Polémica carta, por Bernardino Herrera León
@herreraleonber
No de menos puede calificarse así la “Carta abierta al presidente Biden…”, abajo-firmada por “representantes del sector privado y la sociedad civil venezolana”. Es polémica por la extrema gravedad involucrada en sus peticiones.
Solicitan levantar las sanciones que EEUU impone sin establecer condiciones concretas a cambio. Piden levantar al menos las sanciones al sector petrolero nacional. Y lo más sustantivo que ofrece es un abstracto, hipotético y en extremo improbable escenario de entrega de la riqueza petrolera. Cambiar sanciones por señuelo. He allí el punto inverosímil y polémico de la carta.
Proponen el equivalente de una herejía: regresar a la época de la explotación extranjera del petróleo venezolano, de los tiempos de Juan Vicente Gómez y Marcos Pérez Jiménez.
En vez del adjetivo extranjero usan uno más elegante: “empresas occidentales” y un lugar común, que ese “regreso” aumentaría la alicaída producción petrolera venezolana. Lo había logrado Pdvsa antes que Chávez la convirtiera en la caja financiadora de sus disparatados y ruinosos delirios.
Proponer semejante salto atrás en el tiempo como algo viable ante la ruina del presente contiene el punto crucial. Pero muy poco ha llamado la atención de los ya numerosos críticos de la carta.
Porque los firmantes se saltan la parte en la que Pdvsa, siendo una empresa pública, alcanzó y hasta superó el mismo prestigio de las empresas privadas, sorprendiendo al mundo con su exitoso modelo de internacionalización, como el que representó en los EEUU, por cierto, la empresa Citgo.
Borrar de un tajo tres intensas décadas de nuestra historia petrolera pre-chavista debilita el argumentario básico de la misiva. Pero raya en lo vergonzoso cuando los firmantes piden, descarnadamente que “Occidente” venga con sus empresas a explotar nuestro petróleo.
Se saltan también el detalle de que fue el régimen chavista, gobierno de Maduro incluido, el responsable del colapso de Pdvsa. Y de la entrega descarada y humillante de lo que un tiempo fue la principal riqueza nacional.
La historia petrolera venezolana transcurrida entre 1976, año de la fundación de Pdvsa, hasta el ascenso al poder de Hugo Chávez, requiere tiempo aparte para conocerla y discutirla. Desde la llegada del chavismo, con su aluvión ideológico, el debate sereno no ha sido posible.
Pero puede afirmarse, sin muchas dudas, que Pdvsa refutó dos dogmas, que como tales nunca pierden vigencia. El dogma uno, que las empresas públicas nunca serían tan eficientes como las empresas privadas. Y el dogma dos, que las empresas estatales estarían siempre más seguras en manos del “pueblo”, es decir, bajo el control de los políticos de turno, mientras que en las villanas manos del sector privado correrían peligro. La evidencia dice que ni uno ni otro dogma.
Pdvsa evolucionaba hacia una empresa pública con participación privada y con criterios de meritocracia empresarial. Con tal éxito, que la entonces predominante clase política venezolana comenzó a recelar de sus méritos y logros y a descalificarla como “caja negra” o como un “Estado dentro del Estado”. Una experiencia así ponía en peligro la existencia de los grupos políticos.
El éxito de Pdvsa fue demasiado abrumador para la emergente clase política venezolana, que contribuyó con la llegada al poder del “comandante” Chávez. Y éste, llevó a cabo su sistemática destrucción que ya conocemos. Después del sector educativo, Pdvsa fue el segundo frente de batalla ganada, hay que reconocerlo, por el chavismo.
El triunfo de la devastación petrolera del chavismo consistió en relegar a la irrelevancia a la principal riqueza pública, sustituida por la mal habida riqueza de los cárteles del narcotráfico que es, a fin y cabo, lo que financia y sostiene al actual chavismo gobernante.
El narcotráfico es justamente la causa de fondo de las sanciones norteamericanas. Porque EEUU considera amenazada su seguridad interna por el constante asedio de las mafias del narcotráfico internacional. Esas que han convertido a Venezuela en uno de los estados criminales más sofisticados del mundo.
Este brutal detalle pasa desapercibido por la “oposición en Venezuela”, mencionada en la polémica carta, para concebir al gobierno de Maduro como un régimen autoritario más del montón. Y no es así.
El de Maduro es un Estado criminal, que reúne una especie de federación de cárteles de la droga, fuente principal que financia al régimen. Asociados con un puñado de feudos o “pranes” o “trenes” delictivos, que cumplen el rol de aparato de terror para el control social. Que cuenta, además, con el respaldo militar de otros estados potencias criminales como Rusia y China, entre otros.
Esa relación de dependencia del chavismo con los regímenes de Putin y Xi Jinping, es también una de las razones que refuerzan la decisión de imponer sanciones al chavismo.
Es un macro error de percepción, lo que lleva a los firmantes de la carta a pedirle al gobierno de los EEUU que permita que los agresores narcotraficantes continúen atacando a su economía. Tratando de seducirlo con la supuesta entrega de la riqueza petrolera. Más polémico no se puede.
Al final, la carta acude al lugar común de dividir bipolarmente al mundo a lo Guerra Fría, entre Occidente y Oriente. Venezuela estaría, claro, en el bando Occidente, el mismo de los EEUU. Pero en el fondo yace la clara sensación de tratarse de una cínica rendición.
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Tras rendirse cínicamente, los firmantes parecen decir “nos ponemos a la orden”. Son personas con suficiente trayectoria profesional e intelectual como para declararlos ingenuos o ilusos. Saben lo que dicen. Tienen idea de las consecuencias de sus peticiones. Saben del “regreso” a los tiempos de las empresas extranjeras “occidentales” y saben de la experiencia de un Estado rentístico, cobrador de regalías.
Los firmantes proponen subastar la riqueza petrolera del país, así de crudo. Sin garantías. Sin nada a cambio. Ni siquiera piden a EEUU realizar el trabajo rudo de desalojar del poder al puñado de organizaciones criminales que controlan y destruyen a nuestra ya depauperada nación.
Es polémica la carta, sí. Pero también deprimente y vergonzosa.
Bernardino Herrera es docente-investigador universitario (UCV). Historiador y especialista en comunicación.
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