Pobreza energética, distopía socialista, por Wilfredo Velásquez
Twitter: @wilvelasquez
Estamos cansados, hartos, de oír al gobierno de Miraflores y al “gobierno” interino hablando de la inmensa potencialidad energética que guarda nuestra bendecida geografía, mientras observamos la incapacidad de los unos y de los otros para por lo menos mitigar el pésimo servicio, de electricidad, gas y carburantes que sufrimos en Venezuela, donde la clase media pauperizada y los sectores populares viven sumidos en la más atroz pobreza energética.
Semejante realidad es el resultado de la sociedad distópica en que nos ha convertido el socialismo del siglo XXI, cuyo modelo de estado maneja monopólicamente todas las etapas de los procesos de producción de combustibles y demás fuentes de producción de energía.
El poder destructivo del socialismo es tan terrible que vimos como el árbitro de la disrupción socialista, pito en boca, grotescamente arrellanado ante el país, entre pitazo y pitazo, dio inicio al partido final, por la copa de la ruina petrolera, donde los dos equipos, gobierno y oposición, apostaban por la desintegración de una de las principales empresas petroleras del mundo.
La definición más elemental de la pobreza energética está referida, a la capacidad que tienen las familias para cancelar las facturas de los servicios relacionados con el suministro de la energía necesaria para el funcionamiento de los hogares, está determinada por tres factores básicos, el ingreso familiar, el precio de la energía y la eficiencia energética de la vivienda.
En Venezuela la eficiencia energética de la vivienda no cuenta para nada, en gran medida gracias al benévolo clima que disfrutamos, tanto despreciamos este factor, que en el pasado reciente, quienes manejaban el negocio de la distribución eléctrica, estimulaban la construcción de edificios de alto consumo, los cuales eran promovidos y reconocidos por las empresas eléctricas con relucientes placas de bronce, que expresaban el estímulo al despilfarro energético y que como todos nuestros símbolo de la memoria urbana, terminaron, alimentando la voracidad ambiental de las empresas reductoras de metal que se nutren del vandalismo urbano, sumiendo en el olvido los alardes de modernidad de los promotores del consumo desmedido, para justificar el incremento de sus ventas.
En lo referente a los costos de la energía, como sucede con casi todos los servicios, excepto la recolección de desechos sólidos, pareciera que el precio que paga el ciudadano es relativamente bajo, pero esta ilusión desaparece cuando comparamos el salario mínimo nuestro con el pagado en el resto del mundo.
Es tan bajo, que en estos días circula en las redes, la risible y despectiva repuesta de un ministro muy trabajador, que dice, en medio de una entrevista, que no sabe cuánto gana y que además no cobra por el ministerio que desempeña, sino por otra empresa del estado, según el video, “supone” que un ministro gana, la cantidad de 700 bolívares “digitales” que equivalen a poco más de 38 dólares imperiales, expresión que también podría resultar muy risible, si no fuera una demostración de la ignorancia e irresponsabilidad de quienes manejan nuestras instituciones
El precio de la energía en nuestro país sigue siendo bajo respecto a los precios internacionales, pero el servicio es pésimo por las condiciones de incertidumbre en que lo brindan, la generación eléctrica es insuficiente, tanto que ningún plan de desarrollo industrial puede sostenerse con los niveles actuales.
En cuanto a carburantes, el sistema refinador del país con sus seis refinerías no produce los volúmenes necesarios, por lo que hemos pasado de ser un país exportador de combustibles a un país importador.
En Venezuela la pobreza energética, imposibilita el acceso de amplios sectores de la población a los carburantes tanto para los vehículos particulares como para el transporte público de pasajeros, el transporte de bienes y servicios, la producción agrícola, la pesca artesanal y la pequeña y mediana industria.
Hemos vivido situaciones, en que la población de las ciudades del interior ha tenido que recurrir a la leña para suplir la carencia, casi absoluta del gas.
Actualmente, en la mayoría de las ciudades el acceso a este servicio, además de difícil resulta muy costoso, como en todos los sectores, el gobierno fija un precio irreal y los administradores directos terminan arreglándoselas para comercializarlo con precios de mercado negro, donde ellos se enriquecen y la comunidad sufre las consecuencias de la corrupción incontrolable.
Igual pasa con la escasez del combustible, la cual es aprovechada por los delincuentes que manejan el mercado negro, para convertirla en una excelente oportunidad de negocios.
La conexión de las viviendas a la red eléctrica, en los sectores populares, es realizada por los usuarios en condiciones inseguras y sin apego a ninguna norma, por lo que resulta frecuente ver videos de accidentes graves.
Las empresas de distribución no realizan mediciones del consumo ni actividades de cobranzas, por lo que se permiten brindar un servicio insuficiente que suspenden sin previo aviso.
Los apagones y cortes aparentemente planificados son frecuentes y muchas veces, por tiempo prolongado, las caídas y subidas de tensión son otra expresión de la pobreza energética que sufre la población, independientemente de su nivel social, provocan daños a los equipos electrodomésticos de unos hogares que hace mucho perdieron la capacidad de reparar o reponer los equipos afectados por el mal servicio.
En Venezuela, aunque las familias disfruten de una posición económicamente estable, están igualmente sometida a los rigores de la pobreza energética.
El socialismo distópico no detiene su aplanadora igualitaria, permanentemente allana las diferencias haciéndonos iguales en la miseria.
Otro factor que expresa la pobreza energética que sufre Venezuela, son las consecuencias adversas que provoca el mal servicio eléctrico en los hospitales y el transporte público subterráneo.
Venezuela es un país con enormes reservas probadas de petróleo, gas y carbón, cuenta además con un inmenso potencial hidroeléctrico, cuyas instalaciones en el momento de mayor auge industrial llegaron a suplir el 70% de nuestra demanda, pese a tan ingentes riquezas, sufrimos una altísima carencia energética, cuya superación no parece posible ni en el corto ni el mediano plazo.
Paradójicamente, la gran riqueza, que representan nuestras inmensas reservas de energía, nos ha llevado a sufrir una extrema pobreza energética.