¿Política vs. Dimensión Política?, por Alejandro Oropeza G.

“El diálogo y la experiencia en el mundo
no se realizan en la esfera de los conceptos puros,
sino bajo condiciones en las que se mezclan percepciones,
intereses o historias con rasgos contradictorios”.
Ursula Ludz e Ingeborg Nordmann: “Nota previa” en:
“Hannah Arendt. Diario filosófico. 1950 – 1973”, 2006.
En días pasados me llegó por alguna de las redes sociales, muy activas en estos últimos tiempos, una foto que contenía un mensaje del siguiente tenor: “Se necesitan líderes que quieran recuperar a Venezuela… ¡¡¡no políticos que quieran recuperar el poder!!!” y, no es un error, terminaba el mensaje con tres signos de admiración. Lo primero que se me ocurrió fue pensar que para la recuperación, para la anhelada e impostergable recuperación de nuestro país se requerirá del diseño de un conjunto de “Políticas Públicas” integradas por planes, programas y proyectos que deben ser puestos en práctica por un conjunto de personas con las capacidades necesarias e idóneas para tales fines.
Es decir, se requerirá estructurar una “Agenda de Gobierno” que ha de jerarquizar problemáticas, necesidades y demandas e igualmente jerarquizar la distribución de recursos escasos, no solo financieros, sino también humanos, de tiempo, confianza, etc.
Ahora bien, una de las condiciones que indispensablemente debe asistir a una Política Pública es la posibilidad de la imposición legítima de la misma de manera universal a toda una sociedad, para lo cual se requiere la capacidad de coerción (en términos weberianos) del órgano llamado a implementarla. Y cabe lógicamente preguntarse: ¿Y quién posee el monopolio de dicha capacidad legítima de coerción? Sin lugar a dudas es el Estado, abstracción jurídica que posee el “Imperium” para asegurar el cumplimiento de lo decidido.
Y, surge la incómoda y antipática pregunta de, siendo el Estado una abstracción jurídica, ¿cómo entonces acciona y ejecuta sus fines, decisiones y estrategias? Pues, no le queda otra que a través de personas, de representantes. Es más ¿quiénes, a nombre del Estado, están en capacidad legítimamente de definir la Agenda de Gobierno y diseñar, implementar y evaluar las políticas públicas resultantes? Esos quienes son gente, como usted y como yo.
Y así les duela a muchos en el alma, esos son políticos que ejercen sus funciones en ese complejo entramado institucional que es el Estado con todos los órganos y poderes que son partes de él
De manera tal que cabe preguntarse: ¿Cómo sería posible que un liderazgo apolítico (lo cual es una contradicción en sí misma) recupere a Venezuela sin tener la posibilidad de ejercer legítimamente un poder que le permita imponer sus decisiones y verificar la efectividad de tales medidas? Más aún, ¿de dónde emergerá dicho liderazgo? y consecuentemente ¿Cómo será identificado y seleccionado?
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Pero, también cabe pensar ¿es que puede existir una sola estrategia preconsensuada que guíe la acción? o bien, ¿esas sanas y necesarias intenciones de recuperar a Venezuela deben ser impuestas sin atender a otras personas? Y de ahí a preguntarse ¿quién o quienes tienen la verdad absoluta o la clave de la historia? Cabe recordar que el camino del infierno está empedrado de buenas intenciones.
Es delicado el punto, pues es imposible que se puedan ejecutar estrategias de recuperación de nuestra vapuleada Tierra de Gracia, sin tener la posibilidad de ejercer el poder (independiente de la concepción que le queramos dar a esa palabra), es decir de imponer soberana y legítimamente las decisiones que sea necesarias.
Y, ¿quiénes ejercen el poder político? No otros que los políticos. Si no lo son de oficio, en el momento en que tienen la capacidad de generar decisiones de carácter público se convierten en tales. Ello por cuando la acción política y el discurso inherente a ella, exclusivamente no están solo dirigidas a alcanzar el poder, el dominio; bien por caminos legítimos o vías ilegítimas (ad hoc). En este sentido, cabe ratificar que toda, absolutamente toda sociedad libre es política, por que está integrada por ciudadanos, cuya definición y práctica (la de ciudadano) entraña y presupone un contenido político, pues se trata del ejercicio y la satisfacción de derechos y deberes políticos.
Y esa sociedad hace vida en un espacio, en una esfera pública en donde interactúan sus miembros con otros: unos iguales y otros diferentes. Por tanto, en ese espacio público, que es un espacio político, se reconocen las igualdades y se aceptan las diferencias (esto es en regímenes abiertos). Y es en ese espacio de lo político en donde se construyen los consensos por medio de los cuales se renuevan sucesivamente los acuerdos sociales, que dan legitimidad al ejercicio del poder político. Lo político, entonces, es inherente a la sociedad misma. No existe una sociedad libre que no sea política.
Es cierto, que la connotación negativa de la política está en boga, y no solo en nuestro país. Tampoco es falso que tal reacción negativa hacia tal ejercicio tiene fundadas razones y justificaciones; ese no es el punto. Por que tal y como señala el profesor vasco Innerarity, dicha connotación de rechazo de lo político supone de por sí una negación de las posibilidades de construir acuerdos y consensos (cuando sea posible) o bien de rechazarlos a través de la expresión política de la sociedad misma organizada. ¿Vamos, entonces, del concepto a la idea y viceversa? ¿Es esto posible?
Los temas que atañen al accionar de lo político, que es en buena medida y no exclusivamente, la manifestación de la voluntad de la sociedad (sin hablar de voluntad general en términos roussonianos) ¿suponen una disolución del concepto en la idea?
Es decir, el fin u objetivo que se reconoce como norte que debe definir y caracterizar un futuro posible ¿se agota en la idea? ¿en el fin mismo? Pero, ¿y dónde quedan los medios? Y más aun ¿no se requiere de un sistema conceptual que dé fundamento a la idea, al fin? ¿Seguiremos eternamente con la estrategia aquella de “como vaya viniendo vamos viendo”? El fundamento de esta fatídica práctica es la disolución del concepto en la idea y viceversa y, trayendo otro refrán: de aquellas aguas vinieron estos lodos.
Los temas de lo político y de lo social, que no son opuestos ni se excluyen entre sí, sus fines, sus intenciones y los conceptos que dan fundamento racional (cuando ello es posible) a las ideas (fíjense que no hablo de ideologías sino de ideas) se extienden desde la posibilidad de pensar, de reflexionar y de imaginarnos como sociedad un futuro distinto y mejor para todos y para nuestras descendencias (en plural).
Tal posibilidad no es exclusiva de los ciudadanos, tampoco lo es de los políticos de oficio. Es una tarea compartida entre la dimensión de lo social y la dimensión de lo político, que se encuentran y confluyen en la esfera pública, en el espacio de lo político
Ello es posible solo entendiendo que toda sociedad se encuentra en un universo definido por una dimensión de lo político. En tal dimensión se deben ejercer dos acciones puntuales: la política propiamente dicha (de interrelación y reconocimiento de sí mismo, del otro diferente y del otro semejante); y, la acción de la comunicación que nos permite como individuos expresar nuestras opiniones, ideas y rechazos. Y es de esa sociedad de donde surgen, ahora sí, los líderes políticos, reconocidos y legitimados por esa sociedad que ejercerán a nombre y representación de ella el poder. Poder basado y sustentado, (siguiendo primero a Montesquieu y luego a Hannah Arendt) en los acuerdos sociales que legitiman su ejercicio.
Así, debemos tener cuidado en confundir lo político con la dimensión que lo contiene. Por ejemplo, en los actuales momentos, en nuestra realidad la política fue disuelta en la dimensión política de la cual procede (muy efectivamente por parte del régimen) y es por ello que, como reacción lógica, la ciudadanía, la sociedad, abandonó el espacio de lo político, porque este perdió su fundamento al no poseer la idea, el sustento conceptual que le debería dar soporte. En esta realidad, solo la violencia tiene cabida y reflexionemos: ¿Alguna duda al respecto de las consecuencias?
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