Política para después, por Simón García
Twitter: @garciasim
El entrompe del gobierno contra Voluntad Popular alteró el escenario. El puñetazo represivo estuvo medido de antemano. Pero la esquina gubernamental se peló inventando un supuesto plan conspirativo en alianza con las bandas de la Cota 905. Los servicios de Inteligencia, con excesiva falta de ella, olvidaron que las comarcas fuera de la ley nacieron de un pacto con José Vicente Rangel Avalos. De aquellas zonas de paz vienen estas delincuencias desbordadas.
Aunque la política se anude al presente, hasta los aprendices conocen que sus actos tienen consecuencias y que al hacer un movimiento hoy, deben anticipar su día después. No pueden refugiarse entre las patas cortas de una redundante acción y reacción. Por eso el buen político debe desplegar, según Aristóteles, tres atributos básicos: fines nobles, capacidad de previsión y fuerza para realizar lo planeado.
No se necesita ser Tirisias para saber que el gobierno intentaría despeñar la unidad de la oposición.
Flexibiliza condiciones electorales porque necesita flexibilización en las sanciones. Su apertura, con intención de dominio, no cambia su naturaleza autocrática, solo la adecúa a los cambios geopolíticos. Abre posibilidades a la oposición porque busca posibilidades para la continuidad del régimen. No piensa en el país sino en sus propios intereses.
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Una vez que el CNE restableció la tan exigida tarjeta de la manito y nadie la asumió, el gobierno pasó a profundizar la grieta que allí se evidenció. Percutó su rutina táctica: victimizar a una parte de la oposición para ponerla a pelear entre ella. Aumentar la reticencia al diálogo, a la negociación, a la vía electoral y poner a esos sectores en la casilla, fuera de todo, allí donde María Corina reina en la pureza estéril.
La peor respuesta a la provocación del «Ministerio del Embuste» es hacer lo que ellos quieren: impedir compromisos hacia una transición, cerrar la entrada a la supervisión internacional y lograr que el G4 retroceda a la abstención. Si se retorna a los argumentos de legitimidad y a las ilusiones violentas, el gobierno avanza varias jugadas para disminuir la posibilidad de que las fuerzas democráticas aprovechen el proceso electoral para poner orden en sus filas, salirse del guion de Maduro y apuntar a lo que los cubanos quieren y no pueden, mientras nosotros aún podemos, pero no terminamos de querer.
El gobierno trabaja para que una parte de la oposición se retire de la negociación. Aplica las técnicas de dividir a la oposición porque le asegura el mayor número de victorias en noviembre.
La oposición aprende fatigosamente la otra mitad del arte de la política, la misión de unir a un país desesperado por las crisis creadas por el régimen. La cuesta es escabrosa porque la oposición debe tener éxito en lograr que los ciudadanos vayan a votar, desaprendiendo la furia abstencionista que les inculcó.
El duelo soterrado entre dos concepciones sobre cómo debilitar las bases sociales y culturales del autoritarismo ya no tienen un punto de equilibrio. No hay disyuntiva, el voto es la calle de la oposición, mientras las focas de la vieja política se aíslan de la gente y de las oportunidades de cambio.
El pueblo chavista sabe lo que comienzan a comprender algunos de sus dirigentes: o reformas democráticas o destrucción irreparable del país. Si Maduro no cambia, el país le cobrará sus fracasos.
Pero si la oposición se devuelve y no ensancha su nuevo camino, perderá y deambulará como focas de la rutina y de una política más acá de sus parceladas visiones.
Simón García es analista político. Cofundador del MAS.
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