Política ¿humanitaria?, por Adriana Moran
Era ilógico suponer que el gobierno de Maduro que no ha hecho sino acumular fracasos, podría enfrentar con éxito la pandemia. Por eso, cuando las alarmas del mundo empezaron a sonar y supimos que era cuestión de tiempo para que la tragedia nos alcanzara, fuimos muchos los que pedimos a la oposición buscar un entendimiento para limitar el daño inevitable que el fenómeno biológico le haría a este país de gente empobrecida y con un sistema de salud en ruinas.
La pandemia no podía ser usada para profundizar la brecha entre dos grupos antagónicos por la simple razón de que lo que estaba en juego ya no era solamente la lucha por el poder político sino la supervivencia misma de la población. Y buscar un acuerdo humanitario, si somos demócratas, si lo que nos interesa es el bienestar de la gente, y si el poder que se busca es para cambiar este destino trágico de hambre y exclusión, significaba buscarlo por todos los medios posibles aún en contra de la terquedad de los que están en el poder.
Se trataba de insistir y de usar ese apoyo internacional acumulado no ya solo para presionar o acorralar al que gobierna, sino también para ponerlo al servicio de la única causa que puede ser importante cuando la supervivencia peligra.
Hubiera sido además una forma de volver a conectarse con la gente que ya no cree en nadie, que no tiene expectativas más allá de lo que pueda conseguir con las fuerzas que le quedan. Hubiera sido una forma de demostrar que sin renunciar al antagonismo político, este país les duele y que está primero que las ambiciones personales, que aunque legítimas, no podrán estar nunca por encima de la vida de millones.
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Acusar todos los días a Maduro por lo mal que lo está haciendo y esperar que las cifras nos horroricen, que el sistema de salud privado y público colapsen, que la falta de ayudas económicas sumadas a la cuarentena maten de hambre a los que logren esquivar al virus y que el tamaño de la crisis sea tan inmanejable que haya que suspender las elecciones de diciembre, o mejor aún, que lo obligue a irse, es más que otra apuesta casi segura al fracaso de todos. Es también una forma muy pobre de presentarse como alternativa de poder.
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