Polarización y mitología, por Simón García
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La política, como saber y dominio práctico, se resiste a reglas que trasladen la exactitud de las matemáticas o las cada vez más complejas categorías explicativas de la física. Quizá si tuviera algunos de sus modelos como referencia podría mejorar sus capacidades analíticas y predictivas.
Solicitando la benevolencia de amigos de formación científica, arriesgo afirmar que los polos en una batería pueden intercambiar la función de positivo o negativo según si está cargando o generando energía. En política, los polos son los terminales extremos. Revelan una posición absoluta, rígida, negadora de las posiciones intermedias y concentradas en la liquidación del contrario. El extremista sustituye el diálogo por el ataque, la negociación por la imposición, la paz por la violencia y el arbitraje de los votos por el de las balas, aun si cuenta con los primeros y carece de las segundas.
Las posiciones extremistas son una variante de autoritarismo. Pueden manifestarse tanto en sectores del gobierno (donde alcanza su máxima potencia destructiva) como en la oposición (donde su negatividad escamotea la realidad). El extremismo político, intolerante y virulento, es altamente contagioso por básico: el otro no es un oponente sino el enemigo a exterminar. Su rechazo excluye la disposición a convivir.
Si la polarización traspasa los límites del antagonismo radical, si descarrila la racionalidad, se hace emoción y adquiere el tono de cruzada moralista es una patología política, como lo señaló Lenin al desmontar la desviación izquierdista de la izquierda.
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Las estrategias extremistas son instrumentalistas. No generan conciencia democrática ni forman ciudadanos, producen fanáticos, convencidos de su superioridad moral y de su verdad. Sustituye la realidad por los deseos, se aísla en su burbuja de espejismos y se fuga de la realidad social. Por eso, son una trampa para atraer derrotas.
Una pequeña muestra de cerebros polarizados acaba de surgir ante la exhortación pastoral del 15 de octubre. Los que habían atacado encarnizadamente a los obispos, ahora los exaltan. Los que aplaudieron la declaración anterior, ahora arrugan el ceño. Unos y otros acentúan lo que sirve para atacar y dividir.
Todos ignoran el señalamiento que les atañe directamente: “Venezuela reclama a gritos un cambio de actitud en la dirigencia política”. La llamada oposición mayoritaria no se siente aludida porque, según los Obispos, no cuentan con un proyecto de país ni están actuando en función del respeto a los más débiles. Afortunadamente, la Conferencia Episcopal sigue en su línea: 1) La mayoría de los venezolanos quieren dilucidar su futuro político a través de la vía electoral.2) Se requiere una ruta clara para la transformación política, democrática y civil. Dos orientaciones impecables.
La otra fuente de inversión y negación de la realidad es la mitología que le atribuye a la oposición, atributos, capacidades y condiciones que no tiene. El poder dual es un mito sostenido sólo por la apreciable solidaridad internacional. Maduro ejerce el poder de facto, Guaidó un poder testimonial que no basta.
La idea de que este gobierno sólo sale con balas es otro mito si se mira la sucesión de los presidentes de Venezuela el siglo XX, desde Castro a Pérez Jiménez. También lo es, la unidad de la oposición vista a la luz del Manual de Carreño. Mientras compitan una estrategia insurreccional con una estrategia electoral sin que ninguna muestre que ha persuadido al país de ser la más viable, la menos costosa, la más eficaz y útil para la reunificación y la reconstrucción de Venezuela, no habrá unidad. Seguiremos reeditando las fábulas del exilio cubano y reponiendo la transición inversa: del autoritarismo al totalitarismo.
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