Política sin políticos, por Carolina Gómez-Ávila
Ante los problemas no soy pesimista, ni siquiera cuando ignoro la solución pero tengo a la vista a quienes pueden tenerla. Tampoco me desanimo cuando comprendo que no habrá resultados a corto plazo y que es menester perseverar a pesar de la incertidumbre.
Pero la desesperanza me asalta cuando, además de desconocer cómo resolver el problema, noto que quienes pueden hacerlo se cruzan de brazos o -peor- proponen acciones que agravarán el aprieto hasta dejarnos sin evasión posible.
Dicho de otro modo, como ciudadana no militante y contraria a la destrucción del sistema republicano y a la manipulación de la democracia para ese fin, sé que tengo limitaciones y que mi deber es apoyar en su legítima lucha por el poder a los partidos políticos que pueden representar mis aspiraciones.
Lo digo advirtiendo que no cualquier grupete de politicastros oportunistas puede representar estas aspiraciones, como Avanzada Progresista que va directo a su segunda pela en agua hirviendo por participar en las municipales de diciembre.
Aparte de los de esta calaña, nada en el horizonte. Los desvencijados partidos que quedan en pie convirtieron su huelga electoral en un amasijo de proposiciones disparatadas, como convocar un paro nacional en un país que está en quiebra desde hace tiempo y muere de hambre, como pretender calentar la calle cuando los manifestantes de 2017 aún chorrean sangre o siguen en estampida.
Pero insisto, la dictadura es un obstáculo que no me abate. Ahora bien, no tener herramientas para enfrentarla me pone del humor de Emile Cioran antes de escribir el Breviario de podredumbre.
En serio que el yugo me acicatea, pero el hecho de que quienes están llamados a encabezar la lucha y dirigirla luzcan como Teseo pero sin hilo, es deprimente. La salvación de Ariadna está en manos de unos embrutecidos que hacen de todo para provocar lo que dicen querer evitar, porque borrándose como opción electoral promueven que algún ala de la corporación que nos ha secuestrado dé un golpe de Estado.
Y lo peor es que no admiten que esa ala, cualquiera que sea, no debe ser llamada “un ala disidente” porque no disienten del objetivo ni del método sino de que no son ellos los protagonistas. ¡La verdad es que son todos chavistas y chavismo es lo que estamos viviendo! El ala que se podría alzar sólo quiere aplicar la cosmética revolucionaria que usaba Chávez para que el pueblo aceptara la ruina de la nación que él planeó y ejecutó: usando la democracia como arma contra el sistema republicano.
Me opongo a golpes de Estado tanto como a creer que hay desavenencias de fondo en el Gobierno y estoy convencida de que una asonada que alcanzara su objetivo no va a dejarnos en situación mejor a la actual. Mientras unos lerdos celebren la caída del tirano, otro estará calzándose una bota con tacos y espuelas mucho más afilados.
Volviendo a la desesperanza, por más que escudriño el panorama no veo políticos queriendo hacer política como todavía se pueda, sino a unos desesperados que intentan acciones que no puedo apoyar porque son tan antirrepublicanas como las de la dictadura.
Como estamos huérfanos de opciones democráticas opositoras nos toca ser más activos en la participación ciudadana. Más atentos a lo que acontece, recordando que el primer acto de resistencia es permanecer vivos y el segundo, fuera de una mazmorra.
La contraloría social es una fórmula ciudadana legal, legítima y útil que la población opositora no practica porque para hacerlo tiene que “ensuciarse” penetrando el sistema oficialista. Pues toca arremangarnos y empezar a cambiar esto desde la puerta del vecino porque los políticos han abandonado su obligación y, aunque cada tanto alcen la voz diciendo que apoyan al pueblo en su justo reclamo, no están haciendo nada.
Esto me ha traído un recuerdo. Comenzaba mi adolescencia cuando Luis Alberto Machado publicó “La Revolución de la Inteligencia”. Una obrita que en aquel momento resultaba rompedora aunque hoy no aporte mayores sorpresas. Me temo que por el estilo del escritor, el final del libro se nos quedó más grabado que el resto de él. Me refiero a la brevísima anécdota de María, la mujer que le preparaba la comida a Machado y que él destacaba por una receta de salsa de tomates que utilizaba en todo tipo de platillos.
Machado, un día le pidió: «María, hoy quiero spaghetti pero sin spaghetti». Y cuenta el exministro de la inteligencia: “Por toda respuesta contestó: «Humm». Y me olvidé del asunto. Pero, cuando me senté a comer, allí estaba sobre la mesa, como único alimento, un amplio recipiente rebosante de salsa de tomate.”
Lo que pienso que describe bien nuestra situación política sin políticos.