Política y elecciones, por Américo Martín
Para hablar libre y creativamente de política y elecciones en los accidentados tiempos que padecemos, se hace imprescindible volver a sopesar la importancia de ese ogro nada filantrópico, el totalitarismo, que pretende abortar las necesarias flexibilidades de la política. El ogro será el argumento por excelencia que tomará por asalto cualquier intento de reflexión político electoral. Se parte del supuesto de la invencibilidad del sistema totalitario que, sin embargo, ha sido derrotado en muchos momentos históricos por la inusitada fuerza del sufragio universal.
Hanna Arendt asoció el concepto a sus expresiones más salvajes: los campos de concentración y exterminio racistas. Su obra es extraordinaria, sin duda, pero el tiempo ha ido demostrando que el totalitarismo no es un fenómeno absoluto, aunque lo parezca, que al igual que la democracia es un movimiento lanzado a copar todos los espacios, pero absorbiendo derrotas parciales que lo retrogradan. A esa idea de lo absoluto contribuyeron excelentes obras literarias como las de George Orwell, 1984, El cero y el infinito, de Arthur Koestler y las de Raymond Aron. Estos escritores proporcionaron una idea cerrada y totalmente oscura del totalitarismo como sistema que donde llega se queda, cual infierno del fuego eterno.
La caída brusca del totalitarismo soviético en Europa del Este y en la URSS dejó en claro la inanidad de semejante conclusión. No obstante, quizás, por la perdurabilidad del modelo cubano suele retomarse la imagen del ogro como si ya no hubiera sido tan severamente derrotado.
La política ha sido definida como ciencia y arte por los primeros grandes pensadores que le dieron corporeidad a esta actividad humana tan compleja y a ratos contradictoria. Últimamente se ha recordado, en tanto que ciencia, a quienes la cultivan con asiduidad como técnicos y profesionales. Aunque Guy Helmet le atribuye a Maquiavelo haber definido la política como una tecnología del poder, no lo comparto plenamente porque el brillante florentino se refería a la doble condición de la política: arte y técnica.
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El totalitario no reconoce las contradicciones y conflictos sociales, fuentes del pluralismo. Lo que discrepa de él debe ser cauterizado o reprimido, sin embargo, no por eso las contradicciones desaparecen, siguen allí incidiendo sobre los regímenes y dentro de los regímenes. Esa tenacidad es la que proscribe el simplismo político, porque cuando una disidencia ha sido reprimida, brotan tres o cuatro en su lugar, formándose incluso dentro del grupo gobernante, puesto que como he dicho la acción política incide en los regímenes y sobre los regímenes.
De allí que, apelando a la fuente de su sabiduría que es la experiencia universal, los políticos no pueden renunciar a los medios electorales y a la búsqueda de alianzas postuladas por la sociedad o emanadas del propio adversario, al que no se le puede negar capacidad para entender las variantes del pluralismo y sobreponer a los intereses sectarios la suerte de Venezuela.
Termino de leer el editorial escrito por Pepe Toro Hardy para Analítica, donde ofrece y prueba fehacientemente el enorme potencial que acumula Venezuela, mucho más acá que la Faja Petrolífera del Orinoco, en la Cuenca del Lago de Maracaibo, que se extiende al occidente del país, prometiendo un futuro petrolero incluido el extraído en lutitas, con tecnología norteamericana que abarata sus costos de producción a paso de gigantes.
Lo cual, de paso, sella la alianza de dos países amigos con fuerza de destino. Hoy en día Venezuela tiene activo un solo taladro de perforación, lo cual es una vergüenza, pero una política de cambio democrático y de sumar amigos y adversarios le devolverá su flamante condición de gran productor que aprendió el significado del artículo de Uslar Pietri, en el diario Ahora, Sembrar el petróleo.
Por eso la política bien ejercida, sin insultos y sin prejuicios, puede derrotar al ogro no filantrópico y a cuantos obstáculos se atraviesen en su camino. El Príncipe, obra maestra de Maquiavelo, un maestro de la política, está dedicado a Fernando El Católico, reconocido por muchos como el más brillante de los políticos de su época, junto con su no menos brillante reina Isabel. Los reyes católicos dictaron la pauta para el engrandecimiento de España, al punto de convertirla, bajo Carlos V, en el gran imperio donde nunca se ponía el sol.
Con su enorme potencial en ciernes, el aprendizaje de sus líderes políticos, la percepción del poder como actividad humana para ganar a todo el que sea posible, neutralizar a los renuentes, forjar alianzas inteligentemente concebidas y aislar a quienes no puedan ser ganados ni neutralizados, a lo menos por un tiempo razonable, es lo que permitirá los acercamientos y obtener los logros más sustantivos.