Poderes enfrentados, por Américo Martín
@AmericoMartin
Por la libertad, así como por la honra, se puede y debe aventurar la vida
(Cervantes)
Llamativo espectáculo brinda el poder ficticio presidido por el diputado Parra. Carece de legitimidad de origen y de ejercicio, no obstante no de afasia porque habla como muñeco al que se le acaba el sonido; pregona apego legal y pretende operar en el más desenfadado acto de fuerza. En los hechos, sin embargo, actúa como si fuera una institución constitucional. Al punto que se ha configurado en Venezuela lo que en la doctrina se denomina estado de dualidad de poder.
Debo aclarar que no me refiero al aspecto legal porque es universalmente conocido que la Asamblea Nacional -legítima y legal- presidida por el diputado Juan Guaidó es la única que existe. La dualidad de poder se repite entre Miraflores y San Francisco, se proyecta a nivel de embajadores y a otros altos cargos como la Contraloría General de la República, tras el nombramiento de Juan Pablo Soteldo, hijo de uno de los mejores amigos que yo haya tenido, el homónimo Juan Pablo Soteldo, quien ya no está con nosotros.
Poderes duales de tanta significación como el que se ha instalado en nuestro país, expresan la peculiar lucha entre la democracia y la autocracia y son casos que, sin ser muy numerosos, tampoco dejan de florecer al extremo que en la historia de la política se ha elaborado toda una teoría para explicarlo. Uno de los autores que escribió con más frecuencia sobre el tema fue el líder bolchevique Lev Trotsky. Como autor marxista atenido a la pretensión del carácter “científico” del socialismo, llenó de “leyes” semejante fenómeno pero no dejó de verter ideas agudas y verdades fácilmente demostrables.
En su historia de la revolución rusa, Trotsky aplicó la teoría del poder dual a los casos de la Inglaterra de Cromwell, quien al frente de masas de artesanos y burgueses emergentes, creó un poder propio en Oxford como paso previo al derrocamiento de la monarquía en Londres. También se refirió a la Comuna de París, tomada audazmente en 1872 por los revolucionarios quienes desde esa posición impulsaron la guerra civil y conquistaron la convención francesa. Y por último, refirió el líder bolchevique, como más claro ejemplo histórico de poderes duales las revoluciones rusas de marzo y noviembre de 1917. Los obreros, campesinos y soldados crearon los soviets de dominio local, de modo que será desde el soviet de Petrogrado, presidido por el propio Trotsky, que bajo la consigna de “todo el poder a los soviets” le dio el golpe final al gobierno moderado presidido por el socialdemócrata Aleksándr Kerensky.
Los esquemas de poder dual podrían no llegar tan lejos. Una provincia, un conjunto de sindicatos o grupos de la sociedad civil pueden imponer su lógica de poder en sus localidades, porque cuando llegan a niveles críticos las confrontaciones sociales y políticas suelen expresarse en distintos ámbitos. Espero pues que se entienda mejor lo que significa una situación de doble poder. No son estados estáticos sino dinámicos, ninguno en capacidad de derribar todavía al otro, pero la tensión que los enfrenta se alimenta de sí misma, no cesa de crecer; y por eso cualquiera de los dos frentes puede vencer al otro y unificar bajo su modelo todo el poder del Estado. Repito, no es asunto de legalidad sino de fuerza. La de Miraflores descansa en los militares, las finanzas públicas, las cárceles y los irregulares armados por el régimen. Y la de San Francisco, reside en la mayoría de los electores, la decisiva solidaridad internacional, los universitarios, los trabajadores, los pobladores urbanos y rurales que sin embargo no han alcanzado los más altos grados de disciplina y organización.
Como en las fuerzas movidas por Miraflores se observa una propensión a acentuar el método represivo, en la medida en que se intensifican las debilidades del modelo socialista S. XXI, puede sospecharse que una de las salidas susceptibles de abrirse paso sea la del regreso a las prácticas golpistas que desde 1992 comenzaron a caer en desuso. Por evitar salidas de fuerza y derramamiento de sangre, el gran objetivo que debería unir a los venezolanos es oponerles la vía pacífico electoral en términos tan nítidos que puedan mostrar una verdad totalmente creíble hasta para los más escépticos. Es lo que se quiere decir cuando se habla comicios libérrimos.
No es cuestión de creer que su factibilidad dependa de la buena fe, la candidez o la inocencia. Lo decisivo es la capacidad de resistir las presiones que lo exijan y el papel que jugaría, en los seguidores de Miraflores, la sensación íntima de que no es posible seguir gobernando a costa del país en lugar de hacerlo para el país. Deberían poner en un platillo de la balanza la carga cada vez más pesada de mantener un poder que los desborda y en el otro las ventajas para Venezuela y para todos, e incluso para ellos mismos, de un cambio democrático por vía constitucional y electoral a satisfacción del mundo.
No se me escapa que ese es el sentido de las presiones emanadas de la solidaridad internacional y muy especialmente el objeto de la gira y los actos de Juan Guaidó. Elecciones libres y transparentes para el cambio democrático que haga de la libertad el premio al esfuerzo de superar la trágica situación en que nos encontramos todos los venezolanos, sin excepción.