazo que se asignó a sí misma el cometido de designar los rectores del CNE. Nuestra primera reacción es la de otorgar un voto de confianza al nuevo organismo. Se ha apartado una gruesa roca atravesada en el camino del ejercicio de los derechos políticos de los venezolanos.
La crisis del anterior CNE mantenía en un peligroso limbo la posibilidad de expresión de la voluntad política nacional a través del voto. Los nombramientos anunciados anoche permiten superar este escollo. El Poder Electoral ya tiene su cúpula y a partir de aquí se restablecen todas las atribuciones del CNE para organizar y conducir los procesos electorales, comenzando por los de carácter referendario que están planteados, en particular el que tiene que ver con el mandato del presidente.
Se ha avanzado un paso más -y este bastante largo- en el camino de afirmar la factibilidad de una solución pacífica, democrática y electoral a la grave crisis política en que está sumido el país. Desde luego, el mandado no está hecho todavía, y en la trocha por la cual vamos continúan apostadas varias emboscadas.
Pero en la medida que toman cuerpo las instituciones (en tanto que organismos y en tanto que normas), a través de las cuales pueden procesarse civilizadamente las controversias, se podrán disipar los nubarrones que todavía oscurecen el horizonte.
En este país la voluntad de paz es abrumadoramente mayoritaria y es a partir de ella como deben construirse las soluciones. En este sentido el nuevo CNE, aunque ha de actuar celosamente apegado al ordenamiento legal (no tricks), tiene un cometido esencial que es el de hacer viable la expresión de la opinión política de la nación. Es la hora de la ley y no de la leguleyería, sustentada la ley, permítasenos el lugar común, por un alto sentido de responsabilidad política e histórica.